– Señor Hoffman…
El director del hotel dio un respingo y me miró con fijeza.
– Perdone que le moleste -dije-. Lo siento…
Hoffman miró a su alrededor con expresión de desconcierto, y luego pareció recuperar la compostura.
– Señor Ryder -dijo, sonriendo-. ¿Cómo está usted? Espero que todo esté a su entera satisfacción…
– Señor Hoffman, acaba de suceder algo que requiere una atención urgente. Necesito un coche que pueda llevarme a donde voy con la mayor rapidez posible. Me pregunto si podrá usted proporcionármelo sin tardanza.
– ¿Un coche, señor Ryder? ¿Ahora?
– Es un asunto de suma urgencia. Por supuesto, tengo intención de volver cuanto antes, con tiempo de sobra para cumplir con mis compromisos.
– Sí, sí, por supuesto. -Hoffman parecía vagamente preocupado-. Un coche…, sí, no hay ningún problema. En circunstancias normales, señor Ryder, podría proporcionarle también un chófer, o incluso le llevaría gustosamente yo mismo… Pero desgraciadamente, en este preciso momento, mis empleados están todos muy ocupados. Y en cuanto a mí, tengo tantas cosas de que ocuparme… Incluso debo ensayar unas modestas líneas. ¡Ja, ja! Como sabe, también yo voy a pronunciar un pequeño discurso esta noche. Y por trivial que sin duda vaya a resultar comparado con su contribución a la velada, señor Ryder, y con la del propio señor Brodsky, que, dicho sea de paso, ya debería estar aquí, me siento en la necesidad de prepararlo lo mejor que pueda. Sí, sí, el señor Brodsky se está demorando un poco, la verdad, pero no creo que haya que preocuparse. De hecho, éste es su camerino, y estaba comprobando que todo estaba en orden. Es un camerino estupendo. Estoy completamente seguro de que llegará en cualquier momento. Como sabe, señor Ryder, he estado supervisando personalmente la…, bueno, la recuperación del señor Brodsky. Para mí ha supuesto una verdadera satisfacción ser testigo de ella. ¡Tal motivación, tal dignidad! Tanto es así que esta noche, esta noche crucial, tengo plena confianza en él. Oh, sí. Plena confianza. Una recaída, a estas alturas, resulta impensable. ¡Sería un desastre para la ciudad! Y, naturalmente, un desastre para mí. Claro que esto último no sería en absoluto importante, pero, me perdonará, una recaída en esta noche crucial, a estas alturas, permítame decirlo, para mí sería la ruina… En el mismísimo umbral del triunfo…, para mí sería el final… ¡Un humillante final! No podría volver a mirar a la cara a nadie en esta ciudad. Tendría que esconderme. ¡Ja! Pero ¿qué estoy haciendo, hablando de tales improbables eventualidades? Tengo absoluta confianza en el señor Brodsky. Llegará enseguida.
– Sí, estoy seguro de que así será, señor Hoffman -dije-. Y estoy seguro también de que la velada va a resultar un rotundo éxito.
– Sí, sí. ¡Lo sé! -gritó con impaciencia-. ¡No me cabe la menor duda al respecto! Ni siquiera lo habría mencionado…, aún queda mucho tiempo hasta que comiencen los actos. Ni siquiera lo habría mencionado si no fuera por…, por los acontecimientos de esta tarde.
– ¿Acontecimientos?
– Sí, sí. Oh, no se ha enterado… Claro, ¿cómo iba a enterarse? En realidad no hay mucho que contar, señor. Una secuencia de cosas que ha tenido lugar esta tarde, y que ha dado como resultado que el señor Brodsky, cuando lo he dejado hace unas horas, estuviera bebiendo un pequeño vaso de whisky. ¡No, no, señor! Ya sé lo que está pensando. ¡No, no! Me consultó de antemano. Y yo, después de reflexionar sobre el asunto, y de llegar a la conclusión de que en tales excepcionales circunstancias un vasito no le haría ningún daño, accedí a que se lo tomara. Juzgué que era lo mejor, señor. Quizá me equivoqué, ya veremos. Personalmente, no lo creo. Claro que si tomé una decisión errónea, bueno, la velada entera…, ¡puf!, ¡una auténtica catástrofe de principio a fin! Me veré obligado a esconderme para el resto de mis días. Pero el hecho, señor, es que las cosas empezaron a complicarse enormemente esta tarde, y tuve que tomar una decisión. Sea como fuere, el caso es que dejé al señor Brodsky en su casa con su pequeño vaso de whisky. Confío en que no haya seguido bebiendo. Lo único que me ronda la cabeza ahora es que debería haber hecho algo acerca de ese armario… Pero, bueno, seguro que de nuevo estoy siendo extremadamente cauteloso… Después de todo, el señor Brodsky ha hecho tantos progresos que seguro que hay que confiar en él plenamente, plenamente…
Había estado jugueteando con su pajarita, y se volvió al espejo para arreglársela.
– Señor Hoffman -dije-, ¿qué ha sucedido exactamente? Si algo le ha sucedido al señor Brodsky, o si ha sucedido algo capaz de alterar de algún modo el programa de esta noche, debería ser informado de ello de inmediato. Seguro que estará de acuerdo conmigo, señor Hoffman.
El director del hotel se echó a reír.
