— Es el Anti-Espacio que rodea el Espacio y lo separa de los universos negativos. También es el Anti-Tiempo. En el ahun no hay distancias ni duración. Por esta razón no puedo decirte la distancia que separa Ela de tu planeta, aunque sí sabemos que esta distancia es superior al millón de años-luz.
— Pero hace un momento decías que la Tierra era el planeta más lejano que conocíais.
Aass torció los labios, lo que, según supe más larde, era en él señal de perplejidad.
— ¿Cómo hacértelo comprender? En realidad ni nosotros lo comprendemos. Lo utilizamos. Mira: Espacio y Tiempo están íntimamente ligados, ¿sabías esto?
— Sí, un científico genial lo determinó hace poco tiempo.
— Pues bien; Espacio-Tiempo, el universo, flota en el ahun. El Espacio está cerrado en sí mismo, pero el Tiempo está abierto: el pasado no vuelve. Nada puede existir en el ahun, puesto que el Espacio no existe. Así, pues, vamos a segregar una porción de Espacio que rodeará el ksill y nos encontraremos encerrados dentro de este Espacio, en el ahun, al lado del Gran Espacio del Universo, pero sin confundirnos con él. Vamos a derivar en relación a él. Al cabo de un determinado tiempo, tiempo de nuestro ksill, haremos la maniobra en sentido inverso y nos encontraremos nuevamente en el Espacio-Tiempo del universo y precisamente en el punto que, según lo ha demostrado la experiencia, no estará alejado de Ela más que unos cuantos millones de vuestros kilómetros. Esta vez, para el regreso, pasaremos por la parte externa del Espacio-Tiempo. Para venir, hemos pasado por el lado interior. También es posible que al tiempo que viajamos en el Espacio, realicemos también un viaje en el Tiempo. Pero no puedo asegurártelo; el estudio del aliun es todavía muy reciente. Es posible que nosotros los Hiss no existamos todavía para vuestro planeta. O, a lo mejor, hemos desaparecido desde hace miles de años, pero no creo que sea así, a causa de los Misliks: si continúan como ahora, no tardarán tantos años en alcanzaros, por lejos que estéis. De hecho, somos para vosotros, lo que vosotros para nosotros, Habitantes de la Nada. En consecuencia, no existimos en el mismo Espacio-Tiempo, y nadie podrá nunca asegurar la distancia y el tiempo que nos separan, ya que para hacerlo tendría que atravesar el ahun, el anti-espacio, el anti-tiempo. ¿Lo comprendes?
— No mucho. Necesitaría la ayuda de uno de nuestros científicos.
— El verdadero peligro lo constituyen los universos negativos que nos rodean. Teóricamente, todo universo positivo debe estar rodeado por dos universos negativos, y viceversa. Son los universos donde la materia es de sentido inverso a la nuestra: el núcleo de los átomos contiene una carga negativa. Si nos alejamos demasiado de nuestro universo, corremos el riesgo de encontrar uno de éstos; entonces nuestra materia se desintegraría en un fantástico destello de luz. Esto debió ocurrir al principio, a algunos de nuestros ksill que no volvieron jamás. Desde entonces, hemos aprendido a controlar mejor el paso del ahun. Voy a dirigir la maniobra. ¿Quieres venir?
Penetramos en la torre de mando. Souilik, inclinado sobre el cuadro de a bordo, estaba ocupadísimo en minuciosos reglajes. Aass me señaló un asiento, diciendo:
— ¡Pase lo que pase, cállate!
Inició con Souilik una interminable letanía que me recordó el «check-list» de los pilotos de los bombarderos pesados. Después de cada respuesta, Souilik tocaba una palanca, daba la vuelta a un conmutador, apretaba un botón. Cuando hubieron terminado, Aass se volvió a mí, esbozó una de sus singulares sonrisas y gritó:
— ¡Asth!
Durante unos diez segundos, no pasó nada. Yo esperaba angustiado. Entonces el ksill se inclinó violentamente y tuve que agarrarme con fuerza a los brazos de mi butaca para no ser lanzado al suelo. Un extraño ruido fue creciendo, mezcla de susurro y de zumbido. Eso fue todo. Volvió a reinar el silencio, el piso dejó de moverse y Aass se levantó:
— Ahora vamos a esperar durante unos 101 basikes.
