Parte de la fuerza de Astounding residía en sus folletines. Entre ellos destacaron Double Star (Estrella doble) (1956), de Robert Heinlein, una aventura de política interplanetaria, The Naked Sun (El sol desnudo) (1956) de Isaac Asimov, la famosa novela policíaca y de robots desarrollada en un planeta donde el asesinato era físicamente imposible, Close to Critical (Punto crítico) (1958), de Hal Clement, una excelente aventura en el inhóspito planeta Tenebra, y Dorsai, la primera de las crónicas de Gordon R. Dickson sobre sus mercenarios galácticos.
Galaxy propuso muchos menos folletines al convertirse en bimensual, pero pudo enorgullecerse de presentar la novela de Alfred Bester The Stars My Destination (Las estrellas son mi destino) (1956), y Wolfbane (Veneno para lobos) (1957), un intrigante relato sobre cómo los extraterrestres roban literalmente la Tierra. Dicha novela fue una de las últimas colaboraciones genuinas de Frederik Pohl y Cyril Kornbluth.
En conjunto, Astounding brindaba la ciencia ficción más amena, ya que John Campbell conseguía más obras de autores como Harry Harrison, Christopher Anvil y lo mejor de Robert Silverberg y Randall Garrett. Estos dos últimos, firmando con el seudónimo Robert Randall, produjeron una serie de interés absorbente basándose en los hechos que condujeron al éxodo de los israelitas, trasladados a extraterrestres oprimidos por los humanos. La serie comenzó con The Chosen People (El pueblo elegido) en el número de Astounding de junio de 1956 y culminó en la novela The Dawning Light (La luz del amanecer) (1957). La serie continuaría con la publicación de All the King's Horses (Todos los caballos del rey) (enero de 1958). Más tarde, Garrett y Silverberg dejaron de colaborar, y la serie quedó incompleta.
Harry Harrison creó un memorable personaje con Jim di Griz en The Stainless Steel Rat (La rata de acero inoxidable) (agosto de 1957). Murray Leinster (1896-1975) demostró que los veteranos podían escribir tan bien como cualquier otro, produciendo una excelente serie sobre un doctor galáctico llamado Callahan, y su simiesco compañero Murgatroyd, The Mod Service, que se inició con Ribbon in the Sky (Cinta en el cielo) (junio de 1957). Al mismo tiempo, H. Beam Piper lograba el relato definitivo sobre los idiomas extraterrestres, Omnilingus (febrero de 1957), en torno a una investigación relativa a la traducción de la antigua lengua marciana. Y Jack Vance cimentaba su fama de poseer un talento excitante mediante The Miracle Workers (Los obreros milagrosos) (julio de 1958), su novela corta, desarrollada en un mundo donde las facultades parapsicológicas operan al máximo.
Campbell fue criticado a menudo por el énfasis concedido a la ficción que aceptaba la realidad de la percepción extrasensorial o, en término del propio Campbell, «psiónica». Astounding publicó numerosas narraciones de esta naturaleza, finalmente parodiadas en That Sweet Little Old Lady (Esa dulce, pequeña y vieja dama), presentada en folletín en 1959 y publicada como libro con el título Brain Twister (Rompecabezas). Atribuida a Mark Phillips, seudónimo conjunto de Randall Garrett y Laurence Janifer, la novela narraba la búsqueda de un telépata, al que se pedía que localizara a un espía…
La turbulenta década de los cincuenta finalizó. El período indudablemente más activo en el mundo de la revista había presenciado la recuperación de las publicaciones después de la guerra, hasta llegar al punto cumbre de su historia en 1953, recobrarse de nuevo tras la asfixia y caer luego víctima de la calamidad que se abatió sobre ellas al principio de la era espacial. Nadie creería en tal ironía si se presentara en una ficción.
Por fortuna, no todo se reducía a morosidad y desaliento. Mientras las revistas americanas de ciencia ficción sufrían la depresión, en Gran Bretaña y en el resto del mundo las cosas resultaban mucho más prometedoras.
5
En abril de 1956, había en Gran Bretaña cuatro revistas de ciencia ficción autóctonas: Authentic, Nebula, New Worlds y Science Fantasy. New Worlds era la más antigua. Fundada en 1946, dejó de circular poco después, renació en 1949 y, superando una serie de obstáculos subsiguientes, llegó a una periodicidad mensual en abril de 1954. Junto con su compañera bimensual, Science Fantasy, tenía como director a Edward John Carnell.
Nebula, propiedad exclusiva de Peter Hamilton, con sede en Glasgow, Escocia, pese a sus irregulares apariciones contaba con un público sólido, en especial norteamericano, y se procuraba literatura de primera clase, obra de autores destacados, a base de pagar excelentes precios. Administrada con escasos recursos, en la mayoría de los casos cada número se financiaba con el precedente.
Authentic pertenecía a la editorial Hamilton and Co, de Knightsbridge, Londres. El cargo de director acababa de pasar al escritor E.C. Tubb. Hasta entonces, había estado capitaneada por el investigador químico H. J. (Bert) Campbell, pero éste deseaba dedicar más tiempo a su profesión. A Campbell se le permitió elegir a su sucesor. Tubb, en tono humorístico, recuerda así el momento: «Llegué a dirigir una revista por un camino muy simple. Bert Campbell me dijo: "Puesto que prácticamente la estás escribiendo tú solo, también puedes dirigirla"».
Tubb se ajustaba a la verdad hasta cierto punto, ya qué, sirviéndose de infinidad de seudónimos, solía ocupar más de la mitad del número. La situación no se alteró al pasar a director, sobre todo por el deplorable nivel general de los relatos presentados. Conforme se aproximaba el limite de tiempo, Tubb precisaba llenar la edición con sus propias narraciones. El punto de vista de Tubb sobre la calidad literaria y los peligros en que se incurre con la edición de una revista se aplica a todo el campo y demuestra que dirigir una revista no es tarea fácil.
«La proporción entre el material aceptado y el rechazado giraba en torno al uno por veinticinco. Examiné manuscritos con las grapas ya oxidadas y las hojas medio deshechas, producciones desenterradas y pasadas al nuevo director, junto con las devoluciones previas. Además, recibía escritos que no tenía nada que ver con la ciencia ficción. Y algunos tan horrorosos que me forzaban a admirar el optimismo de sus autores.
Para justificar lo antedicho, aclararé que Bert llevaba un registro -que yo conservé- de todos los manuscrito, recibidos, junto con la fecha de aceptación o rechazo. Gracias a ese registro, y a mi curiosidad, resultaba fácil localizar las obras que habían sido enviadas a Bert, rechazadas y devueltas y que en aquel momento me llegaban de nuevo. No hay ningún mal en eso, los editores tienen gustos distintos. De todos modos, entre todo aquello descubrí un cuento francamente bueno, brillante, muy aceptable… Hasta que comprendí la verdad y reconocí en él un relato publicado por Astounding unos doce años antes. Un director poco aficionado a la ciencia ficción no habría reparado en ello. Yo sí, por fortuna. De tal manera, me ahorré una vergüenza y la publicación de un plagio descarado».