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– Lord Peter Wimsey, eso es. ¡Dios mío! Su nombre me suena. Está relacionado con… ¡Ah! ¡Ya sé! Notes of the Collection Incunabula, por supuesto. Un pequeño libro muy erudito, si me permite decirlo. Sí. Dios mío. Será un privilegio intercambiar impresiones con otro coleccionista literario. Me temo que mi biblioteca es limitada, pero tengo una edición del Gospel de Nicodemus que puede interesarle. ¡Dios mío! Sí. Estoy encantado de haberle conocido de este modo. ¡Válgame Dios! Están tocando las cinco. Debemos marcharnos, o recibiré una reprimenda de mi mujer. Buenas tardes, señora Tebbutt. Espero que su marido se encuentre mejor mañana; de verdad creo que ya tiene mejor aspecto.

– Muchas gracias, señor. Tom siempre está encantado de verlo. Estoy segura de que usted le hace mucho bien.

– Dígale que se anime. Las quejas siempre deprimen. Sin embargo, ahora ya ha pasado lo peor. Le enviaré una botella de vino de Oporto tan pronto como se recupere y pueda bebérselo. Tuke Holdsworth de 1908 -añadió el párroco, en un inciso, dirigiéndose a Wimsey-. No le haría daño ni a una mosca. Sí. ¡Dios mío! Bueno, tenemos que irnos. Me temo que mi coche no es nada del otro mundo, pero es más amplio de lo que parece. En los bautizos nos las hemos arreglado para caber unos cuantos, ¿eh, señora Tebbutt? ¿Querrá sentarse a mi lado, lord Peter? Su sirviente y su… ¡Dios mío! ¿Y su equipaje? ¡Ah! ¿Lo ha dejado en Frog's Bridge? Le diré al jardinero que vaya a buscarlo. No se preocupe, allí está seguro; por aquí somos todos gente honesta, ¿no es así, señora Tebbutt? Claro que sí. Colóquese esta manta en las piernas. Sí, insisto. No, no, gracias. Puedo ponerlo en marcha yo solo. Ya estoy acostumbrado a hacerlo. Ya está, ¿lo ve? Si estiro unas cuantas veces la palanca, se pone en marcha con la misma energía que una campana. ¿Todo en orden ahí atrás, amigo? Bien. Excelente. Buenas tardes, señora Tebbutt.

El coche, vibrando sobre la carrocería, se alejó por la carretera recta y estrecha. Dejaron atrás una casa y entonces, de un modo bastante repentino, a su derecha, a través de la cortina de nieve, vieron una mole gris gigantesca.

– ¡Por todos los santos! -exclamó Wimsey-. ¿Es ésta su iglesia?

– Sí -dijo el párroco, orgulloso-. ¿Le parece impresionante?

– ¡Impresionante! -exclamó Wimsey-. Pero si parece una pequeña catedral, no tenía ni idea. ¿Es muy grande su parroquia?

– Cuando se lo diga, no se lo va a creer -respondió el párroco, riéndose-. Nada menos que trescientos cuarenta feligreses. Asombroso, ¿verdad? Pero ocurre lo mismo en todos los pantanos. Esta zona es conocida por el tamaño y la magnificencia de las iglesias. Aun así, nos gusta pensar que somos únicos, incluso en esta parte del mundo. Se construyó sobre una antigua abadía y, en otra época, Fenchurch St Paul fue un lugar bastante importante. ¿Cuánto diría que mide la torre?

Wimsey alzó la vista.

– Por la noche es difícil calcularlo, pero diría que no menos de cuarenta metros.