– Señor Ryder, se está haciendo usted una idea completamente errónea. No tiene que preocuparse en absoluto. Míreme, ¿estoy yo preocupado? No. Toda mi reputación depende de esta noche, y ¿no me ve usted tranquilo y confiado? Le aseguro, señor, que no hay nada de lo que tenga usted que preocuparse.
– Señor Hoffman, ¿a qué se refería usted hace un momento cuando ha mencionado un armario?
– ¿Un armario? Oh, es un armario que he descubierto esta tarde en casa del señor Brodsky. Puede que usted ya sepa que el señor Brodsky vive desde hace muchos años en una vieja granja, no lejos de la autopista del norte. Yo, por supuesto, ya había estado en ella varias veces, pero como las cosas están siempre tan desordenadas…, el señor Brodsky tiene su propio concepto del orden…, bueno, pues no me había parado nunca a inspeccionar detenidamente su casa. Es decir, antes de esta tarde nunca he sabido que tuviera una provisión extra de bebidas alcohólicas. Me ha jurado que se había olvidado de ello por completo. Así que cuando ha salido a relucir lo de tomarse una pequeña copa, cuando yo he dicho, bien, dadas las circunstancias, en vista de las especiales circunstancias derivadas del enojoso asunto de la señorita Collins y demás…, sólo en tales circunstancias, ya ve, le he dicho que estaba de acuerdo en que, bien mirado, y pese al pequeño riesgo que entrañaba, podría venirle bien un trago, sólo para tranquilizarse. Hágase cargo, señor, el hombre estaba tan abatido por el asunto de la señorita Collins… Y ha sido entonces, al decirle que iba al coche a buscar una petaca, cuando el señor Brodsky ha recordado que había un armario que no había vaciado de botellas. Así que he ido a su…, ejem, a su cocina, si se le puede llamar así… En los últimos meses el señor Brodsky ha trabajado mucho reparando esto y lo otro en la casa. La ha mejorado mucho, y ya apenas le llueve ni le nieva dentro, aunque por supuesto aún no hay ventanas que merezcan llamarse como tales… El caso es que el señor Brodsky ha abierto el armario, que en realidad estaba caído hacia un lado en el suelo, y dentro, bueno, había como una docena de botellas viejas. La mayoría de whisky. El señor Brodsky se ha sorprendido tanto como yo. Al principio he pensado, debo admitirlo, que debía hacer algo con ellas. Llevármelas, o tirar el contenido… Pero, como comprenderá, señor, habría sido un insulto. Una gran afrenta al coraje y la determinación que últimamente ha mostrado el señor Brodsky. Y después del duro golpe a su ego que esta misma tarde le ha asestado la señorita Collins…
– Disculpe, señor Hoffman, pero no hace más que mencionar a la señorita Collins, ¿a qué se refiere?
– Ah, la señorita Collins. Sí, bueno, ésa es otra cuestión. Por eso estaba yo en la granja del señor Brodsky. Ya ve, señor Ryder, esta tarde he tenido que ser portador del más triste de los mensajes. Nadie me habría envidiado tal tarea. El caso es que yo llevaba ya cierto tiempo inquieto al respecto, incluso antes de su cita de ayer en el zoo. Estaba preocupado…, bueno, preocupado por la señorita Collins. ¿Quién podía suponer que las cosas iban a ir tan deprisa entre ellos, después de todos estos años? Sí, sí, estaba preocupado. La señorita Collins es una encantadora dama por quien siento la mayor de las consideraciones. No podría soportar que volviera a arruinar su vida a estas alturas. ¿Sabe?, la señorita Collins es una mujer de gran sabiduría, la ciudad entera puede atestiguarlo, pero a pesar de todo…, si viviera usted aquí, seguro que estaría de acuerdo…, siempre ha habido algo de vulnerable en ella. Hemos llegado a respetarla enormemente, y mucha gente ha encontrado en su consejo una inapreciable ayuda, pero al mismo tiempo, cómo diría…, siempre nos hemos sentido protectores respecto a ella. Y cuando el señor Brodsky, con el paso de los meses, se volvió… más él mismo, se plantearon ciertas cuestiones que yo, por lo menos, no había considerado convenientemente de antemano, y bueno, como digo, estaba preocupado. Así que imagínese lo que he sentido, señor, cuando mientras le traía de vuelta a la ciudad después de su ensayo al piano usted ha mencionado inocentemente que la señorita Collins había accedido a verse con el señor Brodsky en el cementerio de St. Peter… Santo Dios, ¡lo rápido que van las cosas! ¡El bueno del señor Brodsky debió de ser en tiempos un verdadero Rodolfo Valentino! Señor Ryder, me he dado cuenta de que tenía que hacer algo enseguida. No podía permitir que la vida de la señorita Collins se viera sumida de nuevo en la miseria, y menos aún como consecuencia de algo que yo, si bien indirectamente, había hecho. Así que hace unas horas, en cuanto me ha permitido usted, tan amablemente, que le dejara en plena calle, he ido a visitar a la señorita Collins a su apartamento. Se ha sorprendido al verme, por supuesto. Le ha sorprendido que haya ido personalmente en una tarde como ésta, con la noche que me espera… En otras palabras: mi sola presencia ha sido harto elocuente… Me ha hecho pasar enseguida, y le he pedido disculpas por lo imprevisto de mi visita, y por el hecho de no abordar el delicado tema que quería tratar con ella con el cuidado y tacto que en circunstancias normales sin duda emplearía. Ella, por supuesto, lo ha entendido perfectamente.