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Otros tres vadavaks, tras haberse enfrentado por primera vez a un enemigo fuerte y armado, se retiraban desalentados, huyendo a través de la pradera hacia el punto en donde se habían materializado. Los únicos otros movimientos de los alienígenas, advirtió Toller con alivio, ocurrían en la alfombra blanca y roja de heridos. Era una tragedia haber perdido a una de las kolkorronesas, pero…

—¡Detrás de ti, Toller!

El grito de advertencia de Jerene llegó demasiado tarde. Toller oyó el repentino movimiento espantosamente cerca, y se dio cuenta de que se había confiado demasiado. Había creído con demasiada seguridad que los diminutos vadavaks no tenían la tenacidad de un auténtico guerrero. Ahora sintió una curiosa sensación debilitante en la pantorrilla de la pierna izquierda. No hubiera podido decir que fuera de dolor, pero sin embargo había recibido la herida más seria de su vida. Bajó la mirada y vio que una espada kolkorronesa, casi con seguridad la de Tradlo, le había llegado hasta el hueso de la pierna. Chocó hacia atrás con el vadavak herido que había estado tumbado sobre el suelo, fingiéndose muerto y esperando su oportunidad de atacar. El alienígena suspiró y se apartó rodando, hasta que la punta de la espada de Jerene lo encontró.

—Tenemos que acabar con todos —gritó Jerene—. ¡Sin piedad!

—¡Manteneos lejos de la máquina! —gritó Toller, preguntándose por qué Vantara no mostraba más su capacidad como comandante de Jerene—. ¡Va a detonar, o lo que sea, en cualquier momento!

Jerene asintió e indicó a las combatientes que se separasen más de la caja, que ahora resplandecía como nieve recién caída en la luz del amanecer.

—Y será mejor que echemos un vistazo a tu pierna.

—No es…

Toller se miró la pierna y sintió un mareo momentáneo al ver una gran boca roja abierta atravesándole la pantorrilla. La sangre resbalaba por el tobillo hacia el suelo, y de las profundidades de la herida le llegó la fugaz visión del hueso. Cuando trató de mover la pierna, su pie permaneció obstinadamente fijo en el suelo.

—Hay que coser eso ahora mismo —dijo Jerene con voz dura y desprovista de emoción—. ¡Que alguien me traiga los instrumentos de campaña!

Toller se dejó tender en el suelo junto a Steenameert, que empezaba a mostrar signos de recuperar la conciencia. Sintió náuseas, y se alegró de poder ceder toda la responsabilidad a otro durante un rato, incluso cuando comenzó el dolor de la costura. Con las manos entrelazadas apoyadas sobre la barbilla, Toller apretó los dientes y trató de olvidarse del dolor pensando en el impulsor. ¿Cómo sería el momento crucial? ¿Oirían grandes explosiones o se cegarían con destellos de luces? ¿Y por qué necesitaba tanto tiempo la maldita caja para liberar toda su energía?

—Seguramente han pasado más de cuatro minutos desde que llegamos aquí —dijo a aquellos que se habían reunido alrededor para observar cómo le arreglaban la pierna—. ¿Qué os parece? ¿Veis que ocurra algo?

Steenameert, que estaba tumbado de cara al cielo, sorprendió a Toller respondiendo a su pregunta como si nunca hubiera estado inconsciente.

—No sé lo que hará esa maravillosa caja blanca, Toller, pero creo que algo extraño ocurre allá arriba.

Señaló directamente hacia el cenit y los otros siguieron su indicación. Toller torció la parte superior del cuerpo, gruñendo al molestar involuntariamente el trabajo que le estaban haciendo en la pierna, y miró al centro del cielo. El enorme disco de Land estaba dividido en partes iguales por el límite de iluminación, y justo en el medio de la línea central aparecía la parpadeante estrella amarilla que los observadores conocían como el Xa. Pero habían tenido lugar algunos cambios desde que Toller lo vio por primera vez.

