Con gran lentitud — al menos así nos lo pareció, aunque en realidad la maniobra se efectuó con toda la rapidez que permitía la más elemental prudencia — el aparato salvador se posó en la planicie. No era un ksill, sino el astronave sinzu, ¡el Tsalan
— ¡Ulna, son los tuyos!
No pudo contestarme; se había desmayado. La tomé en mis brazos y, corriendo, me dirigí hacia el aparato. Dos siluetas en escafandras se me acercaron y se hicieron cargo de Ulna, otra me tomó del brazo y me ayudó a subir la escalerilla. Imagina mi asombro cuando, al llegar arriba, me encontré ante Souiliky… ¡Akeion!
Mi primera reacción fue algo incongruente, pues no se me ocurrió otrá cosa que decirle a Souilik que no debía de haber venido, pues la excursión podía resultar arriesgada para un Hiss.
— ¡Este es «Clair el Tserreno»! — dijo — Siempre protestando. ¿No comprendes que tenía que venir para mostrarles el camino?
— ¿Y Akeion? — repuse.
— Akeion estaba completamente desorientado después de su aventura, pero… ya te contará él.
Se llevaron a Ulna, que seguía desmayada, a la enfermería donde el «gran médico» Vincedom la atendió. Cuando abrió los ojos, Souilik. el doctor y yo, abandonamos la habitación dejándola sola con su padre y hermano.
Un cuarto de hora después nos reunimos todos en el puente de mando. El Tsalan ya estaba en el ahun camino de la galaxia de los Kaiens donde encontraríamos a Essine y Beichit que esperaban con los ksills. Akeion nos contó entonces su extraordinaria aventura.
Cuando aquella especie de campanario se derrumbó sobre el Ulna-te-sillon, él perdió el conocimiento y permaneció así durante más de tres basikes. Al recobrar la noción de las cosas comprendió inmediatamente que se hallaba bajo los escombros. Eso no le preocupó mayormente, pues disponía de aire y de alimentos para varias semanas, pero, en cambio, sí le preocupaba lo que podía habernos sucedido a nosotros y en seguida buscó la manera de prestarnos ayuda.
El casco había resistido perfectamente, no se había producido ninguna pérdida de aire, los motores funcionaban, pero eran impotentes para levantar el montón de escombros que había sepultado el aparato. Este era el principal inconveniente de aquellos pequeños ksills, eran muy rápidos, muy manejables, pero de muy escasa potencia. Entonces, consciente del peligro a que se exponía, decidió pasar al ahun y volver luego a aquel planeta para socorrernos.
La maniobra pareció realizarse bien, pero cuando hizo la operación inversa, en vez de emerger en el espacio cercano al planeta que acababa de abandonar, se encontró en la oscuridad más absoluta que imaginarse pueda, donde ni los radares sness señalaban la presencia del menor cuerpo sólido.
Al llegar a este punto, el relato se vio interrumpido por una discusión técnica provocada por Souilik. He aquí lo que pude comprender de todo ello:
El paso en el ahun no se había realizado en el vacío como de costumbre, sino que se había hecho en la superficie del planeta; el impulso (?) había sido demasiado fuerte y la porción de espacio que envolvía al ksill se separó completamente de nuestro universo y, atravesando el ahun, había ido a parar a uno de esos universos negativos que rodean el nuestro.
Según esa teoría, Akeion emergió en el espacio de un universo negativo y menos mal que fue lejos de toda concentración de materia, pues, aun así, el contador de radiaciones trepidaba de cuando en cuando y la aguja marcaba una brusca llegada de rayos. Estos contadores sirven precisamente para indicar las regiones del Espacio donde la densidad de rayos cósmicos puede ser peligrosa.
— Entonces — dijo Akeion — recordé una clase que había dado algún tiempo atrás sobre los universos negativos y sus consecuencias. Las radiaciones que registraba eran debidas a algunos átomos de materia negativa que al entrar en contacto con los de materia positiva del ksill se anulaban en fotones extraduros. En cualquier momento podía encontrar una región donde la materia negativa fuese más concentrada y entonces… ¡adiós todos los «Universos»!
