La boda de Souilik tuvo lugar unos dos meses después de esta velada. En Ela hay dos clases de bodas. La más sencilla no consiste más que en la comparecencia de los novios ante un miembro del servicio de estado civil. La segunda, mucho más complicada, se realiza según los ritos ancestrales. Este fue el caso de Souilik, ya que tomaba por esposa a la hija de un «gran ordenador de emociones místicas», o sea, lo que nosotros llamaríamos un gran sacerdote.
Como sea que yo tenía que hacer de Steen-Se-tan, tuve que ser instruido por dos jóvenes sacerdotes que vinieron ocho días antes de la ceremonia. Antiguamente, en la época de las guerras prehistóricas, sucedía con frecuencia que las bodas entre individuos de tribus distintas se veían interrumpidas por guerreros que se oponían a la marcha de la muchacha de su clan. El novio se veía obligado a elegir entre los familiares de su novia un Steen-Setan que era el encargado de proteger a los jóvenes esposos durante los tres días que duraban las ceremonias. Este individuo solía ser un guerrero famoso por sus proezas, un jefe influyente o un sacerdote. Naturalmente, en nuestros días ya no se dan estas encarnizadas batallas, pero sí animadas peleas, mitad en serio mitad en broma, provocadas casi siempre por las bebidas injeridas en los festines. Hay que tener en cuenta que si la novia es rescatada, aunque sólo sea por espacio de un minuto, todas las ceremonias quedan anuladas. Así, pues, Souilik me eligió como amigo, pero también porque esperaba gran ayuda de mi superioridad física y yo me dispuse a reclutar entre los familiares de Essine a los once colaboradores a que tenía derecho. Excuso decirte que elegí a los más robustos.
Los primeros ritos se desarrollaron en la casa de Essine y fueron totalmente privados; sólo asistimos los miembros de la familia, los sacerdotes y yo como Steen-Setaii. Consistieron en unas largas oraciones — durante las cuales Souilik se aburría solemnemente —, algunos cánticos arcaicos; como final, se encendió una llama verde — coloide sangre — que debía permanecer encendida durante los tres días. El segundo día es el de la promesa: Los dos esposos se juran ayuda, protección y fidelidad. Después tuvo lugar el pequeño banquete, en el que sólo fueron invitados los amigos más íntimos. Llegó el tercer día y durante el mismo mi papel dejó de ser meramente pasivo.
La ceremonia empezó con la promesa a las Estrellas: Los esposos se comprometen a educar a sus hijos en el culto a la Luz y la lucha contra los Hijos de la Noche y del Frío. Hubo después cinco horas consagradas a la oración y, finalmente, el gran banquete.
Este tuvo lugar en el pabellón destinado a este fin, con asistencia de más de cuatrocientos comensales. Allí estaban todo el personal científico de los laboratorios y algunos Sabios, honor que Souilik debía a su gran valía y al hecho de haber descubierto una humanidad de sangre roja. Assza estaba allí y me comunicó la muerte del Mislik. También había una delegación de los comandantes de ksills, veintisiete Siiizúes, entre los que no podían faltar Ulna y su hermano, y una gran cantidad de Hiss, unos conocidos y otros desconocidos.
Me colocaron, junto con mis once colaboradores, en una mesa situada al lado de la única puerta de la estancia. Según el privilegio que me era dado, invité a Ulna y a su hermano a tomar asiento a nuestra mesa.
Nos sirvieron gran cantidad de platos diversos, todos a base de las jaleas ya descritas, de las que algunas me parecieron deliciosas, otras sólo tolerables, y otras francamente malas. Las bebidas también eran variadas, de baja graduación alcohólica y, a mi entender, de muy distinta calidad. Hacia el final de la comida, Zeran, comandante general de la flota de ksills, sirvió a Souilik una copa del famoso Aben-Torne de los krens del planeta. Había que ver la cara que puso Souilik cuando se vio obligado a tomar aquel mejunge que él detestaba. Quise probarlo y tuve una agradable sorpresa: su gusto era el de un excelente y añejo whisky. Ulna y su hermano fueron de mi mismo parecer, y entre los tres nos bebimos la botella ante los ojos aterrorizados de los Hiss.
