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«Puede que el presidente se haya opuesto sólo en unas pocas ocasiones -escribió el capitán T. Kittredge, de la sección histórica del Estado Mayor Unificado-, pero ello se debió a que sus conversaciones con Leahy, Marshall, King y Arnold permitían a éstos conocer por adelantado el punto de vista del presidente. Los antedichos reconocieron con frecuencia las ventajas que tenía el aceptar las sugerencias del presidente, dándoles una interpretación personal, en lugar de correr el riesgo de presentarle proposiciones que aquél no iba a aceptar.»

Así pues, en nombre de la rapidez y la armonía -una armonía un tanto peligrosa- el Estado Mayor Unificado dejaba de cumplir su función básica, que consistía en aconsejar al presidente desde un punto de vista estrictamente militar. Habían llegado a dejarse influir a tal extremo por la opinión pública, que consideraban las operaciones militares, en primer lugar, desde el punto de vista de que originasen la menor cantidad de bajas posibles.

Como era de suponer, el Estado Mayor Unificado reconoció que Rusia iba en cambio a convertirse en la potencia dominante de Europa, a pesar de lo cual en la Conferencia de Quebec celebrada en 1943, no sólo votaron por la ayuda a los soviéticos, sino que propugnaron realizar «todos los esfuerzos posibles» para lograr su amistad. Y un año más tarde se mostraron de acuerdo con Roosevelt en que la colaboración entre los Tres Grandes podía contribuir a restablecer el equilibrio del poder en Europa. Declararon que la política nacional básica «debería procurar mantener la solidaridad entre las tres grandes potencias… debiendo esperarse que se lograrían acuerdos destinados a evitar futuros conflictos mundiales».

Si bien este deseo de armonía con Rusia se originaba en la esperanza de conseguir ayuda de ésta para vencer al Japón, el razonamiento era tan idealista como el que los mismos hombres hubiesen tenido cinco años antes. El Estado Mayor Unificado había eludido su responsabilidad militar fundamentaclass="underline" promover antes que nada la seguridad de la nación para el futuro.

Esta conciencia pseudomilitar no condujo a la victoria final, sino que dio lugar a una paz armada e inquieta. El Estado Mayor Unificado debió haber advertido al presidente de que siempre habría lucha por el poder, entre las potencias; de que las alianzas sólo eran temporales, y que el aliado de hoy podía ser el enemigo de mañana, o viceversa; de que la política europea y asiática, por penoso que resultase, sería un factor a considerar, inevitablemente, durante muchos años.

Sin embargo, no podía culparse del todo al Estado Mayor Unificado. Sus componentes se veían obligados a cambiar sus puntos de vista a causa del pueblo americano. Si hubiesen insistido en que objetivos tan poco militares como la rendición incondicional y la colaboración con Rusia debían ser rechazados, o al menos atenuados, habrían corrido el riesgo de ser apartados del mando. Estados Unidos exigía una victoria total y un mundo nuevo y valeroso. Y las aspiraciones y los logros de Roosevelt contaban con el apoyo entusiasta de la mayor parte de la nación.

Capítulo once. La bolsa del Ruhr

1

La totalidad del Frente Occidental alemán se hallaba a punto de derrumbarse. En el sur, el Grupo de Ejército G, de Hausser, había quedado dividido por Bradley, mientras que en el Norte el Grupo de Ejército H, del generaloberst Johannes Blaskowitz, estaba siendo arrollado por Montgomery. Ello significaba que tres de los ejércitos de Eisenhower -el de Simpson, el de Hodges y el de Patton- podían concentrar sus esfuerzos demoledores sobre las tropas del centro, integradas por el Grupo de Ejército B, que se hallaba al mando de Model.

Ante la inminencia del desastre, los tres comandantes de grupo rogaron al comandante del Frente Occidental, Kesselring, que les permitiese retirarse en masa. Pero Kesselring se veía obligado a mantener las directrices de Hitler -resistir a toda costa-, y les aseguró que cada día que seguían sosteniéndose en el Rhin, significaba un «fortalecimiento del frente». Para los comandantes, en cambio, cada día en el Rhin suponía la pérdida inevitable de más tropas y material. El comandante del centro, Model, no cejó en sus demandas en momento alguno, pero Kesselring siguió negándose con la misma insistencia, afirmado que Model debía retener la importante zona del Ruhr.

El 29 de marzo, Model hizo un resumen de la situación en que se hallaba, y lo envió por teletipo a Kesselring. En él manifestaba que su misión de contener al enemigo de la cabeza de puente de Remagen, evitando los avances americanos en la orilla más próxima del río, había fracasado. Proseguir con aquella defensa, por consiguiente, era algo absurdo, «ya que dicha defensa no podía contener a las fuerzas enemigas». Por lo tanto, se imponía una nueva misión, pues una unidad acorazada americana – la Fuerza Especial Richardson- había aparecido repentinamente sin saberse de dónde, y se hallaba en los alrededores de Paderborn. Si no se aniquilaba a esta fuerza, el Grupo de Ejército B se vería rebasado por el flanco. Model pidió autorización para atacar hacia el Este con el LIII Cuerpo de Infantería, desde un punto situado a unos sesenta kilómetros al oeste de Paderborn. Esto seccionaría la punta de lanza americana, aislándola del resto de las fuerzas, y dejándola sin suministros ni refuerzos. Kesselring dio su aprobación, y Model ordenó al comandante del LIII Cuerpo que atacase al día siguiente, 30 de marzo. [34]

