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Cuando la tienda de campaña estuvo levantada, y las cajas y envoltorios colocados en su interior, la lluvia había cesado. El nivel de líquido de la botella estaba bastante más bajo, y Gath se sintió más animado para hacer frente a la inevitable reunión. En realidad, deseaba hablar con el cura. Después de todo un año de soledad, cualquier compañía humana parecía buena, dejando aparte aquel desagradable incidente. ¿Querrá acompañarme para cenar?, escribió detrás de una vieja factura. Y firmó con su nombre. Tal vez al tipo le diera miedo presentarse, forma inapropiada de iniciar cualquier tipo de relación. Revolviendo bajo el banco, encontró una caja lo bastante grande y metió su pistola en ella. Itin aguardaba al otro lado de la puerta, por supuesto, ya que le correspondía el turno como «colector de conocimiento». Gath le entregó la nota y la caja.

– ¿Quieres llevar esto al otro hombre? -pidió.

– ¿Es «Otro Hombre» el nombre del otro hombre? -preguntó Itin.

– ¡Por supuesto que no! -estalló Gath-. Se llama Mark. Sólo te he pedido que le entregues esto, no que hables con él.

Como siempre que perdía el control, la mente prosaica de los weskerianos ganaba la partida.

– No me has pedido que hable con él -dijo lentamente Itin-, pero tal vez Mark quiera hablarme. Y otros me preguntarán su nombre. Si no lo sé…

La voz se cortó al dar Gath un violento portazo. En realidad, su reacción no serviría de nada. La próxima vez que viera a Itin (un día, una semana, incluso un mes después), el monólogo proseguiría exactamente en la misma palabra en que se había interrumpido, y la idea seria explayada hasta su rumiado final. Gath maldijo en su interior, mientras vertía el agua sobre dos de los concentrados más sabrosos que le quedaban.

– Adelante -invitó, al oír un golpecito en la puerta.

El sacerdote entró y le devolvió la caja que contenía la pistola.

– Gracias por el préstamo, señor Gath. Aprecio su intención al enviarme esto. No tengo idea alguna respecto a qué causó el desgraciado incidente a mi llegada, pero creo que sería mejor olvidarlo, dado que vamos a vivir juntos en este planeta durante algún tiempo.

– ¿Un trago? -preguntó Gath.

Recogió la caja y señaló la botella que había encima de la mesa. Llenó dos vasos y ofreció uno de ellos al sacerdote.

– Eso es más de lo que yo pensaba -agregó-, aunque sigo debiéndole una explicación por lo sucedido ahí fuera. -Miró ceñudo su vaso por un momento y después lo alzó en dirección al otro hombre-. El universo es muy grande y supongo que debemos acomodarnos lo mejor que podamos. ¡Por la cordura!

– ¡Que Dios sea con usted! -brindó a su vez el padre Mark.

– Ni conmigo ni con este planeta -objetó Gath en tono tajante-. Y ésa es la esencia del problema.

Bebió medio vaso de un trago y suspiró.

– ¿Lo dice para asustarme? -preguntó el sonriente sacerdote-. Le aseguro que no me ha impresionado.

– No pretendía hacerlo. Lo he dicho en un sentido muy literal. Supongo que soy lo que usted llamaría un ateo, de manera que la religión revelada no me interesa en absoluto. En cuanto a estos nativos, tipos arcaicos, sencillos e ignorantes, se las han apañado para llegar hasta aquí sin supersticiones o rasgos deístas…, de ningún tipo. Confiaba en que continuaran lo mismo.

– ¿Qué está diciendo? -preguntó el sacerdote con extrema gravedad-. ¿Quiere decir que no tienen dioses, que no creen en el más allá? ¿Que mueren…?