Febrilmente consulté el registrador de la curva espacial, el de la superficie-limite y todos los complicados aparatos que tenia ante él. Si calculaba bien su impulso, tal vez conseguiría encontrar de nuevo nuestro universo. Aunque era hombre valiente y tranquilo, en aquellos momentos fue presa de los nervios. Y tenía motivos, ¡la situación era realmente crítica!
Procurando dominarse, hizo cálculos complicados y los repitió varias veces para eliminar la posibilidad de error. Todo parecía en orden. Entonces, apretando los dientes, lanzó el ksill a toda velocidad en el Espacio y pasó el ahun.
Emergió inmediatamente después. Pero en lugar de encontrarse en algún punto de la galaxia maldita, salió en una galaxia animada e iluminada por miles de soles. Ya no sabía qué creer, se había vuelto a equivocar y se hallaba perdido en nuestro propio universo.
Dirigió su ksill hacia una estrella y, guiándose por la pantalla amplificadora, eligió uno de sus planetas y aterrizó en él. Aquel planeta parecía desierto, sólo contenía vida vegetal. Permaneció allí ocho días, perdidas ya todas las esperanzas de encontrarnos, haciendo y rehaciendo aquellos complicados cálculos.
Aquí se intercaló otra discusión técnica que no quiero ni intentar repetir, ya que ni el mismísimo Einstein la habría comprendido.
Volvió a zarpar, pasó nuevamente el ahun, aterrizó en otro planeta, repitió los cálculos y cada ver, era mavor su convicción de que se había perdido definitivamente. Por fin, después de veintisiete días, hallándose cerca de un mundo habitado, aterrizó en él y se encontró en el planeta de los Kaiens a pocos kilómetros del punto donde Souilik estaba esperando nuestro regreso. También él había tenido suerte, pero hay que reconocer que su tenacidad y sus conocimientos la merecieron.
El Tsala aterrizó al amanecer en el planeta Sswft. Essine y Beichit nos recibieron llenas de júbilo. Con gran alegría volví a ver mi ksill, el único aparato que había penetrado en un universo negativo. Su casco estaba intacto. El derrumbe de Siphan apenas lo había abollado.
Aquella misma noche pedí a Helon la mano de su hija.
CAPÍTULO TERCERO — TORPEDEROS DE LOS SOLES MUERTOS
En el planeta de los Kaiens no nos entretuvimos innecesariamente. Emprendimos en seguida la marcha hacia Ela, donde llegamos a mediodía. Yo estaba particularmente cansado, nervioso y ansioso, pues Helon había diferido la contestación a mi petición hasta la noche de nuestra llegada a Ela.
Dejé a Ulna muy cansada también a bordo del Tsalan, y me fui con Souilik a la Sala del Consejo. En mi informe, que procuré hacer lo más fiel y conciso que me fue posible, llegaba a la conclusión de que los Hiss tenían razón y que cualquier intento de coexistencia con los Misliks estaba condenado al fracaso, por lo menos, dentro de un mismo sistema solar. Pero añadí que tampoco veía el modo de llegar a exterminarlos, ya que su número era infinito y pululaban por millones de millones en innumerables galaxias.
Esta conclusión no pareció satisfacer a la mayor parte de los asistentes, pues los Misliks seguían siendo, para los Hiss, el enemigo metafísico, el principio del Mal y no podían admitir la menor tregua en la lucha por su total exterminación. Uno de los Sabios me interpeló:
— Tú mismo has dicho que Siphan había sido un planeta humano antes de ser conquistado por los Misliks. ¿Por que no se limitan a ocupar los planetas helados inhabitables para nosotros? ¿Por qué apagan nuevos soles? ¡No, no hay conciliación posible, hay que acabar con ellos!