Era en esos momentos la una de la tarde. Todo el grupo de ejército de Model, integrado por unos trescientos mil soldados, acababa de quedar cercado dentro de la última zona industrial de Alemania, [39] pero para los americanos que llevaron a cabo la histórica reunión, fue un día distinto. Se lanzaron unos a otros alegres pullas y se sintieron sumamente satisfechos al saber que no tendrían que luchar por la ciudad.
Jacobsen no comprendió el significado de lo que había ocurrido, hasta que fue entrevistado por un grupo de fotógrafos y corresponsales congregados al lado de una iglesia. Entonces no pudo dejar de pensar lo poco que sabían los hombres que realmente se hallaban en lo más arduo de la lucha.
Lo que más seguía preocupando a Churchill, aquel día, era la decisión de Einsenhower de dejar Berlín a los rusos. El primer ministro temía que la discusión terminase en algo serio, si no se la cortaba de raíz. A pesar de ello no se decidía a dejar de lado el tema. En consecuencia, decidió enviar a Eisenhower un telegrama razonable y amistoso:
«Le agradezco de nuevo su atento telegrama… Me siento abrumado, sin embargo, ante la importancia que tiene entrar en Berlín, la cual puede quedar abierta para nosotros por la réplica que Moscú le dio a usted, y que en el párrafo tercero dice: «Berlín ha perdido su antigua importancia estratégica.» Eso debe ser considerado según lo que dije acerca del aspecto político de la cuestión. Juzgo sumamente importante que estrechemos las manos a los rusos lo más al Este que sea posible…»
Pero este mensaje no produjo mayor efecto en Eisenhower que los anteriores, ya que el comandante supremo se hallaba totalmente abocado a su plan, y creía firmemente en las ventajas que el mismo tenía desde el punto de vista militar.
Cuando Kesselring regresó a su cuartel general, situado en los bosques de Turingia, su jefe de Estado Mayor, Westphal, le informó que había llegado una nueva orden procedente del cuartel general del Führer. Model tenía que defender el Ruhr hasta el último hombre, sin tratar de retirarse bajo ninguna circunstancia.
Kesselring apenas si pudo dar crédito a la orden. ¿Acaso no sabían en el cuartel general del Führer que en el Ruhr sólo quedaban alimentos para dos o tres semanas? Por otra parte, Eisenhower podía no tener interés estratégico en el Ruhr, y buscar su objetivo hacia el Este.
El Frente Occidental había dejado de ser un frente de guerra. Blaskowitz, en el Norte, se hallaba hecho trizas. Hausser, en el Sur, no estaba en mejor situación, y los restos de sus tropas se diseminaban en medio de la mayor confusión. En cuanto a Model, en el centro estaba sentenciado. El frente de Kesselring se había evaporado en su totalidad. Desde ese momento sólo podía tratar de retrasar lo irremediable.
Bormann estaba escribiendo a su mujer otra vez, desde hacía muchos días, pintándole la desesperación que se cernía sobre Berlín como una nube tormentosa. Aseguró a su «bien amada» que el comandante del Ejército de Viena era «tan deplorablemente malo que sólo podía esperarse allí lo peor», y por consiguiente le aconsejaba que se preparase a trasladarse desde el Obersalzberg al Tirol. «Me hace sentir triste e irritado a la vez, el que por el momento no tenga nada más alegre de que escribirte -terminaba diciendo Bormann-. Procuraré subsanarlo cuando lleguen los ansiados días de la paz.»
Pero algunos alemanes aún se resistían a enfrentarse con la realidad del desastre. Himmler sostenía que la situación militar no era desesperada.
– Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por la nación alemana, pero la guerra debe proseguir -manifestó a sus dos visitantes, el conde Bernadotte y Schellenberg, durante una entrevista que duró cuatro horas-. He dado mi juramento de lealtad al Führer, y ese juramento me compromete totalmente.
