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«¿Será posible?», se preguntó Toller. «¿Vamos a salir indemnes a pesar de todo? Debe de quedar poco tiempo para que funcione el impulsor, y si los vadavaks son lo bastante estúpidos como para no cambiar sus tácticas…»

Con el rabillo del ojo percibió fugazmente algo blanco: un alienígena apareció tras uno de los extremos de la línea de batalla, y corrió hacia la forma rectangular del impulsor. Toller salió disparado en una carrera que le permitió interceptarlo a medio camino del margen de seguridad. El vadavak se detuvo patinando sobre la hierba y se volvió hacia Toller, con el mármol lechoso de sus relucientes ojos bajo el casco. Blandía una de las barras enervadoras como si fuese un florete, sacudiéndola y dando estocadas con la punta incandescente, tratando de llegar a hacer contacto con la piel del brazo de Toller que sostenía la espada.

Toller lo desafió con pequeños golpes laterales de su espada, que iban cercenando el extremo de la amenazadora barra. El alienígena la soltó, transfirió la otra barra a su mano derecha y reanudó el duelo, aparentemente sin amilanarse. Toller, plenamente consciente de que estaba dentro del radio mortífero del impulsor, decidió concluir el asunto rápidamente con una serie de golpes imparables. Estaba a punto de lanzarse hacia adelante cuando oyó un ruido a su lado. Se giró justo a tiempo para ver a un segundo vadavak arremetiendo hacia su diafragma con la barra enervadora. Toller hizo todo lo posible por evitar la malévola punta, pero ésta llegó a tocarlo y el dolor se propagó por todo su pecho. Cayó de rodillas, jadeando, y los dos oponentes, ahora avanzando a un paso más pausado, aparentemente saboreando su momento de victoria, se acercaron a él con las barras alzadas.

Un segundo toque de las puntas rojas le produciría la muerte, como le habían avisado, y era obvio que los vadavaks querrían asegurarse administrándole múltiples contactos. Pero él no tenía intención de aceptar la muerte tan fácilmente, habiendo tanto en juego. A pesar del debilitante dolor que inundaba todo su cuerpo, hizo un esfuerzo desesperado por alzar la espada y parar la acometida de las barras, y se emocionó al comprobar que sus brazos respondían casi con velocidad y control normales.

Los vadavaks, comprendiendo bruscamente el peligro, trataron de agredirle con los enervadores, pero ahora su espada se movía velozmente en un arco defensivo casi invisible. Las barras negras fueron destruidas y apartadas en un instante, y Toller se levantó. Uno de los alienígenas salió corriendo para ponerse a salvo; el otro fue traspasado cuando se volvía para huir. Toller retiró la espada del cuerpo contorsionado y de nuevo se sumó a la batalla principal. Advirtió un dolor en las piernas durante los primeros pasos, pero rápidamente desapareció, y sacó la conclusión de que el enervador dussarrano era bastante deficiente cuando se usaba contra un humano robusto y saludable.

Eso le pareció un augurio favorable, pero cuando volvió a la pelea vio que la situación había empeorado en el breve rato que había estado apartado. Una de las mujeres estaba en el suelo rodeada de vadavaks que trataban de punzarle con sus enervadores de refulgentes puntas. Temiendo que la figura inerte pudiera ser Vantara, Toller se abrió paso hacia los atacantes con un áspero grito de rabia. Llegó a ellos al mismo tiempo que Steenameert, cogiéndolos desprevenidos, y en un espacio de tiempo increíblemente breve —un tiempo de feroz niebla roja salpicada de bullentes corpúsculos brillantes— los dos habían reducido al menos a cinco de los enemigos a una masa sangrienta.

La mujer del suelo resultó ser la cabo Tradlo. Uno de los enervadores le había dado en la garganta, y su pelo estaba enmarañado y manchado de sangre: era obvio que estaba muerta.

Toller alzó los ojos y vio que las restantes mujeres se habían dividido en pares, cada uno de ellos ocupado en un estrecho combate. A su izquierda, Jerene y Mistekka se habían encargado de cuatro vadavaks y según las apariencias se desenvolvían bien contra el ataque; a la izquierda, Vantara y Arvand estaban casi ocultas por un gran grupo de alienígenas que presionaban por todos los lados.