– No está mal. Treinta y nueve metros, para ser exactos, hasta el extremo de los pináculos, aunque parecen más porque el tejado de la cúpula está muy bajo. No hay muchas iglesias que nos ganen. La de St Peter Mancroft, por supuesto, pero es una iglesia de ciudad. Y la de St Michael, en Coventry, que mide cuarenta metros sin la aguja. Sin embargo, me atrevería a apostar que Fenchurch St Paul las gana a todas en la belleza de las proporciones. La verá mejor desde el otro lado. Vamos. Siempre toco el claxon cuando llego aquí; la pared y los árboles hacen que sea un paso peligroso. A veces pienso que deberíamos levantar el muro del cementerio un poco más hacia dentro, para el bien de todos. ¡Ah! Ahora ya puede hacerse una idea. ¿No es preciosa la línea de la cúpula? A la luz del día lo apreciará mucho mejor. Aquí está la vicaría, justo enfrente de la iglesia. Siempre toco el claxon antes de cruzar la verja por si hubiera alguien por los alrededores. Los arbustos no dejan ver demasiado bien el camino. ¡Por fin en casa, sanos y salvos! Estoy seguro de que querrá sentarse junto al fuego y beberse una taza de té, o algo más fuerte. Siempre toco el claxon en la puerta de casa, para que mi mujer sepa que he llegado. Se pone muy nerviosa cuando anochece y todavía no he vuelto. Los diques y los pantanos hacen que las carreteras de por aquí sean muy peligrosas, y yo ya no soy el que era. Me temo que llego un poco tarde. ¡Ah! Mi mujer. Agnes, querida, siento llegar tarde, pero he traído a un huésped. Ha tenido un accidente con el coche y se quedará con nosotros esta noche. ¡La manta! ¡Permítame! Me temo que este asiento es una especie de res augusta. Tenga cuidado con la cabeza. Perfecto. Querida, te presento a lord Peter Wimsey.

La señora Venables, una plácida y rellenita figura en la puerta, recibió la invasión con gran tranquilidad.

– ¡Qué suerte que mi marido le haya encontrado! ¿Un accidente? Espero que no se haya hecho daño. Yo siempre digo que estas carreteras son como trampas mortales.

– Gracias -dijo Wimsey-. Estamos bien. Nos salimos de la carretera, en Frog's Bridge, creo.

– Un lugar muy complicado, y aún gracias que no fue a parar al sumidero de los diez metros de profundidad. Pase y siéntese, así entrará en calor. ¿Es su sirviente? Sí, claro, ¡Emily! Acompaña al criado de este señor a la cocina y prepárale una cama.

– Y dile a Hinkins que coja el coche y vaya a Frog's Bridge a buscar el equipaje del señor -añadió el párroco-. El coche de lord Peter está allí. Será mejor que vaya enseguida, antes que empeore el tiempo. Y, Emily, dile que hable con Wilderspin y que se pongan de acuerdo para sacar el coche de la cuneta.

– Ya lo haremos mañana por la mañana -dijo Wimsey.

– Sólo para asegurarnos. Será lo primero que hagamos mañana por la mañana. Wilderspin es el herrero, un tipo excelente. El sabrá cómo solucionar el problema. ¡Dios mío! Entre, entre. Nos tomaremos un té. Agnes, querida, ¿le has dicho a Emily que lord Peter se quedará esta noche con nosotros?

– Sí, ya está todo preparado -contestó la señora Venables tranquilizándolo-. Theodore, espero que no hayas cogido frío.

– No, no, querida. Me he abrigado bien. ¡Dios mío! Pero ¿qué veo? ¿Bollos?

– Estaba deseando comerme un bollo -dijo Wimsey.

– Pues siéntese y coma a gusto. Debe estar usted hambriento. Normalmente no tenemos este mal tiempo. ¿Preferiría un whisky con agua?

– Tomaré un té. ¡Tiene un aspecto fantástico! Señora Venables, es realmente amable de su parte apiadarse así de nosotros.

– Para mí es un placer poder ayudar -contestó la mujer con una amplia sonrisa-. De verdad, no creo que haya nada más peligroso que estas carreteras en invierno. Fue una suerte que tuviera el accidente relativamente cerca del pueblo.

– Sí que lo fue -opinó Wimsey entrando en un acogedor salón con las mesas llenas de objetos decorativos, con el fuego bailando detrás de un casto dosel tapizado de terciopelo y el juego de té de plata preparado encima de la brillante bandeja-. Me siento como Ulises, llego a puerto después de la tormenta y el peligro.

Luego le dio un buen mordisco al bollo.

– Tom Tebbutt parece que hoy está mucho mejor -dijo el párroco-. Es muy mala suerte que tenga que guardar cama precisamente ahora, pero debemos agradecer que no haya sido nada peor. Sólo espero que no enferme nadie más. Creo que el joven Pratt lo hará muy bien; esta mañana ha realizado dos series enteras sin ningún error, y es realmente aplicado. Por cierto, quizá deberíamos avisar a nuestro huésped de que…

– Creo que sí -repuso la señora Venables-. Lord Peter, mi marido le ha pedido que se quede esta noche, pero quizá debería haberle mencionado que posiblemente no pueda dormir demasiado, al estar tan cerca de la iglesia. Aunque tal vez a usted no le moleste el ruido de las campanas.

– En absoluto.

– Mi marido es un campanero brillante -continuó la señora Venables-, y como es Nochevieja…