— En cuanto hayamos aterrizado — dijo Ba-ranthon —, el círculo central que soporta el kilsim se separará. Antes, habremos puesto en marcha los campos antigravitatorios que para contrarrestar el campo del sol muerto, consumirán tal cantidad de energía que, como máximo, sólo podremos mantenerlos durante medio basike, a contar desde el momento del aterrizaje. Tendrás, pues, que apresurarte. Cuando el kilsim esté listo saldremos inmediatamente y pasando en el ahun, nos alejaremos lo suficiente para poder observar la explosión sin peligro. Repite ahora los gestos que tendrás que realizar: son muy sencillos. Tomas la pieza, la introduces en este orificio dándole un cuarto de vuelta, aprietas un poco y giras nuevamente en sentido inverso. Eso es todo. Pero, cuidado, cuando yo te dé la señal no te demores un solo segundo, va en ello la vida de todos! Pruébalo ahora; no hay peligro alguno, pues el kilsim no está cargado.
Estábamos en el espacio, lejos de cualquier campo de gravitación intenso y por lo tanto fue cosa muy fácil. Repetí el movimiento hasta que pude hacerlo con los ojos cerrados.
— Después la pieza pesará bastante más. Recuérdalo. Antes de dejar el kilsim a punto, probarás nuevamente.
— No — dije —. Creo que ya es suficiente. Prefiero no fatigarme.
Volvimos al seall. Habíamos pasado ya la zona de los grandes planetas y nos acercábamos a los planetas inferiores. Cuando hubimos dejado atrás al último de éstos, Souilik conectó los campos antigravitatorios intensos y dio la señal de atención. Nos pusimos las escafandras. Beranthon y Souilik se enfrascaron en una serie de delicadas maniobras, ya que no es lo mismo aterrizar sobre un sol muerto que sobre un planeta cualquiera. Por un momento parecieron preocupados, pues el consumo de energía superó el previsto, pero en seguida se normalizó la situación.
Sin embargo, al llegar a unos diez mil kilómetros de nuestra meta el consumo aumentó nuevamente, de tal manera, que hubo que tomar una seria decisión: continuar, limitando la estancia en el sol muerto a un tercio de basike en lutmr del medio basike previsto, o volvernos atrás. La decisión unánime de todos, mandos y tripulación, fue la de continuar. Beranthon, para ganar tiempo, ordenó que se empezara inmediatamente el montaje del kilsim, tomando naturalmente las máximas precauciones.
Exceptuando a Souilik que permaneció en su puesto de mando, todos nos dirigimos a la gran sala. Los generadores antigravitatorios zumbaban, los equipos de montaje se afanaban alrededor del artefacto. A pesar del potente campo interno, la gravitación ya se hacia sentir con fuerza, y los indicadores ya señalaban casi la graduación 2. Poco después, ésta ya quedó superada y nuestros movimientos se hicieron tornes y pesados. Beranthon me ordenó que me tendiera en una camilla para conservar todas mis fuerzas.
Sentí un leve choque. El ksill recorrió unos metros y se inmovilizó. Entonces, lentamente, la plataforma central se separó dejándonos en la superficie del sol muerto. El ksill, con su corona, se elevó a unos tres metros. Disponíamos de un tercio de basike. o sea treinta minutos elienses, para hacer nuestro trabajo. En mi casco, oí la voz de Soulik que contaba: veintinueve, veintiocho, veintisiete…
¿Pero qué era lo que estaban haciendo los equipos de montaje? Me pareció que ni siquiera se habían movido. Volviendo con dificultad la cabeza, les vi moverse al ralenti como hundidos en el interior de sus escafandras. Beranthon, a grandes voces, les iba guiando.
— Veinticinco… veinticuatro… veintitrés…
La mayor parte de las piezas yacían todavía en el suelo. ¡Qué idiotas habíamos sido todos, yo, los Hiss, los Siiizúes, los Hr'ben, todos! ¡Cierto que los autómatas no podían funcionar en los campos anti-gravitatorios, pero una grúa, una simple grúa, habría servido! ¡Ah, pero la civilización de estos señores de la ciencia había olvidado ya esas primitivas máquinas!
