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—Y sólo faltan tres minutos para que esa cosa… el impulsor, haga su trabajo… — Toller inspiró con satisfacción y miró a los otros humanos—. Parece que estamos bastante seguros. ¿Qué os parece, amigos kolkorroneses? ¿Nos preparamos para celebrar nuestra salvación?

—¡Estoy dispuesto a tomarme unos cuantos vasos de vino tinto kailiano en cuanto tú lo estés! —gritó Steenameert sinceramente.

Todos los demás humanos prorrumpieron en vítores y agitaron sus brazos para mostrar su acuerdo, observados por los silenciosos alienígenas.

Toller se sintió profundamente agradecido cuando Vantara se acercó a él y apoyó la mano en la suya. Visto bajo la luz naciente previa al amanecer, su rostro era imposiblemente hermoso, y de repente sintió que toda su vida no había sido más que un preludio a ese momento de suprema justificación. Se había enfrentado a un reto digno del auténtico Toller Maraquine, había arrostrado todas las exigencias que se le habían presentado sin echarse atrás, y ahora llegaba el grande y esperado momento de la recompensa…

—Estaba tan ocupado felicitándome por mi buena suerte que casi no he pensado en ti ni en tus compañeros, a los que debemos tanto —dijo a Greturk—. ¿Podréis volver sin problemas a Dussarra?

—Por el momento volver significará tener algunos problemas, pero tengo asuntos más serios de los que preocuparme en este momento —Greturk examinaba los alrededores como si todos los oscuros penachos de hierba pudieran ocultar a un enemigo mortal—. Mi principal temor es que el Director Zunnunun haya enviado a los vadavaks contra nosotros. Desde luego que hemos hecho todo lo posible por dificultar esa persecución, pero los recursos de Zunnunun son mayores que los nuestros…

—¿Qué son esos vadavaks? —dijo Toller—. ¿Son unas bestias feroces que no pueden eludirse?

—No —los pensamientos de Greturk estaban teñidos de una especie de embarazo—. Son dussarranos que nacieron con un defecto importante en las zonas del cerebro relacionadas con la percepción y la comunicación. Están incapacitados para la comunicación directa con otros dussarranos. Para nosotros es lo mismo que para vosotros la sordera.

—Pero… ¿por qué hay que tenerles miedo?

—Ellos no experimentan el reflujo. Son capaces de matar.

—¿Te refieres —dijo Toller, comprendiendo de repente el embarazo de Greturk— a que son como nosotros?

—Para un dussarrano corriente, quitar la vida es una abominación suprema.

—Entonces… la razón de eso no es tanto la ética, como el miedo a la reacción… — Toller sabía que podía ofender al alienígena que tanto los había ayudado, pero fue incapaz de contener sus palabras—. Después de todo, vosotros, nobles dussarranos, estabais dispuestos a aniquilar a toda la población de mi planeta. ¿No ofendía eso vuestra delicada sensibilidad? ¿Está bien matar si se hace a distancia?

—Nosotros hemos arriesgado nuestras vidas para proteger a tu pueblo —contraatacó Greturk—. No decimos que seamos perfectos, pero…

—Te pido perdón por mi ingratitud y mis burdos modales —le cortó Toller—. Pero si estás tan preocupado porque esos vadavaks puedan aparecer de la nada, ¿no es posible ajustar los mandos del propulsor y hacer que actúe antes? Cuatro minutos parecen demasiado tiempo para esperar.

—Elegimos cuatro minutos para dar margen a algunas variables, como tener que retroceder en un terreno difícil. Ahora que la máquina ha sido activada, su proceso interno no puede adelantarse o retrasarse. Tampoco puede anularse para que vuelva a su estado inerte.

Steenameert, que había estado escuchando el diálogo con atención, levantó la mano.

—Si la máquina es inmune a las interferencias… si no puede ser desactivada… ¿no estamos en una posición inviolable? ¿No es demasiado tarde para que el enemigo trate de interponerse?

—Con tiempo suficiente, habríamos construido el impulsor prácticamente inmune a las interferencias —los ojos de Greturk aletearon durante un momento. Tal como está, puede ser neutralizado simplemente si se vuelca…

—¿Qué? —Steenameert dirigió a Toller una mirada de perplejidad—. ¿Sólo con eso ya dejaría de funcionar?

Greturk sacudió la cabeza de una forma sorprendentemente humana. El impulsor no será afectado internamente de ninguna manera, pero si no se mantiene en posición horizontal, con su línea de acción pasando por el centro del planeta, sus energías motrices se derrocharan.

—Entonces… —Toller se interrumpió.

Un ligero aliento frío atravesó su mente, una imperceptible sacudida de inquietud tan diminuta y fugaz que bien podía haber sido producto de su imaginación. Levantó la cabeza, tomando distancia de la conversación, y pasó revista a los alrededores. Nada parecía haber cambiado. La pradera llegaba hasta el horizonte, que se volvía irregular por las bajas colinas del norte; a poca distancia, la cubierta del impulsor resplandecía plácidamente en la luz grisácea del temprano amanecer. Incluso el incongruente grupo de dussarranos y humanos tenía exactamente el mismo aspecto que antes, pero sin embargo se sintió vagamente alarmado.

En un impulso levantó la vista al cielo, y allí, centrado sobre Land y casi tocando el límite del lado oscuro del planeta, había una parpadeante estrella amarilla. Supo en seguida que lo que veía era el Xa, situado a miles de kilómetros más arriba.

Acababa de identificarlo, cuando llegó hasta él una débil voz telepática, tensa, debilitada, torturada, descendiendo desde el cenit:

—¿Por qué me estás haciendo esto, Amado Creador? Por favor, por favor, no me mates…

Con la extraña sensación de un intruso, Toller habló a Greturk en voz baja.

—El Xa es… desgraciado.

—Fue una suerte para todos que la complejidad creciente del Xa nos permitiese…

De repente Greturk se encogió, experimentando un espasmo de dolor, y se volvió hacia el este. Los otros dussarranos hicieron lo mismo. Toller siguió sus miradas, y su corazón tembló al ver que la pradera que antes estaba vacía era ahora el escenario de unas cincuenta figuras vestidas de blanco. Estaban a unos cuatrocientos metros de ellos, y por encima había una elipse de luz verde que se desvanecía con rapidez.

—¡Los vadavaks vienen por nosotros! —Greturk retrocedió inútilmente un paso—. ¡Y están muy cerca!

Toller miró a Greturk.

—¿Están armados?

—¿Armados?

—¡Sí, armados! ¿Llevan armas?

Greturk empezó a temblar, pero su respuesta telepática fue clara y controlada:

—Los vadavaks están armados con enervadores, unos instrumentos de corrección social especialmente diseñados por el Director Zunnunun. Los enervadores son unas barras azules con la punta roja incandescente. El más leve contacto con una de esas puntas causa un dolor intenso, y paraliza durante varios minutos.

—He oído hablar de armas más temibles —dijo Toller desdeñosamente, apretando la mano de Vantara antes de soltarla y apoyando un brazo alentador en el hombro de Steenameert—. ¿Qué opinas, Baten? ¿Les damos una lección a esos pigmeos presuntuosos?

—El contacto con una barra enervadora causa dolor y parálisis —añadió Greturk—. Los vadavaks llevan un enervador en cada mano. El contacto con las dos barras causa la muerte.

—Eso es ya un asunto más serio —dijo Toller con sobriedad, observando la mancha blanca borrosa sobre el fondo verde pardo, que era la única manifestación del enemigo hasta el momento—. ¿Cuánto tiempo para que se produzca la muerte?