Entretanto, Richardson preparaba en vanguardia su ataque contra Paderborn, sin sospechar que los alemanes se disponían a atacar sesenta kilómetros por detrás de él, dejándole aislado del cuerpo principal de la 3." División Acorazada. Con las primeras luces del alba, Richardson se puso en marcha. El cielo aparecía cubierto de nubes. En los cruces de las carreteras, los tanques alemanes «Panter» dejaron fuera de combate a los dos primeros tanques de Richardson, y tres kilómetros después, en un pueblo situado a sólo cinco kilómetros de Paderborn, una apreciable fuerza de «Panters» y «Tigres» surgió en el camino de la caravana, atacándola con furia.

Después de una breve y cruenta escaramuza, tanto los alemanes como Richardson se retiraron. Se hallaban en posición de tablas: ninguna de las dos partes podía maniobrar sin sufrir considerables daños. Richardson llamó por radio solicitando la ayuda de la aviación para atacar a los alemanes, que se escondían detrás de una colina, pero lo cubierto del cielo impedía una acción aérea. Desesperado ante la necesidad de municiones y gasolina, Richardson volvió a pedir que le enviasen suministros por medio de un lanzamiento aéreo.

– No hay aparatos disponibles -fue la lacónica respuesta que recibió.

Poco después Richardson recibió otra noticia aún peor: los alemanes habían lanzado un ataque relámpago sesenta kilómetros más atrás de su retaguardia, y estaban a punto de dejarle aislado del grueso de las tropas.

Desde ese momento Richardson sólo podía desear que los alemanes que tenía al frente no se decidiesen a atacar. Al menos parecían tenerle el mismo respeto que él les tenía, y no intentaron nada. Pero al anochecer Richardson tuvo que enfrentarse con otro problema: el general Maurice Rose, comandante de la 3." División Acorazada, se dirigía a inspeccionar la Fuerza Especial Richardson y deseaba que alguien fuera a buscarle. Richardson comunicó que no disponía de un solo jeep de más.

– ¡No manden al general Rose por aquí! -manifestó, y cortó bruscamente la comunicación.

Rose se hallaba a unos ocho kilómetros a la derecha de Richardson, detenido momentáneamente en la Fuerza Especial Welborn. El coronel John Welborn había sido informado unos momentos antes de que la aviación acababa de destruir cuatro tanques en vanguardia, y avanzó confiadamente. Durante algunos kilómetros no sucedió nada, pero cuando los americanos se adentraban entre unas colinas de faldas abruptas, surgió de pronto un fuego intenso y preciso de piezas de 88 milímetros, que castigó sobre todo la cabeza de la columna. Los cuatro «Tigres» supuestamente destruidos se hallaban en perfectas condiciones. Sólo habían recibido el impacto de bombas de napalm, que no parecían haberles afectado gran cosa. Welborn y sus tres primeros tanques avanzaron sin inconvenientes hasta un desfiladero, pero los siete siguientes cayeron como indefensas codornices. El general Rose, hijo de un rabino judío, era un comandante impetuoso. Tenía un rostro sincero y agradable, y solía vestir pantalones de montar y botas relucientes. Se hallaba a un kilómetro de los tanques incendiados, y después de enterarse de que los tres primeros habían pasado con éxito, solicitó por radio ayuda de la Fuerza Especial Doan, que le iba siguiendo. Pero siete u ocho «Tigres» alemanes acababan de aparecer por el Sudeste, cortando la retirada a la Fuerza Especial Welborn y bloqueando el avance de Doan. Esta nueva unidad alemana había dejado ya fuera de combate a un tanque pesado y a varios vehículos de transporte de tropas. A excepción de los tres primeros tanques, la Fuerza Especial Welborn se hallaba totalmente rodeada por el enemigo. Enfrente se hallaban cuatro «Tigres», visibles sobre una colina a un lado de la carretera, y detrás había por lo menos otros siete, disparando y acercándose poco a poco a la columna. Y a ambos lados la infantería alemana se hallaba oculta entre los árboles, esperando el momento de actuar.

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[34] Resulta curioso que en la noche del 29 de marzo el general Von Zangen, del 15.0 Ejército, y su Estado Mayor, quedaran aislados del grueso de sus tropas, que formaban parte del grupo de ejército de Model. Entre Von Zangen y sus efectivos se hallaba la mayor parte de la 3.ª División Acorazada del general Rose, que seguía a Richardson, Hogan y Welborn. Zangen se ocultó en los bosques con unos doscientos vehículos, hasta que la última columna de Rose hubo pasado. Esperó un poco, y luego se unió a la misma columna americana, empleando las luces de oscurecimiento. Rodeado de efectivos americanos, Von Zangen permaneció en la columna durante varias horas angustiosas. Por fin, cerca de Brilon, abandonó a los americanos y se internó por un camino comarcal. Pronto se encontró ante Model, que, incrédulo, exclamó: "¿Cómo, está usted aquí?"