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El culto de los OVNI no se manifestó tan sólo en las revistas de Palmer. 1957 fue sin duda alguna el año de los OVNI. El número de febrero de 1957 de Fantastic Universe estuvo dedicado a dicho tema. Se incluían artículos de Ivan T. Sanderson, el famoso explorador y naturalista, y de Gray Barker, editor de The Saucerian Review. Casi toda la parte literaria enfocaba el tema de los platillos volantes. Por ejemplo, Invasión, de Harlan Ellison, un relato de lo que podría suceder si llegasen los platillos. A lo largo de 1957 y 1958, Fantastic Universe ofreció una serie de artículos sobre los OVNI, lo cual motivó que muchos de los lectores aficionados a la ficción le retirasen su adhesión, culpando en parte del hecho al entonces reciente nombramiento de Hans Stefan Santesson como director. Santesson era un popular escritor y editor de literatura de misterio y policíaca, que asistía con regularidad a las reuniones de ciencia ficción y colaboraba en Fantastic Universe con una sección de crítica titulada «Universe in Books». En 1956, cuando Leo Margulies abandonó KingSize Publications para establecer un nuevo mercado, Santesson ocupó su cargo. La calidad de la revista decayó a partir de aquella fecha. Sin embargo, no hay que achacar toda la culpa a Santesson. Se trataba de un síntoma del mal que padecía la ciencia ficción en su conjunto. Aun así, el estigma recayó con rapidez sobre Santesson y su revista. El acrecentado interés por los OVNI exacerbó la situación. Una década después, Santesson contribuiría a la manía del saber OVNI con su propio libro, Flying Saucers in Fact and Fiction (Los platillos volantes en la realidad y la ficción) (1968). No obstante, los escritores consideraban a Santesson como un editor amable, servicial y útil.

Por si esto no bastara, una tercera revista vino a entrometerse en el mercado OVNI. En octubre de 1957, la Amazing Stories publicó un número especial sobre los OVNI, dedicando la mitad de sus páginas a artículos de personajes como Raymond Palmer, Kenneth Arnold, Gray Barker y Richard Shaver. Sólo incluía dos cuentos, ambos relacionados con los OVNI; uno de ellos -obra de Harían Ellison, bajo el seudónimo de Ellis Hart-, Farevvell to Glory (Adiós a la gloria).

Howard Browne abandonó en 1956 la dirección de Amazing Stories al dejar Ziff-Davis para trasladarse a Hollywood. La vacante fue ocupada por Paul W. Fairman, escritor, que poseía cierta experiencia editorial gracias a Amazing y Fantastic y fue el primer editor de If.

Pese a que Howard Browne no gustaba de la ciencia ficción, sus revistas no revelaban tal circunstancia. En cambio, debe suponerse que a Fairman sí le interesaba, ya que se dedicaba al género. Sin embargo, desde el momento en que se hizo cargo de Amazing y Fantastic, ambas cobraron un aspecto pobre y descuidado, con un contenido falto por completo de inspiración, indicando a las claras que Fairman se despreocupaba por entero de ellas, lo cual no significa que no supiera dirigirlas. Adoptaba una política muy sólida: acortar en la medida de lo posible y aspirar al mínimo denominador común. Por desgracia, dicha política surtió efecto. A pesar de la baja calidad de las revistas, que con frecuencia rozaba en lo deprimente, ambas sobrevivieron y prosperaron, mientras otras se hundían.