– ¿No se da cuenta de que Alemania ha perdido la guerra? -inquirió Bernadotte-. Una persona que se halla en su posición, con responsabilidades tan considerables, no puede obedecer a un superior ciegamente, sino que debe tener el coraje de tomar decisiones que beneficien a su pueblo.
Himmler permaneció en silencio, pensativamente. No se movió hasta que le llamaron al teléfono un minuto más tarde. Se puso de pie y abandonó rápidamente la estancia, como si le alegrase tener una excusa para alejarse de Bernadotte. Schellenberg se mostró satisfecho de que su jefe hubiera recibido aquella pequeña lección, y exhortó al conde a que presionase a Himmler aún más.
Pero cuando Himmler regresó, Bernadotte se limitó a hablar de su propia misión, y pidió que todos los daneses y noruegos fueran trasladados rápidamente a Suecia.
Un gesto de aprensión apareció en el rostro del reichsführer, que dijo:
– Personalmente accedería complacido a su petición, pero tal vez no me sea posible hacerlo.
A continuación cambió de tema repentinamente y reconoció que el Gobierno alemán había cometido una serie de fatales errores.
– Fue un error no habernos mostrado sinceros con Inglaterra. Por lo que a mí se refiere, bien, ya sé que me consideran como el hombre más cruel y sádico que existe. Pero sólo quiero hacer constar una cosa: jamás he vilipendiado públicamente a los enemigos de Alemania.
– Si no lo hizo usted, Hitler lo ha hecho por ambos -contestó Bernadotte-. ¿Qué fue lo que dijo…? «Aniquilaremos a cada una de las ciudades inglesas.» Por consiguiente, ¿puede sorprenderle que los aliados bombardeen sistemáticamente las poblaciones alemanas?
Al día siguiente de la unión de las tropas norteamericanas en Lippstadt, y del hundimiento de la bolsa del Ruhr, Hitler admitió al fin, durante una «conversación privada», que la derrota total no sólo era posible, sino muy probable.
– Incluso con esta perspectiva -añadió-, no se desvanece mi fe invencible en el futuro del pueblo alemán. ¡Cuánto más suframos, más gloriosa será la resurrección de la Alemania eterna! Aunque manifestó que no podría vivir en una Alemania sojuzgada, quiso dar algunas «normas de conducta» para aquellos que sobreviviesen. Les aconsejó que respetasen las leyes raciales que se habían establecido, y que mantuviesen indisoluble la unión entre todas las razas germanas.
Luego profetizó que de la derrota alemana sólo surgirían dos grandes potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética.
– Los factores históricos y geográficos impulsarán a esas dos grandes potencias a una competencia de fuerzas, bien en el terreno militar, en el de la economía o en el campo ideológico. Estos mismos factores hacen inevitable que ambas potencias se conviertan en las enemigas de Europa.
«También es igualmente cierto que las dos potencias, llegado un determinado momento, juzgarán conveniente obtener el apoyo de la única gran nación que quedará en Europa, y que no será otra que el pueblo alemán. Yo afirmo con todo el énfasis de que soy capaz, que los alemanes deben evitar a toda costa el papel de pieza secundaria en cualquiera de los dos campos.» [40]
TERCERA PARTE. El Este y el Oeste se encuentran
Capítulo primero. «O-5»
1
La última jugada de Hitler en el Sudeste había fracasado. La ofensiva de Sepp Dietrich, que pretendía escindir primero y aniquilar después a las tropas de Tolbulkhin, comenzó con una acción desesperada, y terminó en el más completo desastre.
El grupo de combate del teniente coronel SS Fritz Hagen, después de sustraer gasolina a otra unidad, llevó a cabo un profundo avance a través del lodo y las ciénagas del centro de Hungría, pero después de cuatro días, y de un recorrido de setenta y dos kilómetros, sus tanques de vanguardia aún se hallaban a treinta y dos kilómetros del Danubio. Cuando Hagen informó de su posición le preguntaron qué demonios hacía tan lejos de los demás, y en seguida le ordenaron que se retirase.