Fue aquél un día de aventura para el primer ministro, pero ni aun en el frente fue capaz de escapar al problema que planteaba Rusia. En el cuartel general de Montgomery le estaba esperando un mensaje de Londres. Era de Eden, quien le preguntaba si sería conveniente acudir a la conferencia de San Francisco, en vista de la actitud arrogante de la Unión Soviética. «¿Cómo podremos sentar las bases de un Nuevo Orden, en el mundo, si existe tal ausencia de confianza en las relaciones entre Rusia y los angloamericanos?» -escribía en su nota.
Churchill contestó inmediatamente afirmando que «todo el asunto de la conferencia de San Francisco sigue aún en la balanza». Luego cambiaba de tema para afirmar con cierta nostalgia: «Hemos pasado un día divertido, en el cruce del Rhin.»
Ya más tarde, aquella misma noche, Churchill volvió a escribir a Eden. La repentina decisión de Stalin de enviar a Gromyko a San Francisco, en el puesto de Molotov, era, según dijo, «la manifestación soviética del disgusto acerca de la Operación Amanecer», y opinó que «una actitud definida de Gran Bretaña y Estados Unidos contra una ruptura de los acuerdos de Yalta, se hace ahora necesaria, si deseamos que la conferencia tenga algún valor».
Pero Churchill aún recelaba de que Roosevelt no le respaldase en un frente unido contra Rusia. Dos mensajes del presidente americano a Stalin, aquel mismo día, hicieron poco por atenuar la preocupación del primer ministro. En uno Roosevelt se lamentaba cortésmente de la ausencia de Molotov en San Francisco, y en otro defendía la Operación Amanecer en términos conciliadores. La intensa ira de Roosevelt al leer el áspero mensaje de Molotov aún no se ponía de manifiesto en esa nota oficial, y Churchill tampoco tenía indicios de que el presidente fuese al fin a respaldarle con mayor firmeza contra Stalin.
Capítulo noveno. Fuerza especial Baum
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El 24 de marzo, Patton lanzó su 4.ª División Acorazada a través del Rhin. Ahora bajo el mando del general William Hoge, el mismo que había capturado el puente de Remagen, la división avanzó unos treinta y dos kilómetros hacia el próximo obstáculo natural, el río Main. El Comando de Combate A cruzó por Hanau, al este de Francfort; el Comando de Combate B, a unos treinta kilómetros al sudeste del anterior, en Aschaffenburg.
El comandante del XII cuerpo, general de división Manton Eddy, llamó a Hoge por teléfono para encomendarle una extraña tarea: Patton deseaba enviar una misión especial a unos cien kilómetros por detrás de las líneas enemigas, en un intento de liberar a novecientos prisioneros americanos confinados en el campamento de Hammelburg. Hoge pensó que, efectivamente, se trataba de un asunto singular, pero no hizo comentarios.
Al final de aquel mismo día el propio Patton llamó por teléfono a Hoge, y con voz más alterada que de costumbre dijo: -¡Esto va a hacer que la incursión de MacArthur contra Cabanatuan [28] resulte una insignificancia!
Hoge no replicó a Patton, pero dijo a Eddy que no le gustaba la idea. Enviar una fuerza especial al Este sólo contribuiría a dispersar los efectivos de su división, la cual ya estaba extendida a lo largo de un frente de treinta y dos kilómetros, con órdenes de dirigirse hacia el norte, después de haber cruzado el Main. ¿Para qué correr semejante riesgo, estando tan próximo el fin de la guerra? Había muchos campos de prisioneros de guerra. ¿Era tan importante el de Hammelburg? Eddy dijo que hablaría del asunto con Patton.