— Veinte…, diecinueve…, dieciocho…
Los campos antigravitatorios no eran absolutamente constantes y sentía como un balanceo, hundiéndome más o menos en mi camilla.
— Quince…, catorce…, trece…
Las últimas piezas iban siendo colocadas en el conjunto. Beranthon gritó:
— ¡Atención! ¡Cuando te haga la señal, será tu turno! Dispondrás exactamente de un minuto terrestre. ¡Prepárate
— Doce…, once…, diez…
— Cuando baje el brazo, empezará tu minuto. ¡Ven!
Me levanté y me arrastré como pude hasta la pieza. Me pareció monstruosamente grande. ¡En esas condiciones jamás podría levantarla! — ¡Beranthon! ¡Para! ¡No podré!
— Nueve…
— Ocho…
— ¡Demasiado tarde!… ¡Ya!
Bajó el brazo. Me incliné, agarré la pieza con voluntad feroz. La suerte estaba echada, aquella máquina infernal ya estaba en marcha. Lo que yo tenía en la mano era nuestra última esperanza de salvación: el moderador, que nos daría tiempo para escapar de la terrible explosión. Lo levanté. Beranthon, que tenía mi reloj terrestre, me iba cantando los segundos.
— 55…
Di un paso, logré introducir el extremo de la pieza en el orificio.
— 50…
No, era demasiado pesado. ¿Tenía que girar a la derecha o a la izquierda? El sudor mojaba mi cara, velaba mis ojos.
— 40…
Y aquel imbécil de Souilik que había prometido dar toda la intensidad a los campos antigravitatorios ¿qué hacía?
— 35…
A mi alrededor los equipos de montaje huían lentamente, aplastados por la gravedad. Hice un esfuerzo sobrehumano y conseguí llevar el otro extremo de la pieza a la altura necesaria. Me pareció que el monstruo vibraba. ¿Y si los Hiss se habían equivocado? ¿Estallaría ahora?
— 30…
Presa del pánico, di la vuelta a la pieza en el sentido equivocado.
— ¡En dirección contraria! ¡en dirección contraria! — rugió Beranthon.
— 25…
De repente, tuve la sensación de que la pieza se aligeraba. Pude hacerla girar, apretarla. Sólo tenía que volverla a girar. Pero, ¿en qué sentido? En sentido inverso, naturalmente, pero, ¿en qué sentido la había girado la primera vez? Con el cerebro completamente embotado, permanecí inmóvil por espacio de un segundo, o más.
— 20…
— ¡Eso es, muy bien!
La pieza giró sola. Maquinalmente, Beranthon intentó secar el sudor de su frente.
— 10 — dijo.
— Siete — respondió la voz de Souilik —. ¡Atención, bajo a buscaros!
El ksill nos cubrió. Dirigí una última mirada sobre la superficie de aquel sol que iba a desaparecer. Con toda la rapidez de que fuimos capaces nos subimos a la corona. El ksill despegó, abandonando el disco central sobre el que se levantaba la masa sombría del kilsim. La gravitación seguía siendo muy fuerte, así que esperamos al pie de la escalerilla que conducía al seall. Cuando empezó a disminuir, iniciamos la ascensión. A mitad de camino me sentí súbitamente ligero como una pluma: acabábamos de entraren el ahun.
CAPÍTULO CUARTO — UNA CHISPA EN LA OSCURIDAD
Al llegar al seali, pregunté a Souilik:
— ¿Dónde estamos añora?
— En algún lugar del Espacio, lo bastante alejados para que nada pueda ocurrimos, supongo. Estamos esperando la explosión.
— Entonces tendremos que esperar un basike, no? Algo más, pues aunque se producirá dentro de un basike, nosotros no la veremos Hasta dentro de cuatro o cinco basikes. Eso depende de la distancia a que nos hallemos de la estrella, distancia que, desde luego, no conozco con exactitud. No olvides que la propagación de la luz no es instantánea.