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El viejo le sonrió.

—Lo ha notado ¿verdad?

—¿Eh? ¿Si he notado qué?

—Sólo observe un rato, amigo. Sólo observe un rato.

El viejo siguió su camino. No pasaba ningún taxi vacío y George estuvo bastante tiempo allí hasta que se dio cuenta. Se le aflojó la mandíbula. Luego cerró la boca y entró de nuevo en el bar. Fue a una cabina telefónica y llamó a Pete Mulvaney.

Marcó tres números equivocados hasta que al fin lo atendió Pete.

—Habla George Bailey, Pete. Escucha, ¿te has fijado en el tiempo?

—Claro que sí. No hay relámpagos, y tendría que haberlos en una tormenta como ésta.

—¿Qué significa, Pete? ¿Los invasores?

—Claro. Y esto es sólo el comienzo si... — Un crujido en la línea le tapó la voz.

—Eh, Pete, ¿aún estás allí?

El sonido de un violín. Pete Mulvaney no tocaba el violín.

—Eh, Pete, ¿qué cuernos...?

De nuevo la voz de Pete.

—Ven aquí, George. El teléfono no durará mucho tiempo. Trae... — Hubo un zumbido y luego una voz dijo —: ...vengan a Carnegie Hall. Las mejores melodías vienen...

George colgó bruscamente.

Caminó por la lluvia hasta la casa de Pete. En el camino compró una botella de whisky. Pete había empezado a decirle que trajera algo y tal vez era eso.

Era eso.

Se sirvieron un trago cada uno y brindaron. Las luces fluctuaron brevemente, se apagaron, y luego se encendieron de nuevo pero con menos intensidad.

—No hay relámpagos — dijo George —. No hay relámpagos y pronto no habrá iluminación. Están adueñándose del teléfono. ¿Qué hacen con los relámpagos?

—Supongo que los comen. Deben comer electricidad.

—No hay relámpagos — dijo George —. Demonios. Puedo arreglarme sin teléfono, y las velas y las lámparas de aceite no alumbran mal... pero echaré de menos los relámpagos. Me gustan los relámpagos. Demonios.

Las luces se apagaron por completo.

Pete Mulvaney bebió despacio en la oscuridad. Dijo:

—Luz eléctrica, refrigeradores, tostadoras eléctricas, aspiradoras...

—Tocadiscos automáticos — dijo George —. Piénsalo, no habrá que aguantarlos más. No habrá más altoparlantes, ni... Oye, ¿y las películas?

—No habrá películas, ni siquiera mudas. No puedes hacer funcionar un proyector con una lámpara de aceite. Pero escucha, George, no habrá automóviles... ningún motor de gasolina funciona sin electricidad.

—¿Por qué no, si usas una manivela en vez de conectar el arranque?

—La chispa, George. ¿Cómo crees que se produce la chispa?

—Correcto. Tampoco habrá aviones, entonces. ¿Ni siquiera aviones de reacción?

—Bien, supongo que algunos aviones de reacción podrían adaptarse a la falta de electricidad, pero no harías mucho con ellos. Un avión de reacción tiene más instrumentos que motor, y todos esos instrumentos son eléctricos. Y no puedes hacer volar ni aterrizar esos aviones por intuición.

—No habrá radar. Pero ¿para qué lo necesitamos? No habrá más guerras en mucho tiempo.

—Un tiempo demasiado largo.

George se incorporó de golpe.

—Oye, Pete, ¿y la fisión atómica? ¿La energía atómica? ¿Aún funcionará?

—Lo dudo. Los fenómenos subatómicos son básicamente eléctricos. Te apuesto a que también pierden los neutrones sueltos.

(Habría ganado la apuesta; el gobierno no había anunciado que una bomba A probada ese día en Nevada se había apagado con el siseo de un cohete mojado y que las pilas atómicas estaban dejando de funcionar.)

George meneó la cabeza lentamente, intrigado.

—Tranvías y autobuses — dijo —,transatlánticos... Pete, esto significa que volveremos a la fuente original de los caballos de fuerza. Los caballos. Si quieres invertir, compra caballos. Sobre todo yeguas. Una yegua reproductora valdrá mil veces su peso en platino.

