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—Porque… —Bartan levantó la vista al cielo, como buscando inspiración—. Cassyll, no es normal… No es natural… es un presagio. Algo va a pasar.

Cassyll empezó a reírse.

—¡Pero si tú eres la persona menos supersticiosa que conozco! Y ahora hablas como si ese planeta errante hubiera aparecido en el firmamento con el único propósito de perseguirte.

—Bueno… —Bartan esbozó una sonrisa reticente, recuperando su apariencia juvenil—. Quizás tengas razón. Supongo que debí de haber acudido a ti inmediatamente. Hasta que Berise murió, no me he dado cuenta de lo que dependía de ella para conservar el equilibrio.

Cassyll asintió comprensivamente, como siempre encontrando difícil de aceptar que Berise Drumme llevara cuatro años muerta. La joven morena, vivaracha, indómita, daba la impresión de que iba a vivir eternamente; pero había sido fulminada en pocas horas por una de esas misteriosas enfermedades de origen desconocido que hacían tomar conciencia a los practicantes de la medicina de lo poco que sabían.

—Fue un duro golpe para todos… —dijo Cassyll—. ¿Acaso has vuelto a beber?

—Sí —Bartan detectó preocupación en los ojos de Cassyll y le tocó el brazo—. Pero no como en la época en que conocí a tu padre; no traicionaría a Berise de ese modo. Ahora, con uno o dos vasos de licor de bayas por la noche tengo bastante.

—Ven a mi casa esta noche y tráete un buen telescopio. Tomaremos una taza de algo caliente y echaremos un vistazo… Mira, hay otro trabajo para ti: necesitaremos un nombre para ese misterioso planeta.

Cassyll dio una palmada en la espalda a su amigo y señaló con la cabeza hacia el arco de entrada del palacio, indicando que ya era hora de que acudiesen a la reunión con la Reina.

Una vez dentro del sombrío edificio fueron directamente a la cámara de audiencias, atravesando pasillos casi vacíos. En los tiempos del rey Chakkell el palacio era además la sede del gobierno, y estaba por lo general atestado de oficiales; pero la política de Daseene había sido dispersar la administración general en edificios independientes y usar el palacio exclusivamente como residencia particular. Sólo asuntos tales como la defensa aérea —por la que se tomaba un interés especial— eran considerados lo bastante importantes como para merecer su atención personal.

A la puerta de la cámara se encontraban dos ostiarios, sudando bajo el peso de las tradicionales armaduras de brakka. Reconocieron a los dos hombres, y les permitieron la entrada sin demora. El aire de la sala estaba tan caliente que Cassyll se sofocó inmediatamente. En su vejez, la reina Daseene se quejaba continuamente de tener frío, y las habitaciones que ocupaba debían mantenerse a una temperatura que casi todos los demás encontraban insoportable.

La única persona en la sala era Lord Sectar, el canciller fiscal, cuyo trabajo era controlar los gastos de estado. Su presencia era otro indicio de que la reina trazaba planes para recuperar el Viejo Mundo. Era un hombre grande y con una gran panza, de unos sesenta años, con un rostro mofletudo que en condiciones normales ya estaba enrojecido, y que con el excesivo calor de la habitación se había vuelto totalmente encarnado. Saludó con un gesto a los recién llegados, señaló discretamente al suelo y a los tubos calefactores escondidos, alzó los ojos para expresar consternación, se secó el sudor de la frente y fue a colocarse junto a la ventana parcialmente abierta.