– Mueren y vuelven al polvo, como el resto de los animales. Conocen el trueno y tienen árboles y agua, sin dioses tronantes, duendes arbóreos o ninfas acuáticas. Carecen de diosecillos deformes, tabúes o hechizos que atormenten y limiten sus vidas. Jamás he encontrado otro pueblo primitivo tan absolutamente libre de supersticiones. Y los weskerianos parecen mucho más felices y cuerdos gracias a ello. Me hubiera gustado mantenerlos en ese camino.

– ¿Quería apartarlos de Dios…? ¿De la salvación?

Los ojos del sacerdote se desorbitaron, y su rostro demostró cierto disgusto.

– No. Quería apartarlos de la superstición hasta que tuvieran más conocimientos y pudieran juzgarla de un modo realista, sin ser absorbidos y quizá destruidos por ella.

– Está insultando a la Iglesia, señor. Al compararla con la superstición…

– Por favor -dijo Gath, alzando su mano-. Nada de argumentos teológicos. No creo que su asociación pagara los gastos de este viaje para tratar de convertirme a mí. Limítese a aceptar el hecho de que he llegado a mis creencias a través de una metódica meditación a lo largo de bastantes años y que ningún tipo de metafísica estudiantil las cambiará. Le prometo no tratar de convertirle…, siempre y cuando haga usted lo mismo conmigo.

– De acuerdo, señor Gath. Tal como me ha recordado, mi misión aquí consiste en salvar estas almas y a eso me atendré. Pero ¿por qué le fastidia mi trabajo hasta el punto de haber intentado evitar que bajara a tierra? Incluso me amenazó con su pistola y…

El sacerdote se interrumpió y miró el contenido de su vaso.

– ¿E incluso le pegué? -inquirió Gath, frunciendo el ceño de repente-. No había razón para hacerlo, y me gustaría decir que lo siento. Acháquelo a mis malas maneras y mi peor temperamento. Viva a solas mucho tiempo y se encontrará haciendo lo mismo. -Meditó sobre sus gruesas manos, extendidas sobre la mesa, leyendo recuerdos en las cicatrices y los callos dibujados en ellas-. Llamémoslo frustración, a falta de una palabra mejor. En su trabajo, sin duda ha tenido infinidad de oportunidades para atisbar lugares aún más oscuros en las mentes humanas, y debería de saber algo sobre motivos y felicidad. He llevado una vida demasiado ocupada para pensar en establecerme y formar una familia, y hasta hace muy poco no me ha hecho ninguna falta. Quizá las radiaciones que se filtran aquí estén reblandeciéndome el cerebro, pero había empezado a considerar un poco a estos peludos y pisciformes weskerianos como mis propios hijos, como si yo fuera responsable de ellos en cierta forma.

– Todos somos hijos de Dios -afirmó el padre Mark en voz baja.

– Bien, aquí hay algunos de sus hijos que ni siquiera imaginan su existencia -replicó bruscamente Gath.

Se sintió de súbito enfadado consigo mismo por permitirse revelar cualquier clase de nobles sentimientos. No obstante, la intensidad de sus emociones se lo hizo olvidar al momento. Se inclinó hacia delante.

– ¿No comprende la importancia de eso? Viva algún tiempo con estos weskerianos y descubrirá una vida sencilla y feliz comparable con el estado de gracia del que la gente como usted habla siempre. Llevan una vida placentera… y no hacen daño a nadie. Debido a las circunstancias, han evolucionado en un mundo casi estéril, de manera que jamás han tenido la oportunidad de salir de una cultura correspondiente a la edad de piedra, desde el punto de vista material. Pero mentalmente son nuestros iguales, o quizá mejores. Todos han aprendido mi idioma, por lo que me resulta fácil explicarles las numerosas cosas que desean saber. El conocimiento les proporciona una auténtica satisfacción. Tienden a resultar exasperantes de vez en cuando, por que todo hecho nuevo ha de ser relacionado con la estructura del resto de las cosas. Ahora bien, cuanto más aprenden, más rápido se vuelve el proceso. Algún día serán semejantes al hombre en todos los aspectos. Tal vez lleguen a superarnos. Si… ¿Querría hacerme un favor?