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El 30 de marzo, Bernard Baruch, que acababa de llegar desde Norteamérica en misión especial, se alejaba de Londres en coche, atravesando la campiña inglesa, verde con la primavera, mientras escuchaba a Churchill hablar con afecto de Roosevelt y Hopkins, dos buenos amigos.
Varios días antes Hopkins había ido a ver a Baruch a las habitaciones que éste ocupaba en un hotel de Washington, y le señaló una serie de problemas de posguerra que Roosevelt tendría que solucionar con Churchill. Hopkins dijo que ni él ni John Winant, el embajador en Londres, había podido «ablandar» al primer ministro, por lo cual Roosevelt se preguntó si Baruch sería capaz de influir sobre su viejo amigo.
Baruch fue entonces a ver el presidente para recibir instrucciones más precisas, y Roosevelt pareció al principio estar únicamente interesado en considerar la Operación Amanecer y las inesperadas y sospechosas reacciones soviéticas. Pero al fin el presidente fue directamente al grano. Quería que Baruch viera a Churchill para que le sondease sobre «diferentes problemas relacionados con la paz». Procuró Baruch obtener más detalles, pero no lo consiguió, por lo que tuvo la sensación de que Roosevelt estaba «demasiado fatigado para tomar decisiones». En un punto, sin embargo, se mostró Roosevelt decidido.
– Sería un gesto muy favorable -manifestó- el que los británicos devolviesen Hong-Kong a la China.
Baruch no estaba de acuerdo en este punto, pero indicó que transmitiría de todos modos el mensaje.
– ¿Quiere una carta para Winston?-preguntó Roosevelt.
– No necesito carta alguna -contestó Baruch-. De este modo, más tarde podrá usted desmentir mis palabras, si lo desea.
Después de algunas recomendaciones de Stettinius, Arnold, Leahy y King, se traslado Baruch a Inglaterra en el avión personal del presidente, aparato que él había designado con el apodo de «La vaca sagrada». En el momento que se relata, hallándose en camino hacia Chaquers, Baruch preguntó a Churchilclass="underline"
– ¿Qué son esos rumores de que tiene usted dificultades con los muchachos de allá?
A continuación inquirió a Churchill sobre el motivo de su oposición a la UNESCO. El primer ministro le contestó que la consideraba como una organización ineficaz.
– ¿Puede provocar algún daño?
– No, pero tampoco producirá ningún beneficio.
– En tal caso, ¿por qué no darle el gusto al presidente?
Antes de que llegasen a Chequers, Churchill había accedido a apoyar al presidente de Estados Unidos, que en definitiva también le respaldaba a él.
En otro aspecto, Churchill había recibido un mensaje de Eisenhower que a su entender revelaba una completa falta de comprensión de lo que significaba la amenaza rusa en la posguerra, El telegrama era una respuesta a una llamada telefónica personal de Churchill en la que éste ponía en tela de juicio la conveniencia de eludir la toma de Berlín. Eisenhower contestó exponiendo de nuevo sus argumentos y reafirmó su determinación de dejar la capital alemana a Stalin, encaminándose hacia el Este, sólo «para estrechar las manos a los rusos, o para alcanzar una línea general a orillas del Elba».
Los jefes militares británicos recibieron casi simultáneamente un mensaje aún más inquietante. Era la respuesta del Estado Mayor Unificado americano a la condena a la nueva decisión de Eisenhower por parte de los jefes británicos. Se manifestaba en la nota que Eisenhower era «el mejor juez de las medidas que ofrecían la posibilidad más rápida de destruir los ejércitos alemanes y su poder de resistencia», y que tal concepción estratégica era «juiciosa desde el punto de vista de aniquilar a Alemania lo más rápidamente posible, por lo que recibiría pleno apoyo». Por consiguiente, no había la menor duda: los jefes militares americanos se hallaban sólida y agresivamente alineados al lado de Einsenhower.
En Reims, Eisenhower aún seguía explicando a Marshall la razón de que no se hubiese decidido a tomar Berlín. No se trataba de un «cambio fundamental de estrategia», [36] pues Berlín no podía considerarse ya como un objetivo de especial importancia. Por otra parte, afirmó Eisenhower, su nuevo contraataque hacia el sur de la capital provocaría «una caída más rápida de Berlín… que si se diseminaban los esfuerzos».
Eisenhower se mostró aún más definido con Montgomery, en relación a Berlín, como lo demuestra el siguiente telegrama que le envió:
«…Dicho lugar (Berlín) se ha convertido, por lo que a mí respecta, en un simple punto geográfico, que nunca ha llegado a interesarme. Mi propósito consiste en destruir las fuerzas del enemigo y su poder de resistencia.»
Al día siguiente, 31 de marzo, Churchill redactó una nota destinada a los jefes militares británicos, señalando los errores que habían en el impulsivo mensaje que enviaron a los militares americanos sin haberle consultado antes a él. En general, estaba de acuerdo con ellos, afirmó Churchill, pero hizo notar que «sólo una cuarta parte de las fuerzas que invaden Alemania son nuestras, y la situación ha cambiado notablemente desde junio de 1944… En resumen, creo que el telegrama provocará una reacción airada por parte de los jefes de Estado Mayor de Estados Unidos»…
Antes de enviar su mensaje, recibió una copia de la enérgica respuesta de los militares americanos, que respaldaban resueltamente a Eisenhower, por lo que Churchill añadió lo siguiente a su misiva: P. S. Lo anterior fue dictado por mí antes de haber leído la respuesta de los jefes de Estado Mayor americano. También envió una contestación al mensaje de Eisenhower del día anterior. Con notable sentido de anticipación, Churchill objetaba cada uno de los argumentos de Eisenhower, y terminaba con unas palabras que iba a omitir en su propio libro.
«…No comprendo cuál es la ventaja de no cruzar el Elba. Si la resistencia del enemigo se debilita, como sin duda espera usted, ¿por qué no cruzar el Elba y avanzar todo lo posible hacia el Este? Tiene esto un motivo político importante, ya que los ejércitos soviéticos del Sur parece que van sin duda a tomar Viena, dominando a Austria. Si deliberadamente les dejamos Berlín, aun cuando éste se halle a nuestro alcance, la doble circunstancia puede hacerles creer, con mayor firmeza, que ya hemos hecho cuanto podíamos hacer.
»Por otra parte, no considero que Berlín haya perdido su valor militar, y mucho menos el valor político. La caída de Berlín tendrá una profunda repercusión psicológica sobre la resistencia alemana, en cualquier lugar del Reich. Mientras Berlín continúe resistiendo, serán muchos los alemanes que considerarán un deber seguir luchando. La idea de tomar Dresde para unirse con los rusos allí, no me seduce. Los departamentos del Gobierno alemán que se hayan trasladado al Sur, podrán hacerlo más al Sur, todavía. Pero mientras Berlín siga bajo la bandera alemana, no dejará de ser, en mi opinión, el punto más importante de Alemania.