Un hecho importante es que su energía principal no es de naturaleza eléctrica y aunque he visto sus generadores y la he empleado a diario, me verÍa tan apurado para definirla como lo estaría un pobre senegalés para definir la electricidad. Todo lo que puedo decir es que estos generadores son muy complejos y bastante grandes. Los Hiss son unos físicos extraordinarios e incluso Beranthon, el gran sabio Sinzu, cuando visitó Ela, tuvo que reconocer que muchos de sus inventos le eran desconocidos y a veces incomprensibles. En honor a la verdad debo hacer constar que los Hiss no obstacularizan el conocimiento de sus descubrimientos a las demás humanidades sino que, al contrario, sus Universidades están abiertas para todo aquel que quiera estar al corriente de su progreso.
Souilik terminó por fin sus viajes, pero no por esto le vi con más frecuencia. Se pasaba el día encerrado con el Consejo y ni siquiera Essine le veía más que nosotros mismos. Un buen día, estando yo con Ulna y su hermano en el laboratorio de biología, Assza nos hizo llamar. Nos dio tres cilindros metálicos, provistos de una enorme culata.
— Estas serán vuestras armas. Son pistolas térmicas perfeccionadas. De acuerdo con el Ur-She-mon, el Consejo os ha elegido para el vuelo de reconocimiento a la galaxia maldita. Dispondréis de un ksill especial. Souilik os acompañará hasta el planeta Sswft de la estrella Grenss del Universo de los Kai'ens. Tiene orden de esperaros allí. Saldréis dentro de ocho días.
Estos ochos días me parecieron la vez interminables y demasiado cortos. Akelon y Ulna encontraban muy normal que fuesen ellos, los hijos del Ur-Shemon, los primeros en ir a la lucha. Pero yo, a pesar de saber que era invulnerable a los rayos misliks, que nuestro ksill había sido perfeccionado, que dispondría de las mejores armas, y sobre todo que no se trataba de combate sino de un vuelo de reconocimiento, no podía sacarme el pánico del cuerpo. Presentía una catástrofe, y se produjo. Aun ahora, después de haber vuelto sano y salvo, cuando pienso en aquello me entran escalofríos.
Salimos sin tropiezos. Souilik, acompañado por Essine, dos Hiss y Beichit, la Hr'ben, pilotaba su ksill de costumbre, el Sansón Essine, en español el «Bella Essine». Los ksills no suelen llevar nombre sino un número a menos que el comandante los bautice. Al mío le había dado el nombre de Ulnn-ten-sillon, que significa «Ulna dulce sueño». Por esto, cuando Ulna me preguntó lo que significaba aquella inscripción no supe qué decirle. Akeion, que se dio cuenta de lo que pasaba, tradujo maliciosamente: «Unión de los planetas».
El Ulna-ten-sillon eran un ksill pequeño de tres plazas. En él se había sacrificado el confort a la eficacia. El puesto de mando estaba lleno de tableros y controles. La segunda pieza contenía tres literas, los motores y los víveres. El casco tenía un espesor de once centímetros y Souilik me aseguró que podía soportar el choque de un Mislik lanzndo a 8.000 brunns por basike, o sea, unas 4.000 kilómetros por hora. Y para el caso de que lograran romper el casco, había otro, de seguridad, de siete centímetros de espesor.
Pasamos simultáneamente el ahun para que nuestros ksills fueran envueltos por la misma porción de espacio. Salimos simultáneamente a un millón de kilómetros del planeta Sswft. Este era un planeta de tamaño algo mayor que la Tierra. Vivían en él algunos centenares de millones de Kaíens. Aterrizamos cerca de la ciudad de Arbor en el hemisferio norte.
¡Qué extraños son los Kaíens! La mayoría sobrepasan los dos metros de estatura, tienen la piel verde, son calvos, sus ojos son pedunculados color verde-mar, no tienen nariz, pero si una enorme boca con numerosos dientecillos. A pesar de la longitud de sus brazos y piernas dan la impresión de ser tan anchos como altos. Su civilización es muy peculiar. Son unos químicos prodigiosos, pero en cambio son muy mediocres en astronomía y física. Utilizan muv poco el metal, su industria está basada en las materias plásticos sintetizadas: en el terreno de lo espiritual son unos poetas magníficos, profundos filósofos y eminentes pintores y escultores.
