– Por favor, cuídese -manifestó Hitler, con solícito acento-. Dentro de seis semanas la situación puede ser muy crítica, y le necesitaré con urgencia. ¿A dónde piensa ir?
Von Keitel sugirió un balneario del oeste alemán, como Bad Liebenstein, pero Guderian le contestó sarcásticamente que los americanos ya estaban allí.
– ¿Y qué le parece Bad Sachsa, en el Harz?-inquirió Von Keitel, con tono conciliador.
Guderian dijo que elegiría algún lugar que no cayese en manos del enemigo al menos durante las siguientes cuarenta y ocho horas. Luego saludó militarmente y acompañado de Von Keitel salió del bunker en dirección a su coche. Von Keitel mostró su satisfacción por que Guderian no se hubiera opuesto al mandato de Hitler, y ambos partieron en el automóvil.
Era ya de noche cuando Guderian llegó a su puesto de mando en Zossen.
– La conferencia ha durado muchísimo esta vez -manifestó la mujer de Guderian.
– Sí -replicó el agotado general-, y ésta será la última. Me han destituido.
A continuación, los esposos se abrazaron.
3
En aquellos momentos, por la capital de cada país neutral de Europa circulaba un rumor diferente en relación con el armisticio. Por Estocolmo se difundieron varios, todos ellos tan fantásticos que se desvanecieron rápidamente. Quizás el más original era el que aseguraba que Alemania estaba tratando de concertar la paz con Rusia, y los únicos que le prestaron crédito fueron los que estaban directamente relacionados con el asunto. Las negociaciones, en efecto, habían comenzado a mediados de marzo, cuando el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Von Ribbentrop, llamó al embajador japonés en Berlín, general Hiroshi Oshima, a su despacho.
– Como político, no puedo hacer nada por mi país, en estos momentos, si no es concertar la paz con la Unión Soviética -declaró Von Ribbentrop, si bien olvidó explicar que Hitler no sabía nada del asunto-. Esto permitiría que nuestras tropas del Este concentren sus esfuerzos contra los ingleses y los americanos.
La opinión de Oshima fue que ya resultaba demasiado tarde para dar semejante paso, pero escuchó sin hacer comentarios a Ribbentrop mientras éste declaraba que como el Japón y la Unión Soviética tenían un pacto de neutralidad, la paz ruso-germana permitiría tanto a Alemania como al Japón canalizar sus esfuerzos para vencer a los británicos y americanos.
– Las conversaciones pueden llevarse a cabo en Tokio o Moscú, por intermedio de los círculos diplomáticos japoneses -prosiguió diciendo Ribbentrop-; pero será mejor evitar Tokio y Moscú.
Añadió que sería más conveniente celebrar una entrevista con Molotov en alguna otra parte, a través del general Makoto Onodera, agregado militar japonés en Estocolmo, con lo que el asunto podría arreglarse en poco tiempo.
Oshima se mostró algo escéptico, pero prometió sondear la opinión de Onodera.
El 25 de marzo, el teniente general Mitsuhiko Komatsu, agregado militar en Berlín, envió a Onodera el siguiente telegrama:
«El embajador Oshima desea sostener una franca conversación con usted. Rogamos venga a Berlín inmediatamente. La aviación alemana garantiza la seguridad de su vuelo… Por otra parte, evite que nuestro ministro en Estocolmo y Tokio se enteren de que el embajador Oshima ha enviado a buscarle.»
Tres días después, el 28 de marzo, Onodera llegó en un avión sueco a Tempelhof, y fue trasladado en automóvil hasta la Embajada japonesa. Allí conferenció con el embajador Oshima, el general Komatsu y tres funcionarios de la representación diplomática.
– Como ya sabe usted, Alemania se ve amenazada por el Este y el Oeste, y su situación es cada vez más desesperada -comenzó diciendo Oshima.
Describió luego la extraña entrevista que había sostenido con Von Ribbentrop. Su impresión era que el plan tenía pocas posibilidades de éxito, pero todos convenían en que tratándose de Stalin lo más fantástico era posible. Lo cierto es que valía la pena intentarlo, y decidieron que Onodera regresase a Estocolmo y se pusiera en contacto con el embajador soviético en Suecia.
