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– Que se ponga Hoge al teléfono -dijo tranquilamente-, y yo se lo diré personalmente.

Un momento después estaba ordenando a Hoge que «llevase adelante el plan». Hoge adujo que no podía prescindir de un solo hombre ni de un solo tanque.

– ¡Le prometo que le reintegraré cada soldado y cada vehículo que pierda! -exclamó Patton.

Hoge se sintió desconcertado ante el tono casi suplicante que había en la voz de Patton, y con mirada sorprendida se volvió hacia Stiller, que había estado escuchando. Este le explicó en voz baja que el «viejo» se hallaba totalmente decidido a liberar los prisioneros de Hammelburg, y reveló que entre ellos se encontraba John Waters, el yerno de Patton. [29]

Forzado a obedecer la orden directa de Patton, Hoge accedió de mala gana a enviar el ayudante de división, general de brigada W. L. Roberts, al teniente coronel Creighton Abrams, cuyo Comando de Combate B acababa de tomar un puente de ferrocarril sobre el río Main. Cuando Abrams se enteró de que iba a ser él quien tendría que enviar una fuerza especial a Hammelburg, llamó por teléfono a Hoge y le explicó que una sola compañía, aun con refuerzos, sería aniquilada totalmente. Si había que hacerlo, sería necesario enviar todo el comando de combate. Hoge le dijo que Eddy ya se había negado a emplear todo un grupo de combate para semejante misión. La primera orden seguía en pie.

2

En la tarde del 26 de marzo, el capitán Abraham Baum, natural del Bronx neoyorkino, se hallaba durmiendo en el interior de un carro blindado cuando le despertaron y le dijeron que se presentase inmediatamente en el puesto de mando del Comando de Combate B.; Baum, antiguo cortador de patrones en una fábrica de blusas, era oficial de Inteligencia del 10.° Batallón de Infantería Acorazada. Medía algo más de un metro ochenta y cinco de estatura, y al igual que su comandante de combate era sumamente enérgico. Su bigotillo, su corte de pelo y la expresión del rostro, contribuían a darle sensación de seguridad en sí mismo.

Baum aún estaba tratando de librarse de la modorra, cuando entró en el puesto de mando. Pero se despejó inmediatamente en cuanto Abrams le ordenó que avanzase con una fuerza especial por detrás de las líneas enemigas y liberase a novecientos prisioneros americanos. No se le dio razón alguna, ni Baum la esperaba. Solamente se limitó a volverse hacia el comandante de su batallón, teniente coronel Harold Cohen, y le dijo bromeando:

– Con eso no se van a librar de mí. Volveré.

Le contestaron que eligiera sus hombres y que se pusiera en marcha en seguida.

A las siete de la tarde la Fuerza Especial Baum se hallaba lista para partir. Estaba integrada por 397 hombres, todos ellos experimentados en la lucha. Disponía de diez tanques «Sherman» y seis tanques ligeros, tres cañones de asalto de 105 mm., veintisiete camiones oruga para trasladar a los prisioneros, siete jeeps y un vehículo auxiliar sanitario.

Baum revisó su plan de acción. Tenía que internarse unos cien kilómetros a través de las líneas enemigas con una fuerza de reconocimiento. Sin poderío suficiente para soportar un contraataque intenso, debería aprovecharse de la sorpresa y avanzar por una zona que le era totalmente desconocida y de la que hasta ignoraba la localización de los puntos donde el enemigo tenía concentradas sus fuerzas. En resumen, debía internarse por un país desconocido, para luchar sabía Dios contra qué, y traer de vuelta a novecientos pasajeros.

Inquieto por la misión en sí, Baum recibió otro disgusto cuando Abrams le dijo que el comandante Stiller iría con él.

¿Cómo se entiende eso?-inquirió Baum, con tono receloso.

Abrams le aseguró que Stiller sería sólo un observador, sin mando de ninguna clase, y que posiblemente Patton deseaba que Stiller se curtiese en la batalla. Pero una simple mirada a Stiller bastaba para convencerse de que éste no necesitaba curtirse en modo alguno. En cierta ocasión Patton dijo jocosamente al coronel Codman que le gustaría tener la cara de fiero luchador que poseía el comandante Al Stiller.

A semejanza de Hoge, Abrams conocía el verdadero fin de la misión. Stiller acababa de admitir confidencialmente a Cohen y a uno o dos más:

– Creo que el yerno de Patton está allí.

Los hombres de Baum, por supuesto, nada sabían de esto. En realidad, la mayor parte de ellos ni siquiera sabían que iban tras las líneas enemigas a conquistar un campamento de prisioneros de guerra.