Me hice explicar lo que era un basike: es su unidad de tiempo y equivale a una hora, once minutos y diecinueve segundos.
No voy a extenderme sobre el tedio de estos 101 basikes. La vida en un ksill es tan monótona como pueda serlo en un submarino. No hay que hacer ninguna maniobra. Los Hiss, excepto un hombre de guardia en el puesto de mando, jugaban a un juego que recordaba vagamente al ajedrez, leían grandes libros impresos sobre un material irrompible, o hablaban entre ellos. Pronto me di cuenta de que a excepción de Aass, Souilik y Essine, los demás no me respondían cuando intentaba comunicar con ellos. Se limitaban a sonreír.
La mayor parte del tiempo Aass permanecía encerrado en su laboratorio. En cambio, Souilik y Essine se mostraban muy amables, haciéndome múltiples preguntas sobre la Tierra, la forma en que vivimos, nuestra historia. Eludían hábilmente mis propias preguntas y no me mandaban más que respuestas evasivas, dejando para otra ocasión el precisar. A pesar de ello, los encontré muy próximos a nosotros, tal vez más que algunos japoneses que he conocido.
Cansado de informar a los Hiss sin recibir contestación a las preguntas que les hacía en justa compensación, me dirigí a Aass exponiéndole la situación. Me miró largo rato y respondió:
— Obran según las órdenes que les he dado. Si los sabios de Ela te aceptan, tendrás sobradas ocasiones de aprender lo que te interesa. En caso contrario, preferimos que sepas pocas cosas sobre nosotros.
— ¿Crees que seré rechazado? No comprendo qué peligro pueda representar para vosotros mi presencia en vuestro planeta.
Apenas había pronunciado estas palabras, cuando palidecí: ¡Claro que había peligro! ¡Y no sólo para ellos! Para mí también, ¡sobre todo para mí! Como médico, debí haberlo pensado en seguida: ¡Los microbios! Mi cuerpo debía contener miles de millones de gérmenes contra los que mi organismo ya no reaccionaba, protegido por una lenta vacuna, pero estos gérmenes podían resultar mortales para los Hiss. Y ellos llevaban, sin duda, otros gérmenes mortales para mí.
Como loco, transmití mis reflexiones a Aass. Este sonrió.
— Ya hace tiempo que nos habíamos planteado este problema. Exactamente desde que nuestra humanidad abandonó nuestro planeta natal, Ella-Ven, de la estrella Oriabor, para colonizar Ella-Tan de la constelación de lalthar. Ya no hay en ti vidas extrañas. Mientras dormías, has sido sometido a la acción del hassrn.
— ¿Qué es el Hassrn?
— Ya lo sabrás más tarde. Te hemos extraído un poco de sangre para poder inmunizarte cuando volvamos a llevarte a Tierra. Por lo que a nosotros se refiere, cada dos días pasamos bajo los rayos del Hassrn, cuando nos encontramos en un planeta extraño. En Ela ya trataremos de protegerte contra nuestros microbios. En el caso de que no lo consigamos, también tú pasarás cada dos días por el Hassrn. A propósito, ¿todos los seres de la Tierra llevan en su sangre tanto hierro como tú?
— Si, excepto algunos invertebrados cuyo pigmento respiratorio tiene por base el cobre.
— ¡En este caso sois parientes de los Misliks!
— ¿Quiénes son esos Misliks de los que siempre estáis hablando?
— Pronto lo sabrás. Desgraciadamente hasta tu planeta lo sabrá pronto.
E inclinó la cabeza como cada vez que deseaba acabar la conversación.
Las horas — los basikes — pasaron. Aass vino a buscarme para conducirme a la sala de mando en el momento en que íbamos a entrar de nuevo en el «Gran Espacio». Recitaron la misma letanía y sufrimos el mismo balanceo. Souilik puso en funcionamiento la pantalla de visión: estábamos en el vacío, rodeados de estrellas. Una de ellas estaba netamente más próxima que las otras, su diámetro aparente alcanzaba más o menos el tercio de el de la luna. Aass la señaló con el dedo:
— Ialthar, nuestro sol. Estaremos en Ela dentro de algunos basikes.