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– Claro que podrá, estoy seguro -dijo el párroco, entusiasmado-. Sin embargo, como dice mi esposa, me temo que le estoy pidiendo mucho. Nueve horas son demasiadas. Tendremos que conformarnos con quinientos cambios o algo así…

– Ni hablar -le cortó Wimsey-. Nueve horas o nada. Insisto. Y, posiblemente, cuando me haya escuchado será nada.

– ¡Bah! ¡Tonterías! Emily, dile a Hinkins que reúna aquí a todos los campaneros a las…, digamos, ¿a las seis y media? Todos tienen tiempo de llegar, excepto quizá Pratt, que vive al final de Tupper's End, pero yo puedo tocar la ocho hasta que llegue él. ¡Esto es estupendo! Se lo aseguro, no puedo creerme la asombrosa coincidencia de su llegada. Es una muestra del maravilloso modo en que el cielo nos facilita incluso la ejecución de nuestros placeres, siempre que sean inocentes. Espero, lord Peter, que no le importe si hago una pequeña referencia a este hecho en mi sermón de esta noche. No sé si podrá considerarse un sermón; apenas unos deseos apropiados para el año nuevo y las oportunidades que nos brindará. ¿Puedo preguntarle dónde suele tocar?

– Ahora, en realidad, en ningún sitio; pero cuando era un niño tocaba en Duke's Denver, y cuando vuelvo a casa por Navidad todavía toco.

– ¿En Duke's Denver? Sí, claro, en la iglesia St John ad-Portam-Latinam, muy bonita; la conozco bastante bien. Aunque creo que estará de acuerdo conmigo en que nuestras campanas son mejores. Bueno, si me disculpa, voy a preparar el salón para la reunión.

El párroco salió del salón y su mujer se dirigió al invitado:

– Es muy amable de su parte satisfacer la afición de mi marido. Este carrillón significa mucho para él, y ha tenido que superar muchas contrariedades. Aunque me parece horrible darle cobijo y después hacerlo trabajar tan duro toda la noche.

Wimsey le volvió a asegurar que el placer era suyo.

– Insisto en que descanse al menos unas horas -fue todo lo que pudo añadir la señora Venables-. ¿Quiere subir y ver su habitación? Seguro que querrá darse un baño. Cenaremos a las siete y media, si conseguimos que mi marido lo deje libre a esa hora y, después, puede echarse un rato. Le he instalado aquí. ¡Ah!, ya veo que su sirviente lo tiene todo preparado.

– Bien, Bunter -dijo Wimsey cuando la mujer se marchó y lo dejó a solas para que se aseara bajo la insuficiente luz de una pequeña lámpara y una vela-. Parece una cama cómoda pero, por lo visto, no voy a poder disfrutarla demasiado.

– Eso he deducido de las palabras de la señora, milord.

– Es una pena que no puedas sustituirme con las campanas, Bunter.

– Señor, le aseguro que por primera vez en mi vida me arrepiento de no haber estudiado campanología.

– Siempre es un placer descubrir que todavía hay cosas que no sabes hacer. ¿Lo has probado alguna vez?

– Sólo una, milord, y en aquella ocasión casi tuvimos que lamentar un accidente. Debido a mi inexistente destreza manual, casi acabo colgado de una de las cuerdas, milord.

– Ya está bien de hablar de desgracias -atajó Wimsey de mala manera-. Ahora no estoy investigando nada y no quiero hablar de trabajo.

– Por supuesto que no, milord. ¿Deseará que le afeite?

– Sí, empecemos el año nuevo con la cara limpia.

– Muy bien, milord.

Cuando bajó, limpio y afeitado, al salón, Wimsey descubrió que la mesa estaba a un lado y que había ocho sillas colocadas en círculo. Había siete ocupadas por hombres de varias edades: desde un señor muy mayor y arrugado con una larga barba hasta un joven con el pelo despeinado por un remolino. En el centro, el párroco parloteaba como un afable mago.

– ¡Ah! Ya está usted aquí. ¡Espléndido! ¡Excelente! Bueno, señores, les presento a lord Peter Wimsey, enviado providencialmente para sacarnos de la dificultad. Me ha dicho que hace algún tiempo que no toca, de modo que supongo que no les importará invertir un poco de tiempo para facilitarle que vuelva a acostumbrarse a los asideros. Ahora le presentaré a todos. Lord Peter, le presento a Hezekiah Lavender, que lleva sesenta años tocando la tenor y que pretende seguir tocándola durante veinte años más. ¿No es cierto, Hezekiah?

El señor mayor sonrió y le tendió una mano huesuda.

– Es un placer conocerlo, milord. Es cierto, he tocado la vieja Sastre Paul una infinidad de veces. Nos compenetramos muy bien y pretendo seguir tocándola hasta que toque los nueve sastres, el repique de muertos, sí señor.

– Espero que viva muchos años para hacerlo realidad, señor Lavender.