Sorprendiéndose del descuido de los alienígenas por un tema esencial como proteger los flancos, Toller hizo una seña a Steenameert con la cabeza y los dos se arrojaron contra el grupo arremolinado de figuras blancas. De nuevo llevaron a cabo una temible matanza en un abrir y cerrar de ojos, inflingiendo terribles heridas sangrantes que derribaban a las víctimas de inmediato o bien las hacían alejarse tambaleándose a ciegas, para desmoronarse y expirar en charcos de sangre.

Seguían llegando más alienígenas de todas partes, pero Toller comenzó a apreciar un cambio en la situación general. Los vadavaks, careciendo incluso de un rudimentario sentido para la batalla, insistían en su ataque con un fervor infatigable a pesar de la manifiesta falta de éxito; y sus fuerzas estaban siendo reducidas rápidamente. Dirigiendo una mirada sobre la compleja escena, Toller calculó que al menos la mitad de los vadavaks estaban aún en pie, y una porción de ellos comenzaba a moverse de modo más lento e inseguro.

Faltaba menos de un minuto para que el impulsor liberase las energías que desplazarían el planeta, y a partir de ese momento, los guerreros de Zunnunun, presumiblemente, no tendrían ya razón para continuar la lucha. Quedarían satisfechos con retirarse en ese momento y poner fin al número de muertos. Sintiendo resurgir su optimismo, Toller se arriesgó a mirar en dirección a Greturk y sus compañeros dussarranos, esperando una señal de que la máquina estaba a punto de funcionar. Sufrió una especie de conmoción al comprobar que los alienígenas habían desaparecido. El único indicio de que habían estado allí antes era una mancha verde en el aire matutino, que se desvanecía con rapidez.

Un instante después Toller tuvo que pagar el precio de haberse distraído del mortífero conflicto que ocurría a su alrededor. Un dolor le recorrió súbitamente cuando algo tocó su hombro izquierdo, y un instante después se repitió la sensación en la cadera del mismo lado. Había sido golpeado dos veces desde atrás con los enervadores, pero esta vez, milagrosamente, el efecto fue menos devastador que la vez anterior y pudo mantenerse de pie. El atacante, que claramente esperaba una muerte rápida y fácil, estaba aún con la boca abierta cuando Toller le lanzo un sablazo con la intención de cortarle el cuello. El golpe no llegó a acertar del todo, debido a su parcial parálisis, y la punta de la espada no llegó más allá de la garganta del vadavak, rajándole limpiamente la tráquea. Éste se llevó la mano a la garganta y retrocedió rápidamente, sólo para ser empalado por detrás con la espada que empuñaba la figura de cabellos oscuros de Mistekka.

—Estos grandes punzones son muy divertidos —dijo a Toller; sus ojos castaños destellando al tiempo que apartaba al alienígena agonizante—. Estoy empezando a comprender por qué siempre llevas uno.

—¡Pero no te descuides!

Apenas había hablado Toller cuando oyó un aullido de dolor procedente de Steenameert. Se dio la vuelta y vio que su amigo estaba rodeado por cuatro vadavaks que trataban de estoquearlo con los enervadores; al menos uno de ellos había logrado hacer blanco.

—¡Aguanta de pie, Baten! —gritó Toller.

Se lanzó hacia allí, seguido inmediatamente por Mistekka y la figura más robusta de Jerene. Cayeron sobre los atacantes de Steenameert en una arremetida asesina que, en lo que pareció un simple pestañeo, tuvo un efecto notable en el equilibrio de las fuerzas. Steenameert había sido golpeado por los enervadores varias veces, y estaba derrumbándose a pesar de los esfuerzos de Arvand por mantenerlo en pie; pero cuando Toller echó un vistazo alrededor se le levantó la moral al ver que se les estaban acabando los oponentes vivos. De las fuerzas atacantes originales, sólo quedaban dos de pie en la inmediata cercanía, y estaban totalmente ocupados con Jerene y Mistekka.