Cassyll respondió a la muda explicación con un exagerado encogimiento de hombros que expresaba su impotencia, y se sentó en uno de los bancos curvos encarados hacia la silla real de alto respaldo. Inmediatamente volvió a sus pensamientos el misterioso planeta azul de Bartan. Se le ocurrió que había asimilado demasiado a la ligera aquel fenómeno. ¿Cómo podía materializarse un mundo así en las regiones cercanas del espacio? Se habían visto aparecer estrellas nuevas en el cielo, y por tanto también podía suponerse que a veces desapareciesen, quizás por alguna explosión, tal vez dejando como restos unos planetas. Cassyll podía imaginarse a esos mundos vagando por la oscuridad del vacío interestelar, pero sin embargo las probabilidades de que entrasen en el sistema planetario parecían insignificantes. Quizás la razón por la que no había sentido el grado esperado de sorpresa era porque en el fondo no se lo había creído. Después de todo, una nube de gas podía tener la apariencia de una roca sólida…

Cuando un guardián abrió la puerta y golpeó el suelo con una vara de punta metálica para anunciar la llegada de la reina, Cassyll se levantó del banco. Daseene entró en la habitación, despidió a las dos damas de compañía que le habían hecho séquito hasta la puerta y se dirigió a su silla. Era delgada y de aspecto frágil, aparentemente cargada por el peso de sus ropas de seda verde, pero había una innegable autoridad en el modo en que indicó a los otros que se sentasen.

—Gracias por haber venido en este antedía —dijo con voz aguda pero firme—. Sé que vuestro tiempo está muy ocupado, así que iré directamente al motivo de esta reunión. Como ya sabréis, he recibido un despacho anticipado de la expedición a Land. Su contenido puede resumirse como sigue…

Daseene describió con detalle los hallazgos de la expedición, sin ningún titubeo ni ayuda de notas. Cuando hubo terminado, examinó al grupo con ojos penetrantes, bajo la cofia adornada de perlas sin la cual nunca aparecía en público. Como ya había ocurrido en otras ocasiones, Cassyll pensó que si hubiera hecho falta, Daseene podría haber tomado las riendas del reino de Kolkorron en cualquier momento del mandato de su marido, y hubiera realizado bien la tarea. Era cuando menos sorprendente que hubiera escogido permanecer en la sombra, excepto en algunos pocos casos en que estaban por medio los derechos de las mujeres del reino.

—Creo que ya habréis adivinado mi propósito al convocaros a esta reunión —siguió, hablando en kolkorronés formal—. Considerando que dentro de tres días tendré un informe completo de los comandantes de la expedición, tal vez califiquéis mis acciones de precipitadas, pero he llegado a una etapa de mi vida en la que detesto perder aunque sólo sea una hora.

»Tengo intención de enviar sin demora una flota a Land. Pretendo restablecer Ro- Atabri como una capital viva antes de que yo muera; en consecuencia necesito decisiones vuestras este mismo antedía. También espero que el trabajo de llevar a la práctica esas decisiones empiece en cuanto pase la noche breve. Así que… ¡manos a la obra, caballeros! Mi primera pregunta es ésta: ¿qué tamaño debe tener la flota? Primero tú, Lord Cassyll. ¿Qué opinas?

Cassyll parpadeó al ponerse en pie. Así era el estilo de gobierno impuesto por el último rey Chakkell al objeto de adaptarse a las necesidades de los pioneros del nuevo mundo; en este momento, Cassyll Maraquine no estaba seguro de que fuese el más apropiado.

—Su Majestad… como súbditos leales, todos compartimos el deseo de recuperar el Viejo Mundo, pero ¿puedo señalar respetuosamente que no estamos en el estado de terrible emergencia que caracterizó a la época de la Migración? De momento no tenemos ninguna prueba de que Land sea habitable para nosotros; por lo tanto, lo más prudente sería secundar la primera expedición con otra de cuerpo principalmente militar, equipado con aeronaves que podrían reensamblarse en Land y utilizarse para sobrevolar y examinar el planeta.

Daseene sacudió la cabeza.

—Eso es demasiado prudente para mí, y no tengo mucho tiempo para la prudencia. Tu padre me habría aconsejado otra cosa.

—Ya no estamos en los tiempos de mi padre —dijo Cassyll, huraño de repente.

—Quizás no o quizás sí, pero seguiré tu consejo sobre las aeronaves. Propongo enviar… cuatro. ¿Qué te parece esa cantidad?