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En junio de 1958, aparecieron por última vez dos revistas. Venture dejó de publicarse después de diez números, excelentes pero no apreciados, al igual que Science Fiction Adventures, aunque esta última sobreviviría en un medio totalmente distinto, como ya veremos. Su hermana mayor, Infinity, subsistió un poco más, pero sucumbió por fin en noviembre de 1958.

William Hamling advirtió también las señales de peligro. En octubre de 1955, tras el éxito del Playboy de Hugh Heffner, había lanzado la revista para hombres Rogue, que, con bastante frecuencia, incluía relatos de ciencia ficción. Rogue obtenía unos beneficios «respetables» y, sin duda alguna, resultaba más lucrativa que publicar dos mediocres revistas de ciencia ficción. ¿Por qué proseguir con ellas cuando podía publicar ciencia ficción en su revista masculina en papel satinado? Hamling corrió un último riesgo al adaptar Imaginative Tales a la era espacial, cambiando su nombre por el de Space Travel en el número de julio de 1958. Pero sus relatos cortos mantuvieron su insipidez habitual, sólo paliada por las amenas novelas cortas que los acompañaban. Octubre de 1958 fue el mes de la última Imagination, y en noviembre desapareció Space Travel.

Ocho revistas habían cerrado ya un año después del nacimiento de la era espacial, y el final de esa situación no se vislumbraba todavía.

Satellite luchó con valentía. Ya no la dirigía Merwin, sino que la controlaba en esencia Leo Margulies, con la colaboración de Cylvia Kleinman, su esposa, y Frank Belknap Long. Margulies era tan consciente como cualquier otro editor del inminente fracaso. Su táctica consistió en convertir Satellite en una publicación de gran formato. Con anterioridad, tan sólo una revista de ciencia ficción había aparecido así, Science Fiction Plus, en 1953. Pero había fracasado. ¿Triunfaría Satellite? Como nueva publicación de gran formato, disfrutaría de mejores oportunidades en los quioscos, donde las revistas pequeñas se perdían entre la confusión de los libros de bolsillo.

La conversión tuvo lugar en el número de febrero de 1959, al mismo tiempo que la publicación pasaba a mensual. No se trataba, en realidad, de una revista en papel satinado. Estaba impresa en papel barato, y sólo la cubierta -una llamativa franja amarilla, con una audaz ilustración de Alex Schomburg- era de material especial. Al fin y al cabo, sólo contaba la primera impresión. Además de los relatos normales, excelentes, Margulies presentaba una innovación, una sección de reediciones, titulada «Departamento de historias perdidas».

Se trataba de un negocio arriesgado y merecía triunfar. No fue así. Los ingresos resultaron desconsoladores. El número de junio de 1959 murió en la etapa de corrección y jamás fue impreso. No obstante, dos ejemplares fueron depositados en la Biblioteca del Congreso para registrar su propiedad intelectual, y se sabe que existen otros dos, convirtiéndose así en la más rara de todas las ediciones de revistas de ciencia ficción.

Por una ironía, la revista nueva que sobrevivió más tiempo fue Super Science Fiction, editada por el hombre que menos sabía del tema. Scott poseía, en cambio, grandes conocimientos acerca de la comercialización, y del mismo modo que Palmer siguió la tendencia OVNI, Scott apuntó hacia una nueva y floreciente moda: la ciencia ficción matizada de horror.

Los años cincuenta habían sido testigos de una profusión de supuestas películas de ciencia ficción, la mayoría protagonizadas por agresivos monstruos, surgidos de todas partes. Realizadas en general de manera consternadora, hasta el punto de provocar la risa, ello no fue obstáculo para que atrajeran a un numeroso público, sobre todo juvenil. Como es natural, cuando la industria cinematográfica comprendió la potencialidad del campo, se multiplicaron las películas sobre dicha base. En consecuencia, se nos ofrecieron necedades como The Invasion of the Saucer Men (La invasión de los platillos) (1957, basada en un relato de Paul Fairman, cosa nada sorprendente), I Was a Teenage Frankenstein (Yo fui un Frankenstein adolescente) (1957), I Married a Monster from Outer Space (Me casé con un monstruo del espacio) (1958) y, por supuesto, The Blob (La gota), (1958), protagonizada por Steve McQueen.

Cosa extraña, la primera revista que se especializó en el género fue británica. Screen Chills and Macabre Stories nació en el otoño de 1957. Ofreciendo algunos artículos y relatos sacados de las películas, encontró escasa acogida y no tardó en liquidar.

El mercado americano respondió mejor a este tipo de publicación. En enero de 1958, Famous Monsters of Filmland obtuvo unas ventas fenomenales y adoptó con gran rapidez una periodicidad bimensual. Poco tenía que ver con la ciencia ficción, y si bien presentaba algún relato ocasional, carecía de verdadero interés. E ironías de la suerte, la dirigía Forrest J. Ackerman, el aficionado número uno de la ciencia ficción. Ackerman, apasionado desde niño por las películas de terror y ciencia ficción, había reunido una inmensa colección en su Ackermansion, donde se aloja también la más completa colección de libros y revistas de ciencia ficción y horror existente en el mundo, que yo sepa. Durante años, Ackerman se había esforzado por iniciar una revista de ciencia ficción, pero sus planes se frustraban en las etapas finales. El aborto más reciente había sido el de Sci-Fi preparada para su publicación en 1957, pero que nunca apareció. Ackerman acuñó en 1955 el término sci-fi, en las páginas de Spaceway. Desde entonces, llegó a ser la abreviatura más usada de ciencia ficción, con gran disgusto de los puristas, que la juzgan como sinónimo del mínimo denominador común de lo más ínfimo del género.

Con Famous Monsters, no obstante, Ackerman acertó con la cuerda sensible, y su publicación inició el auge de las revistas de monstruos, que se prolongó hasta la década de los sesenta. (Robert C. Sproul, de Web Terror, lanzaría posteriormente la suya propia, For Monsters Only.) También tuvo sus repercusiones en el mundo de la revista de ciencia ficción, puesto que provocó la defección de W. W. Scott. Scott, en el número de abril de 1959, transformó Super-Science Fiction en revista de monstruos. Sin embargo, no la rellenó con una multitud de fotografías tomadas de las películas o con artículos semiserios, sino que la mantuvo con la misma apariencia, con relatos de fondo como Vampires from Outer Space (Vampiros del espacio), Mournful Monster (Monstruo afligido) y The Huge and Hideous Beasts (Las enormes y horribles bestias), la mayoría escritos por Robert Silverberg. Resulta imposible determinar en qué proporción aumentó esto las ventas de Super SF o retrasó su desaparición, pero sólo se publicaron tres números más, hasta octubre de 1959. Por entonces, numerosos aficionados a la ciencia ficción se alegraron de ello, pues si bien la revista había ofrecido algunas buenas narraciones, como The Gentle Vultures (Los dóciles buitres), de Isaac Asimov (diciembre de 1957), su calidad había disminuido muy pronto.

A finales de 1959, sobrevivían nueve revistas de ciencia ficción en todo el continente norteamericano, siendo así que dos años antes existían más de veinte. La cifra se reduciría aún más en el transcurso del año siguiente.