—Correcto. Pero no olvides el vapor. Aún tendremos máquinas de vapor, estacionarias y móviles.

—Claro, tienes razón. De nuevo el caballo de hierro para los viajes largos. Pero el noble bruto para los cortos. ¿Sabes montar, Pete?

—Sabía, pero creo que ya estoy un poco viejo. Me inclinaré por una bicicleta. Oye, será mejor que consigas una bicicleta mañana a primera hora, antes que todos corran a comprarlas. Sé que yo iré a comprar una.

—Buen dato. Y yo solía ser buen ciclista. Será magnífico sin autos que estorben. Y otra cosa...

—¿Qué?

—También compraré una corneta. Tocaba una cuando era chico y puedo empezar de nuevo. Y quizá luego me encierre en alguna parte y escriba esa nove... Oye, ¿qué pasará con la imprenta?

—Se imprimían libros mucho antes de la electricidad, George. Llevará un tiempo readaptar la industria editorial, pero seguirá habiendo libros. Gracias a Dios.

George Bailey sonrió y se levantó. Caminó hasta la ventana y observó la noche. La lluvia había cesado y el cielo estaba limpio.

Un tranvía estaba parado, sin luces, en medio de la calle. Un auto se detuvo, luego arrancó más despacio, se detuvo de nuevo; los faros se opacaban rápidamente.

George miró el cielo y bebió un sorbo de whisky.

—No hay más relámpagos — dijo con tristeza —. Echaré de menos los relámpagos.

El cambio fue menos violento de lo que nadie hubiera imaginado.

El gobierno, en una sesión de emergencia, tomó la sabia decisión de crear un comité con autoridad absolutamente ilimitada y debajo de él sólo tres comités subsidiarios. El comité principal, llamado Secretaría de Readaptación Económica, tenía sólo siete miembros y su función era coordinar los esfuerzos de los tres comités subsidiarios y decidir, rápidamente y sin apelaciones, toda querella jurisdiccional entre ellos.

El primero de los tres comités subsidiarios era la Secretaría de Transporte. Inmediatamente se hizo cargo, en forma temporaria, de los ferrocarriles. Ordenó que las máquinas Diesel fueran llevadas a vías laterales y abandonadas, organizó el uso de las locomotoras de vapor y resolvió los problemas creados por ferrocarriles sin telegrafía ni señales eléctricas. Luego decretó qué se debía transportar: alimentos en primer lugar, luego carbón y fuel oil, y artículos manufacturados esenciales en el orden de su importancia relativa. Un cargamento tras otro de radios nuevas, cocinas eléctricas, refrigeradores y otros artículos inútiles fueron amontonados irrespetuosamente a lo largo de las vías para ser usados más tarde como chatarra.

Todos los caballos fueron declarados bajo protección gubernamental, clasificados de acuerdo con su capacidad, y puestos a trabajar o a reproducir. Los caballos de tiro eran usados sólo para los acarreos más esenciales. El programa de reproducción recibió el mayor énfasis posible; la secretaría estimó que la población equina se duplicaría en dos años, se cuadriplicaría en tres, y que en seis o siete años habría un caballo en cada garaje del país.

Los granjeros, privados provisionalmente de sus caballos, y con los tractores oxidándose en los campos, recibieron instrucciones para usar bovinos para arar y otras faenas, incluyendo el acarreo de corta distancia.

El segundo comité, la Secretaría de Reempleo Humano, funcionaba tal como uno deduciría del título. Otorgaba beneficios por desempleo a los millones privados temporariamente de trabajo y contribuía a reemplearlos, una tarea no tan difícil teniendo en cuenta el gran incremento de la demanda de mano de obra en muchos campos.

En mayo de 1957 había treinta y cinco millones de desocupados; en octubre, quince millones; en mayo de 1958, cinco millones. En 1959 la situación estaba totalmente dominada y la demanda competitiva ya empezaba a elevar los salarios.

El tercer comité tenía la función más difícil de los tres. Se llamaba Secretaría de Readaptación de las Fábricas. Encaraba la tremenda tarea de convertir fábricas llenas de máquinas operadas por electricidad y, en su mayoría, adaptadas para producir otras máquinas operadas por electricidad, para la producción, sin electricidad, de artículos esencialmente no eléctricos.