– Ezra Wilderspin -continuó el párroco-. Es el mayor y toca la campana más pequeña. Curioso, ¿verdad? Por cierto, es el herrero, y ha prometido que tendrá su coche listo mañana por la mañana.

El herrero sonrió tímidamente, estrechó los dedos de Wimsey con su enorme mano y volvió a sentarse en su silla algo confundido.

– Jack Godfrey. Campana número siete. ¿Cómo está Batty Thomas, Jack?

– Bien, gracias, señor, desde que le cambiamos los gorrones.

– Jack tiene el honor de tocar la campana más anticua -añadió el párroco-. Thomas Belleyetere de Lynn creó a Batty Thomas en 1338, pero el nombre le viene del abad Thomas, que la restauró en 1380, ¿no es así, Jack?

– Así es, señor -asintió el señor Godfrey.

– El señor Donnington, el patrón del Red Cow, nuestro coadjutor -continuó el párroco, presentando a un hombre bizco, alto y delgado-. Debería haberle presentado en primer lugar, por el cargo que ocupa, pero su campana no es tan antigua como Sastre Paul o Batty Thomas. Se encarga de la número seis, Dimity, una recién llegada en cuanto a forma, aunque el metal es antiguo.

– Y una de las más dulces del conjunto -aseguró rotundamente el señor Donnington-. Es un placer conocerlo, milord.

– Joe Hinkins, mi jardinero. Creo que ya lo conoce. Se encarga de la número cinco. Harry Gotobed, de la número cuatro. Es nuestro sacristán. Y él es Walter Pratt, nuestra última adquisición, se encargará de la número tres y lo hará de fábula. ¡Qué bien que hayas podido llegar a la hora, Walter! Ya estamos todos. Usted, lord Peter, se encargará de la campana del pobre William Thoday, la número dos, Sabaoth. A ésta y a la número cinco las restauraron el mismo año que a Dimity, el año del jubileo de la reina. Pongámonos a trabajar. Aquí tiene su asidero, siéntese al lado de Walter Pratt. Nuestro viejo amigo Hezekiah será el director; ya verá cómo puede cantar las notas tan alto y claro como las campanas, a pesar de sus setenta y cinco años. ¿No es cierto, viejo amigo?

– Claro que sí -repuso el viejo, alegremente-. Ahora, chicos, si estáis preparados, tocaremos un pequeño 96, sólo para que este caballero coja el ritmo, ¿de acuerdo? Recuerde, milord, que empieza con un simple toque con la treble y luego se incorpora al ritmo lento hasta que la campana vuelva a bajar.

– De acuerdo. Y después hago los tercios y los cuartos.

– Exacto, milord. Y luego, tres pasos hacia delante y uno hacia atrás hasta que la toque por detrás.

– Empecemos, compañeros.

El viejo asintió y añadió:

– Y tú, Wally Pratt, concéntrate en lo que estás haciendo y no pierdas el ritmo. Te lo he repetido una y otra vez. De acuerdo, ¿listos, señores? ¡Adelante!

El arte de la campanología es algo característico de Inglaterra y, como todas las características inglesas, es incomprensible para el resto del mundo. Los belgas, por ejemplo, que son muy musicales, consideran que lo más adecuado para un conjunto de campanas cuidadosamente afinadas es tocar una melodía. Para los campanólogos ingleses tocar melodías es un juego de niños, perfecto para los extranjeros; ellos creen que el uso adecuado de las campanas es realizar permutaciones y combinaciones matemáticas. Cuando hablan de campanas, no se refieren a la música de los músicos, y todavía menos ¡i lo que el hombre corriente conoce como música. Para el hombre corriente, en realidad, el repique de las campanas no es más que un ruido molesto, únicamente tolerable cuando la distancia lo mitiga o cuando existe alguna relación sentimental. En cambio, el campanero inglés distingue diferencias musicales entre un método de realizar las permutaciones y otro; por ejemplo, asegura que las campanas traseras siempre suenan mejor cuando tocan 7,5,605,6, 705,7,6, y puede localizar, cuando acontecen, los quintos de Tittums consecutivos y los tercios en cascada del repique de la reina. Sin embargo, lo que realmente quiere decir es que, con el método inglés de tocar con cuerda y polea, cada campana ofrece la nota más completa y noble. Esta pasión, porque lo es, encuentra satisfacción en la totalidad y la perfección mecánica de las matemáticas y, cuando la campana se balancea rítmicamente de arriba hacia atrás y otra vez abajo, él se llena de la embriaguez solemne que produce realizar a la perfección el complicado ritual. Para cualquier espectador desinteresado que echara un vistazo al ensayo, hubiera resultado bastante absurdo observar las ocho caras de concentración, los ocho cuerpos en tensión colocados en círculo alrededor del salón, los ocho brazos derechos levantados, agitando decorosamente los asideros de las campanas arriba y abajo; sin embargo, para los campaneros, todo aquello era igual de serio e importante que una reunión de la Cámara de los Lores.