Permanecimos al lado de nuestro ksill que estaba rodeado de varias máquinas voladoras fabricadas totalmente con materias plásticas. Nos sentamos en una especie de «bar de escuadrilla» donde nos sirvieron una bebida verde excelente. Souilik estuvo discutiendo un rato con tres Kaíens y luego nos quedamos solos. Estábamos silenciosos, nadie tenía ya nada que decir. Souilik fue con Akeion a verificar por última vez el Ulna-ten-sillon.
Al poco rato volvió:
— Hermano, llego el momento. Recuerda que el Consejo quiere datos, no heroicidades. Ten prudencia.
Al llegar el ksill, Souilik puso su mano sobre mi hombro v, emocionado, se fue corriendo. De lejos Essine y Belchit nos saludaron. Ulna ya estaba en el ksill. Subí y despegamos inmediatamente.
Habíamos convenido con Souilik que permaneceríamos exactamente dos «basikes» y medio en el ahun y no cambiaríamos de rumbo bajo ningún pretexto. De este modo en caso de apuro nos podrían encontrar.
Salimos del ahun en el momento señalado. En las pantallas de visión todo era negro con pálidas salpicaduras luminosas: eran las galaxias que aún conservaban vida. Una de ellas, la más próxima, ofrecía aproximadamente el aspecto de la luna. Akeion me la señaló, diciendo:
— Supongo que es el Universo de los Kaíens del que venimos.
Si en aquel momento hubiésemos tenido un telescopio de potencia infinita hubiéramos visto aquel Universo no tal como era entonces sino tal como debió ser quinientos mil años atrás.
En la pantalla especial que funcionaba signien de la teoría del radar, cuyas ondas se propagaban a una velocidad diez veces superior a la de la luz. se dibujaba el contorno de un planeta.
— Souilik dijo que eligiéramos el planeta más cercano — observó Ulna.
— Pues vamos allá. ¡Todos a sus puestos!
Yo me senté ante el mando de armas. Ulna ocupó el puesto de vigía para lo que disponía de una pantalla muy sensible que le permitía aumentar a voluntad una zona determinada haciéndola más visible.
— Vamos a efectuar un vuelo rasante. Clair, conecta la zona cálida.
Apreté un botón e inmediatamente nuestro ksill quedó envuelto en una zona que estaba a más de 300°. Ningún Mislik se nos podía acercar sin perder la vida, mientras que nosotros con nuestras escafandras podíamos salir sin peligro.
En la pantalla se empezaban a detallar formas tales como sistemas montañosos, ríos helados e inmensas llanuras también heladas que seguramente habían sido océanos.
A la orilla de uno de estos enormes océanos, vi una inmensa forma piramidal, se la enseñé a Ulna y ella, graduando su aparato, lo pudo ver detalladamente.
— ¡Señor mío, Ethau! ¡Esto había sido un planeta humano! — exclamo.
Efectivamente era una ciudad o por lo menos lo que de ella quedaba. Debía de extenderse sobre millones de hectáreas y su torre más elevada alcanzaba unos mil metros.
Me quedé pensativo: ¿Qué fantástica civilización muerta millones de años antes había construido aquella ciudad?
Me entraron ganas de aterrizar porque, como tú sabes, siempre me ha gustado la arqueología, y así se lo dije a Akcion.
— Primero daremos la vuelta al planeta y si no vemos ningún Mislik aterrizaremos.
Durante horas y horas desfilaron ante nuestros ojos, inacabables extensiones heladas, completamente desiertas. Al ver que no había ni un solo Mislik, nos dirigimos de nuevo hacia la ciudad en ruinas. Antes de aterrizar la iluminamos con un cohete gigante. Las construcciones brillaban con reflejos de hielo y oro.
Aterrizamos en una gran plaza al pie de una especie de campanario que se perdía en el cielo. Decidimos que Ulna y yo bajaríamos a tierra mientras que Akeion se quedaría en el ksill dispuesto a despegar si se presentaba el caso. Nos pusimos las escafandras, tomamos reservas de aire para doce horas, alimentos sintéticos que podíamos absorber dentro de nuestras escafandras, armas y gran cantidad de municiones. Finalmente bajamos.