Al día siguiente Oshima informó a Ribbentrop que Onodera había accedido a entrar en conversaciones con los rusos. Por vez primera reveló entonces Ribbentrop que Hitler no estaba al corriente del plan, y pidió al embajador japonés que no tomase ninguna decisión hasta que el Führer aprobase el asunto. Oshima regresó a su Embajada. Era cerca de la medianoche cuando le pidieron que acudiera a la oficina de Ribbentrop en seguida.
– El Führer se ha negado (kategorisch abgelehnt!) -manifestó Von Ribbentrop, lleno de excitación-, y me dijo: «Estoy plenamente convencido de que conseguiré la victoria final contra el Este y el Oeste.»
Añadió Ribbentrop, no obstante, que podía presentarse otra ocasión para negociar.
– Diga al general Onodera que tenga esto en cuenta -manifestó.
Mientras atravesaba las calles cubiertas de escombros de la ciudad, Oshima se preguntó por qué Von Ribbentrop había tenido una idea tan absurda. Pero lo que más le impresionaba era la categórica respuesta de Hitler a Ribbentrop, demostrando su fe inquebrantable en la victoria. Oshima quedó tan desconcertado ante el optimismo del Führer, que decidió informar sobre el asunto a Tokio. [31]
4
El mismo día en que Guderian fue relevado del mando, 28 de marzo, Dwight Eisenhower se preparaba para tomar una decisión, la cual resultaría una de las más trascendentales de la contienda. Los importantes acontecimientos de los dos últimos meses, hacían que el comandante supremo sintiera necesidad de estudiar de nuevo sus planes para llevar a cabo el asalto final contra le corazón de Alemania. ¿Quién hubiera supuesto, seis meses antes, que Zhukov tendría ya instaladas varias cabezas de puente al otro lado del río Oder, a sólo sesenta y cinco kilómetros en línea recta de la Cancillería del Reich? ¿Que Hoge se apoderaría de un puente intacto sobre el Rhin, o que Patton avanzaría tan arrolladoramente por el Palatinado, cruzando luego el Rhin en Oppenheim?
Eisenhower se dijo que los alemanes no podían sostenerse en Berlín más allá de unas pocas semanas. ¿Cómo iba a llegar el primero a la capital, cuando Simpson, situado en Dorsten, se hallaba aún a cuatrocientos sesenta kilómetros del centro de Berlín, y de ésta le separaban las montañas Harz y el río Elba? Por otra parte, si Eisenhower seguía con su ataque principal contra Berlín, como esperaban sus comandantes, la acción daría lugar prácticamente «a la inmovilización de las unidades a lo largo del resto del frente».
En consecuencia, había que abandonar la idea de una ofensiva contra Berlín. En lugar de ello, rodearía el Ruhr y lanzaría el ataque principal contra Munich y Leipzig. Las tropas dirigidas hacia Leipzig avanzarían para encontrase con los rusos lo antes posible, en tanto que los efectivos restantes se encaminarían hacia el sur de Baviera, y a Austria, a fin de eliminar el Reducto Nacional, donde se rumoreaba que Hitler preparaba la última y desesperada defensa. Montgomery, por su parte, en vez de encaminarse a Berlín, daría la vuelta hacia el Noroeste y tomaría Lübeck, el importante puerto del Báltico, situado justamente encima de Hamburgo, cortando la retirada a las tropas alemanas que se hallaban en Dinamarca y Noruega.
Este era el razonamiento oficial que ponía de manifiesto Eisenhower para justificar su decisión de no apoderarse de Berlín, pero también pudo haberse dejado influir por motivos de índole más personal. Sabía que algunos de los principales generales americanos -Bradley, Patton, Simpson y Hodges, en especial-consideraban que no se les había empleado en toda su capacidad desde la batalla del Bulge. Este nuevo plan permitiría hallar un motivo para trasladar la iniciativa a los norteamericanos. El avance hacia Leipzig y Munich debería ser dirigido por Bradley, y requeriría la devolución del Noveno Ejército de Simpson, una vez que el Ruhr estuviese rodeado.