El Xa se había vuelto mucho más brillante —ahora parecía un sol en miniatura, y sus parpadeos se habían vuelto tan rápidos que casi se fundían unos con otros. Toller pensó que había estado tan preocupado con el impulsor de Greturk y los acontecimientos que lo rodeaban, que prácticamente se había olvidado del impulsor infinitamente mayor que se había expandido en la zona de ingravidez. La atención general centrada en el distante Xa pareció abrir una puerta telepática:

—¡No puedo creer que estes haciéndome esto, Amado Creador! —el mensaje cargado de angustia llegó a través del espacio áureo—. Después de todo lo que he hecho por ti, estás adelantando el momento de mi muerte… Te lo imploro, Amado Creador, no me niegues unos minutos más de tu valiosa compañía…

—¿Qué está pasando aquí? —gruñó Toller, arrancando la aguja y la sutura de los dedos de Jerene e incorporándose hasta sentarse—. Greturk nos dijo que esa maldita caja de trucos haría su trabajo antes que el Xa… antes de que Dussarra fuese lanzado a otra galaxia, pero tal como van las cosas…

Se quedó en silencio, y un sudor frío brotó de su frente cuando se dio cuenta de que él y todo lo que conocía —todo su planeta, de hecho— podía estar al borde de la destrucción instantánea.

Steenameert se incorporo sobre un codo.

—Tal vez sea imperfecto el aparato de Greturk. Nos dijo que lo construyeron con demasiadas prisas. Los dussarranos cometen errores también, y puede que el mecanismo de retraso del que habló no haya…

La voz de Steenameert se apagó y sus ojos se abrieron más al señalar con un dedo tembloroso algo que había detrás del hombro de Toller.

Toller siguió su mirada y maldijo brutalmente al ver algo que tenía el poder de consternarle, incluso en ese momento de acontecimientos pasmosos y cruciales. Era la figura resplandeciente de un vadavak que se había escondido durante los momentos caóticos del final de la batalla, para aparecer ahora junto a la caja del impulsor. El entrenamiento profesional debía haberle hecho más fuerte que los dussarranos normales, porque mientras los humanos observaban petrificados se agachó, puso las manos debajo del impulsor, y después lenta pero ininterrumpidamente se enderezó.

El impulsor se inclinó al unísono con su movimiento y cayó sobre un lado. Un instante después, casi como si hubiera sido activado por el impacto, algo en el interior de la caja mecánica comenzó a emitir un chirrido.

Toller trató de levantarse, pero su pierna izquierda se negó a sostener su peso y se derrumbó dolorosamente sobre el suelo.

—Éste es el último aviso —gritó, sufriendo el tormento de no poder moverse—. Hay que levantar la máquina; si no, ¡estaremos perdidos!

Miró a las tres mujeres que estaban ante él, deseando que realizaran lo que él no podía. Mistekka y Arvand seguían contemplándolo, como congeladas por un nuevo temor. Vantara cayó de rodillas, se cubrió la cara y comenzó a sollozar.

—Espero que me asciendan por esto —exclamó Jerene.

Se levantó de un salto, cogió la espada y se lanzó a correr hacia el impulsor. La fuerza de sus sólidos miembros, el ímpetu de un corredor de carreras, la impulsó a través de la entorpecedora hierba a una velocidad que Toller dudó poder igualar, incluso estando sano.

El solitario vadavak, demostrando un valor y resistencia mucho mayores que los de sus derrotados compañeros, decidió no retirarse. Se dirigió hacia Jerene y, cuando estaba a unos pasos de ella, se lanzó hacia sus tobillos. Ella lo paró parcialmente con un sablazo —un toque encarnado se añadió inmediatamente a la paleta descolorida de la escena— pero el alienígena logró rodear con sus manos una de las espinillas de Jerene y la hizo caer. Después siguió un momento en el que fue imposible ver lo que estaba ocurriendo, un momento en el que Toller quedó mudo por la ansiedad, y entonces Jerene se levantó y siguió corriendo.