El plan de Abrams para lanzar la Fuerza Especial Baum a través de la delgada corteza de defensas alemanas era muy sencillo. El Comando de Combate B cruzaría el puente recién capturado y limpiaría de enemigos la pequeña ciudad situada al otro lado. Luego Baum se introduciría por la brecha que quedaría abierta, y avanzaría hasta Hammelburg, unos noventa y cinco kilómetros adelante, adonde llegaría a primeras horas de la tarde del 27 de marzo. Con buena suerte estaría de regreso a las líneas americanas por la noche del mismo día.

A las 21 horas del 26 de marzo, el Comando de Combate B cruzó el río Main. Aunque el servicio de Inteligencia aseguró que habría escasa oposición, Abrams se vio comprometido y tuvo que lanzar cuantos efectivos tenía para abrir una brecha por la que pudiera pasar Baum. Era medianoche, es decir, varias horas después de lo previsto, cuando la Fuerza Especial Baum pudo al fin cruzar el puente y puso rumbo al Este, con los infantes subidos a los tanques, y suplementos de municiones y gasolina en los camiones. Hacía calor, el ambiente estaba seco y no había luna. La columna avanzó rápidamente a través de los primeros pueblos, sin hallar casi resistencia a causa de la sorpresa de la incursión. Los artilleros de los tanques barrían la pequeña oposición que hallaban al paso, y los infantes lanzaban granadas dentro de las puertas y ventanas para evitar la acción de los tiradores apostados.

Pero poco después el mando del Séptimo Ejército alemán se enteró de que una unidad acorazada había irrumpido entre sus efectivos -pensaban incluso que podía tratarse de una división entera-, y sospecharon que debían de ser las fuerzas de Patton, a causa de lo temerario del ataque. En efecto, los comandantes alemanes le temían y les infundía más respeto que ningún otro general americano. Los pueblos y ciudades que bordeaban la carretera recibieron la orden de fortalecer sus defensas y de bloquear el paso, pero Baum se desplazaba con tal rapidez y violencia que por más que sufrieron el fuego de algunos bazookas y armas ligeras al atravesar las poblaciones, pocas fueron las bajas que tuvieron.

Poco antes del amanecer, la Fuerza Especial, después de haber recorrido cuarenta kilómetros, entró impetuosamente en la ciudad de Lohr. Cuando los tanques ligeros llegaron ante una barricada que obstruía la carretera, se echaron a un lado y dejaron que los pesados «Sherman» abriesen camino. Un panzerfaust disparó desde corta distancia y dejó fuera de combate a uno de los «Sherman», pero la dotación del tanque se trasladó a un camión y la columna siguió avanzando. De improviso se vieron frente a una caravana alemana que marchaba despreocupadamente hacia Lohr. Los americanos ametrallaron los camiones sin detenerse. Cuando un joven oficial vio que algunos de los muertos eran muchachas de uniforme se indispuso y vomitó.

Los invasores se dirigieron hacia el nordeste, siguiendo la orilla izquierda del sinuoso río Main. Cuando pasaron ante un convoy ferroviario antiaéreo, destruyeron la locomotora y lanzaron granadas de termita contra los cañones de 20 mm. Poco después del amanecer la expedición se acercó a Gemünden, una ciudad situada en la confluencia de los ríos Sinn y Saale. La localidad le pareció a Baum un lugar perfecto para una emboscada, por lo que ordenó que no se utilizara la radio, y que ni tan sólo se hablase en voz alta. A las 6,30 de la mañana la columna entró en Gemünden. El sargento Donald Yoerk, que se hallaba en uno de los últimos tanques, quedó sorprendido al ver a los soldados alemanes que andaban despreocupadamente por las calles con sus carteras en la mano. Esta ciudad, a diferencia de las demás que habían atravesado, estaba ignorante de que se aproximaba una fuerza especial americana. Hacia la derecha de la carretera, Yoerk vio un tren que iba a cruzar un paso a nivel por donde ellos tenían que pasar. Desde el tanque que le seguía Frank Malinski disparó, y alcanzó a la locomotora con la primera andanada. Luego siguió haciendo fuego contra los vagones, hasta que de pronto estalló un vagón de municiones. Cuando se disipó la humareda, Yoerk sólo pudo ver cuatro ruedas sobre la vía, en el lugar donde había estado el vagón. Más adelante, los tanques ligeros ya habían destruido varias lanchas que navegaban por el río, y puesto fuera de servicio un tren de carga y pasajeros. Luego avanzaron los «Sherman» y destruyeron una docena más de convoyes ferroviarios, dejando obstruidas las vías. Por suerte, de uno de los trenes estaba desembarcando una división alemana, que se vio sumida en la confusión.

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[29] Casi un mes antes, tres oficiales americanos que se habían escapado atravesando Polonia y Rusia Occidental, dijeron al general de división John Deane, jefe de la misión militar de Moscú, que Waters y otros americanos eran conducidos hacia el Oeste por los alemanes. Deane telegrafió el dato a Eisenhower, el cual lo hizo saber a Patton.