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Baum ordenó al teniente William Nutto que adelantase los «Sherman» por el centro de la ciudad, arrasándola a ambos lados mientras avanzaban. Dos pelotones de infantería acompañaron a los tanques, pero cuando los dos primeros soldados penetraron en un puente del centro de la población, voló en pedazos y los dos hombres perecieron. Los «Sherman» arrasaron cuanto salía a su paso, a pesar de estar aislados del resto de la columna, que marchaba detrás. Los alemanes comenzaron a disparar panzerfaust (bazookas) desde las ventanas y los techos de las casas circundantes.

Baum y Nutto se hallaban algo más atrás, estudiando la situación. Oyeron el ruido de disparos en vanguardia, y corrieron hacia el puente destruido, a tiempo de ver a uno de los «Sherman» cubierto de soldados alemanes. El tanque movía la torreta en todas direcciones, como si quisiera librarse de los alemanes. En ese momento estalló una granada junto a Baum y Nutto, lanzándolos contra la calzada. Cegado momentáneamente, Nutto se aferró el pecho que le dolía. También le habían dado en las piernas. Baum sintió dolor en la mano derecha y en una rodilla, y observó que la sangre se deslizaba por la pernera de su pantalón.

– ¡Salgamos de aquí! -gritó con todas sus fuerzas, y ordenó retroceder a la columna.

La carretera principal hacia Hammelburg estaba cortada, y Baum seleccionó rápidamente una nueva ruta. [30] Dio la vuelta hacia el norte, a lo largo de la orilla occidental del río Sinn, buscando un cruce. A las 8,30 de la mañana envió su primer mensaje al puesto de mando, solicitando un ataque aéreo contra los cuarteles de Gemünden.

El Séptimo Ejército alemán acababa de tener conocimiento de la destrucción de Lohr y Gemünden, y ordenó inmediatamente que todas las fuerzas disponibles detuvieran a los soldados americanos. Fue un alemán, sin embargo, el que ayudó a Baum a resolver su problema inmediato. Un paracaidista germano cansado de la guerra, le hizo saber que el mejor lugar para cruzar el río Sinn era por Burgsinn, unos trece kilómetros más arriba de Gemünden.

Dos kilómetros más adelante los americanos capturaron a otro alemán. Este era más importante, pero resultó de menos utilidad. Se trataba de un general cuyo «Volkswagen» fue a meterse directamente entre la columna americana.

– ¿Quién demonios es usted?-inquirió Baum, cuando el general avanzó con gesto orgulloso, colocándose los guantes.

El alemán comenzó a explicarse en su idioma, pero Baum le interrumpió diciendo:

– Metan a este cerdo en un camión y sigamos adelante.

La columna cruzó el río Sinn y luego se internó hacia el sudeste, por un camino de montaña. El terreno era desigual y boscoso, pero el suelo resultaba lo suficientemente firme para el avance de los tanques y los vehículos. Al cabo de algunos minutos llegaron junto a un grupo de unos setecientos prisioneros soviéticos, que al ver los tanques americanos asaltaron a sus guardias y les quitaron las armas. Baum entregó a los rusos los doscientos alemanes que había capturado, y los soviéticos le aseguraron que se dedicarían a la táctica de guerrillas por la zona, hasta que llegasen las tropas americanas.

La fuerza especial atravesó a continuación el Fränkische Saale, y sólo faltaban ocho kilómetros para su meta cuando un avión alemán de reconocimiento se dejó caer sobre la columna. Baum ordenó hacer alto. En el relativo silencio que siguió alcanzó a escuchar el sonido de vehículos acorazados no muy lejos. No tenía objeto el ocultarse, de modo que decidió encaminarse hacia el nordeste, directamente sobre Hammelburg. Poco después vio los primeros tanques alemanes, sólo dos, que tras hacer algunos disparos inofensivos desaparecieron. Pero Baum sabía que había otros en las proximidades.

A las 14,30 apareció al fin ante la columna la ciudad de Hammelburg. A un kilómetro escaso de los primeros edificios, la caravana salió de la carretera y comenzó el ascenso de la escarpada colina, en dirección al campamento de prisioneros.

De improviso apareció al frente un tanque alemán, y luego varios más. Baum ordenó a sus seis «Sherman» que atacasen, y por radio mandó al sargento Charles Graham que hiciese avanzar los tres cañones autopropulsados. La batalla por el campamento Oflag XIIIB había comenzado.

3

Los prisioneros percibieron a lo lejos el primer intercambio de disparos entre los tanques atacantes y los defensores. Entonces el general Goode corrió a reunirse con los demás prisioneros, que se habían concentrado junto a las vallas de alambre de púas. A través de los campos, en los que pastaban las ovejas, el padre Paul Cavanaugh, capellán jesuita de la 106 División, observó cómo dos pelotones de centinelas alemanes se colocaban en lugares preestablecidos, sobre la cima de la colina, mientras una compañía completa se situaba en posición a lo largo de la carretera de Hammelburg. A un lado de la misma carretera se advertían dos cañones de 40 milímetros.

Durante treinta minutos los prisioneros esperaron, hasta que de improviso estalló un atronador estrépito de ametralladoras, bazookas, fusiles y morteros a través de la pradera.

– Esa es la forma en que comienza una batalla de tanques, padre -declaró el coronel Goode-. He presenciado las suficientes para darme cuenta de ello. Los muchachos del general Patton se están acercando, y los alemanes sin duda van a trasladarnos de aquí.

Dijo que de todos modos esperaba que los americanos les ganasen la partida.

Mientras crecía el rumor de la batalla, algunos de los hombres se encaminaron a la cocina para apoderarse de lo que había en las despensas y darse un buen atracón. Otros cien, en cambio, se dirigieron hacia el barracón del padre Cavanaugh, donde éste iba a confesarles antes de la misa. A las 15,50, la sirena dio unos cuantos avisos y por los altavoces se divulgó la siguiente advertencia.

– ¡Todos los prisioneros deben permanecer en sus barracones!

Unos pocos rezagados cruzaron rápidamente hacia el lugar donde se estaba celebrando la misa.

– Como ya somos demasiados -dijo el padre Cavanagh un momento después-, comenzaré la misa inmediatamente, y más tarde impartiré una absolución general, antes de la Santa Comunión.

Mientras se colocaba las vestiduras, vio que caían algunas granadas, que no llegaron a estallar. Comenzó en seguida a rezar las plegarias ante un altar improvisado con una sencilla mesa. Al llegar al Evangelio, otra granada cayó en las proximidades, y todo el mundo se arrojó al suelo. Después de un momento, el padre Cavanaugh salió de debajo del altar, con la sensación de que no estaba dando muy buen ejemplo. Pidió calma a los prisioneros y les rogó que siguieran de rodillas.

– Si algo ocurre, no tenéis más que tenderos en el suelo -manifestó-. Voy a daros la absolución general.

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[30] Poco tiempo después de haber abandonado Baum la localidad de Gemünden, llegó un grupo encabezado por Ernest Lagendorf, a quien le dijeron que ayudase a Baum en la ciudad. Lagendorf no tenía idea de que se encontraba cincuenta y seis kilómetros detrás de las líneas enemigas. El grupo, de tres hombres y una emisora, lanzó llama- das en alemán, y no tardaron en rendirse trescientos soldados germanas. Lagendorf les dijo que esperasen a la próxima unidad americana, y regresó a su unidad sin haber disparado un solo tiro… y sin saber que había estado varias horas en territorio enemigo.