Hammelburg era una ciudad de cierta importancia que se hallaba situada a orillas del sinuoso río Fränkische Saale, a unos ochenta y ocho kilómetros en línea recta desde Francfort del Main. Treinta y dos kilómetros más al Este se hallaba Schweinfurt, el famoso centro fabril de rodamientos de bolas. El Oflag XIIIB (Offizierslager, campamento de oficiales prisioneros de guerra) se hallaba situado en una meseta en forma de bandeja, sobre un escarpado monte a unos cinco kilómetros al sur de Hammelburg. En una de las secciones había unos tres mil oficiales del Real Ejército Yugoslavo, capturados después de la corta campaña de 1941. Los yugoslavos, que preferían llamarse a sí mismos servios, eran orgullosos, vehementes y tenían la tez morena. Sus uniformes se hallaban raídos, aunque conservaban sus muchos adornos. Se mostraron extremadamente atentos y generosos con los ochocientos oficiales americanos que llegaron en enero de 1945, y por votación general donaron ciento cincuenta de sus paquetes de alimentos a sus aliados.
La mayoría de los americanos se habían visto obligados a rendirse al comenzar la batalla del Bulge. Por consiguiente, no sentían orgullo por su unidad, y mostraban poco respeto hacia sus oficiales de mayor graduación. Casi no había ninguna actividad interna organizada, a excepción de los servicios religiosos dominicales. A diferencia del campamento de Sagan, no había espectáculos atléticos, musicales ni teatrales. Pocos eran los que pensaban en escapar, pues era evidente que la guerra sólo duraría unos meses más. Los paquetes de la Cruz Roja llegaban una vez al mes, lo cual no era suficiente para paliar la corta ración del campamento y ello daba lugar a numerosos casos de debilitamiento, y como consecuencia a la extensión de la gripe y la pulmonía. La disentería era una dolencia generalizada.
Todo el grupo, en resumen, se hallaba en un estado lamentable, y así siguió hasta el 8 de marzo, en que llegaron de Szubin, Polonia, otros 430 prisioneros americanos, mandados por el coronel Paul Goode. Este, un hombre entrado en años, había sido instructor en West Point. Cuando llegó del viaje se hallaba sumamente cansado, pero al entrar en el campamento había tal determinación en su ajado rostro, que los prisioneros del Bulge sintieron en su interior una oleada de orgullo.
De la noche a la mañana Goode y su competente ayudante, el teniente coronel John Knight Waters, instauraron de nuevo la disciplina y el orden, y «Pop» -así apodaban a Goode- se convirtió en una palabra mágica para los jóvenes oficiales que nunca se habían sentido muy satisfechos con su pasado. Se limpiaron los uniformes y los zapatos, y se ordenó un corte de pelo y de barba general. Las reuniones tomaron un cariz más militar, y se procedió a limpiar los barracones. Goode dirigió su atención en seguida hacia el comandante alemán del campamento, generalleutnant (general de división) Günther von Goeckel. Mejoraron los alimentos, se hizo mejor uso de las instalaciones del campamento, y «Pop» Goode se convirtió en un héroe para todos, a excepción de unos pocos a quienes disgustaba su autoridad.
El 25 de marzo, el comandante Alexander Stiller, uno de los ayudantes de Patton, llegó inesperadamente al cuartel general de Hoge. Stiller era un hombre taciturno, antiguo Ranger de Tejas, de rostro inexpresivo y frío, que había sido sargento al servicio de Patton durante la Primera Guerra Mundial. Stiller se limitó a decir que acompañaría a la expedición que iba a marchar contra Hammelburg. Hoge se mostró sorprendido. Estaba convencido de que se había dejado de lado la empresa, y por consiguiente volvió a protestar ante Eddy, quien le contestó que no se preocupase, ya que él encontraría el modo de manejar adecuadamente a Patton.
A la mañana siguiente Patton se trasladó en avión al puesto de mando de Edtly. Cuando entró en el edificio fue informado por el general de brigada Ralph Canine que Eddy se hallaba de inspección.
– Coja el teléfono y hable con Bill Hoge -dijo Patton, con impaciencia-. Dígale que cruce el río Main y que se dirija hacia Hammelburg.
– General, lo último que me ordenó Matt antes de salir fue que si venía usted y mandaba que se cumpliera la orden, yo debía contestarle que no lo haría.
Patton no montó en cólera ante semejante acto de insubordinación.