La actitud de Fairman fue bastante similar a la de Palmer, aunque nunca tan sensacionalista. A mediados de la década de los cincuenta, la mayoría de los lectores de esas revistas se reclutaban entre los adolescentes, seducidos por los vislumbres de la era espacial. Deseaban una literatura de acción rápida y no les importaba gran cosa la caracterización o la introspección. Este tipo de historia se escribía con facilidad y abundaban los escritores novatos deseosos de poner manos a la obra como fuera. Fairman llegó a un acuerdo con un grupito de autores a fin de que produjeran una cantidad de líneas mensuales fijadas de antemano, que pasaban directamente a las prensas con escasa, por no decir ninguna, corrección. Autores como Henry Slesar, Milton Lesser y, sobre todo, Robert Silverberg entregaron al mes sus miles de palabras a cambio de cheques regulares. La situación se prestaba, claro está, al abuso. No obstante, por una especie de gracia salvadora, la mayoría de esos escritores se mostraron concienzudos, pese a no tener ninguna necesidad de serlo. Podían escribir lo que les gustara, como les gustara y, puesto que la mayor parte de sus obras aparecía bajo un seudónimo de la casa, no se exponían a crítica alguna. La práctica del seudónimo de empresa fue, y sigue siéndolo en menor grado, común entre los editores, por cuanto permite publicar bajo la misma firma la obra de varios escritores. Estos seudónimos abundaron en especial en las revistas de Ziff-Davis -con nombres como S.M. Tenneshaw, Alexander Blade y Gerald Vance-, y todavía se desconoce a ciencia cierta el autor de cada una de tales obras. Por fortuna, el talento real no puede mantenerse oculto, y el de Silverberg y el de Ellison se transparentaban lo suficiente para que sus colaboraciones resultaran superiores a las de sus colegas. Silverberg recuerda así aquella época:

El verano de 1955 en Nueva York fue caluroso y deprimente, estableciéndose a diario récords de temperatura y humedad. Sin embargo, en una decrépita casa de apartamentos de la calle 114 Oeste, a la sombra de la Universidad de Columbia, un joven imberbe, de ojos vivos, golpeaba afanosa e incansablemente una máquina de escribir, ya casi humeante, escribiendo día y noche relatos de ciencia ficción, con la furiosa energía de quien acaba de empezar a vender regularmente sus obras y teme descansar por un instante, dejando que se desvanezca el aroma del triunfo.

Aquel joven trabajador se llamaba Robert Silverberg. No era el único escritor atareado que había en el edificio en aquel tiempo. En el piso de al lado, se alojaba un tal Randall Garrett y, en la planta inferior, un refugiado de Ohio llamado Harlan Ellison. Y también ellos hacían trabajar al máximo sus máquinas de escribir.

Fairman efectuó algunos experimentos con sus revistas. Por ejemplo, en junio de 1956, Fantastic dedicó un número especial a los sueños. Su aceptación inspiró a Fairman la idea de una nueva revista de fantasía y ciencia ficción, que se llamaría Dream World. El primer número, fechado en febrero de 1957, se puso a la venta la víspera de Navidad de 1956, aspirando a un cierto nivel cultural al reeditar ciertas historias de P. G. Wodehouse y Thorne Smith. Por desdicha, los números siguientes se rellenaron con las acostumbradas fruslerías, producidas en serie por la «fábrica de ficción». Nacida como bimensual, Dream World consiguió sacar a trancas y barrancas tres números trimestrales, antes de morir para no resucitar jamás.

La suerte de Dream World se limitaba a subrayar la situación dramática en que se hallaban Amazing y Fantastic. Sigue siendo un misterio cómo lograron continuar, a no ser que se explique gracias a su fuerte núcleo de fieles lectores dotados de un inagotable optimismo. A continuación, Fairman decidió sacar provecho del floreciente mercado cinematográfico de ciencia ficción y procedió sin titubeos a publicar una proyectada serie de Amazing Stories Science Fiction Novels. Henry Slesar fue contratado para escribir una novela basada en el guión cinematográfico de Bob Williams y Chris Knopf, basado a su vez en el relato de Charlotte Knight, para la película de la Columbia: 20 Million Miles to Earth! (¡A 20 millones de millas de la Tierra!) (1957). Los efectos especiales de Ray Harryhausen salvaron la película, pero nada podía salvar la novela. Tras el primer número de la serie, en el verano de 1957, no se publicaron más Amazing Novels, aunque el proyecto puso de relieve un posible vínculo entre el cine y las revistas que sería explotado en años siguientes.