Reinaba gran alegría en la reunión. Yo no me había visto obligado a intervenir como Steen-Setan y ya creía que mi papel había concluido cuando oí un rumor que provenía del exterior. Assza se había marchado, llamado urgentemente desde la Casa de los Sabios y por la puerta que había quedado entreabierta penetraba el clamor. Me levanté inmediatamente y organicé la defensa. Un grupo formado por unos treinta jóvenes Hiss se aproximaba cantando una antigua canción de guerra. Su intención era, según costumbre, intentar forzar la entrada y raptar a la desposada.
Por mi parte, al precio que fuera, tenía que impedírselo durante medio basike. La pelea fue fenomenal. Se lanzaron ciegamente y recibieron una lluvia de golpes entre los que mi fuerza terrestre hizo maravillas. — No había disfrutado tanto desde los tiempos en que jugaba al rugby a tu lado.
Había transcurrido aproximadamente un cuarto de basike y el combate seguía con alternativas variables, pero sin que el enemigo hubiese conseguido pasar. Entonces, por encima de las cabezas de los asaltantes, vi que aterrizaba un reob. De él salió un Hiss que reconocí inmediatamente por su estatura: era Assza. Vino corriendo hacia nosotros gritando algo, pero el estruendo de la lucha me impedía oírle. Golpeando a diestro y siniestro grité:
— ¡Silencio! ¡Silencio!
Durante unos segundos de silencio relativo pude oír:
— ¡Kalvenault se está apagando! ¡Kalvenault se está apagando!
CAPÍTULO TERCERO — SIN POSIBILIDADES DE REGRESO
Entonces, de repente, tanto nuestros atacantes como mis compañeros y los invitados enmudecieron. Todos comprendieron inmediatamente. Jamás desde el banquete de Balthazar tal «Mane, Thecel, Phares» se había producido tan de improviso en una fiesta.
Assza nos dio algunas explicaciones: Durante el banquete había recibido un mensaje de Azzlem en el que le ordenaba se dirigiese inmediatamente a la «Casa de los Sabios». Allí Azzlem le había mostrado los espectrogramas que acababa de recibir del laboratorio central del monte Arana. Para un astrofísico, la cosa saltaba a la vista: Kalvenault presentaba el espectro de las galaxias malditas.
Souilik se había levantado y se acercaba a pasos lentos.
— Si lo he comprendido bien, ¡los Misliks están en los planetas de Kalvenault!
Hizo una mueca y murmuró:
— Cinco años-luz, sólo cinco…
— Que la Luz Primordial proteja a lalthar — añadió Essine. Todos se callaron. Miré los semblantes pálidos de mis huéspedes.
— Pero — dije yo — no hace mucho que se preparan, ya que Souilik fue a Rissman hará tres años y no vio nada.
— Fui a Rissman, pero no fui a Erphen, ni a Sizu, ni a los planetas Seis y Siete. Es casi seguro que están en Seis y Siete. Los demás son demasiado cálidos para ellos, al menos por ahora.
Hubo un momento de silencio y luego Assza declaró:
— Sea lo que fuere, no es este el lugar para discutirlo, que el Tserreno… venga conmigo y que los que tengan un puesto a ocupar lo ocupen antes del anochecer. Sin embargo, no hay peligro inmediato para lalthar. Tenemos colonias en todos nuestros planetas, aun en los más fríos. Souilik y Essine, este día os pertenece, os reuniréis con nosotros mañana a mediodía.
Salimos acompañados por los Sinzúes. En el reob, Assza fue más explícito; no sólo Kalvenault parecía alcanzado mortalmente, sino que El-Toea y Asselor mostraban en sus espectros signos inquietantes. Al día siguiente, lo Sabios, de acuerdo con los gobiernos administrativos de Ela, Marte y el Consejo de la Liga de Tierras Humanas, decretarían el estado de alerta. La situación era clara: los Misliks invadían el primer universo.
Cuando sobrevolábamos la Casa de los Sabios en la península de Essanthem, nos cruzamos con una escuadra de ksills: había un centenar de ellos formados en apretadas filas, tomando rápidamente altura. Aquellas lentes brillantes surcando el cielo a tal velocidad constituían un espectáculo sorprendente. Se perdieron en el cielo azul.