Выбрать главу

—¿Por qué corremos? —grito la cabo Tradlo cerca de Toller, entrecortando sus palabras con jadeos—. ¿Qué ganamos con agotarnos… si no puede… conseguirse nada?

«Buena pregunta», pensó Toller. Justo se le acababa de ocurrir que tenía poco sentido escapar en el transmisor de materia de los alienígenas a un planeta que estaba a punto de ser destruido.

—Aún puede hacerse mucho —replicó Greturk—. El problema está en hacerlo deprisa.

—¿Qué puede hacerse?

La pregunta surgió de varios humanos al mismo tiempo.

—El objeto blanco que esta siendo arrastrado hacia la placa de transferencia por mis hermanos, es una versión simplificada de la máquina que se usó para transportar este planeta a su presente localización. El plan es llevarlo a Overland y usarlo para desplazar el planeta una corta distancia. Unas cuantas decenas de kilómetros serán suficientes para desestabilizar al Xa y hacer que su eje comience a desviarse. Bajo esas condiciones, la resituación de Dussarra no podrá llevarse a cabo.

Toller se detuvo con un traspié al borde del círculo de luz verde, con la mirada fija en la caja blanca.

—¿Cómo va a mover eso todo un planeta? —dijo con tono de asombro—. Es demasiado pequeño…

Incluso en un momento de prisa desesperada había una nota de ironía en la respuesta de Greturk.

¿Qué tamaño debe tener el punto de apoyo de una balanza, Toller Maraquine?

Antes de que Toller pudiera hablar más se produjo un enorme zumbido que provenía directamente de arriba, donde aparecieron unas hileras de luces en medio de la oscuridad. Las luces estaban en posiciones fijas con respecto a las otras, dando la impresión de pertenecer a una enorme nave espacial que estaba situándose por encima de ellos. El opresivo zumbido aumentaba y disminuía a un ritmo creciente, creando un contundente efecto sonoro que aturdía la mente y el cuerpo.

—¡Corred al centro de la placa! —Greturk se agitaba y revoloteaba como un pájaro protector alrededor del grupo de humanos, azuzándolos para que se moviesen—. ¡No tenemos más tiempo!

Aún cogiendo la mano de Vantara, Toller avanzó hasta el área circular de metal cobrizo, de unos diez metros de diámetro. Steenameert y las otras tres mujeres se apiñaron en el disco con él, y el grupo se aglutinó con unos cuantos alienígenas que se habían reunido alrededor de la caja blanca…

Y de repente, sin ninguna sensación física, el salto interplanetario tuvo lugar.

Las visiones de la noche estridente y llena de luces del planeta Dussarra se desvanecieron en un instante, y una dulce oscuridad envolvió a los viajeros. «Esto es imposible», pensó Toller, paralizado durante un momento por las dudas, dándose cuenta de que, aunque había sido forzado a aceptar intelectualmente la idea del transporte instantáneo, en el fondo siempre había tenido la convicción de que no sería posible. No había sentido siquiera una punzada o un hormigueo en el cuerpo que le informase de que estaba siendo transportado a través de millones de kilómetros de espacio, y sin embargo… Una simple mirada al viejo cielo ricamente adornado le dijo a Toller que se encontraba en las pacíficas praderas de su planeta.

Habiendo crecido en Overland y pasado su vida de adulto volando de una punta a la otra de su superficie, Toller tenía la capacidad casi instintiva de usar el planeta gemelo como un reloj y una brújula. Un breve vistazo a Land, que estaba perfectamente centrado en la cúpula del cielo, le bastó para saber que se hallaba en el ecuador de Overland y posiblemente a unos setenta u ochenta kilómetros al este de la capital, Prad. El hecho de que el gran disco de Land estuviese casi perfectamente dividido en dos partes de noche y día demostraba que el alba estaba próxima a rayar, lo cual confirmaba lo que Greturk había dicho sobre la hora de la resituación de Dussarra.

Cuando volvió su atención a los asuntos terrestres, vio en la penumbra que varios de los alienígenas se habían arrodillado junto a la caja blanca. Habían abierto una pequeña puerta en un lateral, y uno de ellos estaba ajustando algo rápidamente en su interior. Un momento después cerró la puerta de golpe y se levantó de un salto.

—El impulsor está funcionando ahora, y se activará dentro de cuatro minutos… —extendió los brazos y realizó violentos movimientos agitando las manos, una señal que, incluso sin la ayuda telepática, los humanos comprendieron en seguida—. ¡Retiraos tras la línea de seguridad!

Hubo un movimiento general para alejarse de la máquina. Toller sintió unas manos menudas que le instigaban a apresurarse, y entonces se le ocurrió que los dussarranos, a pesar de su apariencia monstruosa, eran unos altruistas de primer orden.

Habían llegado hasta límites extremos y se habían expuesto a peligros insospechados, sin ningún otro deseo que preservar la existencia de una cultura totalmente desconocida. Toller estaba bastante seguro de que no se habría comportado asi en circunstancias semejantes, e inmediatamente sintió una oleada de emociones entremezcladas —respeto y afecto— hacia estos dussarranos. Corrió con los demás —perdiendo el contacto con Vantara—, y se detuvo cuando los otros lo hicieron, a unos sesenta metros del enigmático rectángulo.

—¿Es suficiente esta distancia? —preguntó a Greturk, tratando de imaginar el desencadenamiento de fuerzas de magnitud suficiente como para alterar el letargo de un planeta en el tiempo y el espacio, sólidamente complacido en su sombría órbita.

—Esta distancia es segura —replicó Greturk—. Si el propulsor no hubiera sido construido clandestinamente y con tantas prisas, estaría protegido de forma que no sería necesario alejarse de él. Idealmente, también se habría construido con unos amplios puntos de anclaje, de forma que no pudiera volcarse. El director Zunnunun, al adelantar la hora de la resituación, nos ha obligado a recurrir a planes de emergencia.

Toller frunció el entrecejo, con su mente aún abrumada por las ideas y conceptos parcialmente absorbidos.

—¿Qué le ocurriría a un hombre que estuviese demasiado cerca del impulsor cuando… cuando hiciese lo que tiene que hacer?

—Se produciría un conflicto de geometrías —los ojos de Greturk flotaban como dos lunas en el gris crepúsculo—. Los átomos constituyentes del cuerpo se partirían un millón de veces, en un millón de capas…

—Me dijeron que mi abuelo murió de esa forma —dijo Toller en voz baja—. Debió de haber sido instantáneo e indoloro, pero creo que en ese aspecto no me gustaría parecerme a él.

—Estaremos a salvo mientras nos mantengamos a esta distancia de la máquina —replicó Greturk, mirando a su alrededor—. A salvo de los efectos de la máquina.

—¿Cuanto tiempo falta para que se active el Xa?

Greturk no consultó ningún cronómetro, pero su respuesta fue inmediata:

—Algo menos de siete minutos.