– El Alto Mando del Ejército Rojo ha aceptado las condiciones de la organización austríaca de resistencia.
Prosiguió diciendo que el grupo «O-5» debía comprometerse a ocupar los puntos clave de la ciudad, tales como los edificios públicos y los puentes, y a restablecer la administración civil y la Policía. El grupo «O-5» conduciría al Ejército Rojo hasta Viena, pero serían los rusos quienes combatirían.
Zheltov intervino diciendo que si Käs accedía, los ataques de los Aliados contra el este de Austria cesarían inmediatamente, y el Ejército Rojo protegería las instalaciones esenciales para la vida de la capital.
– Acepto en nombre de Viena -dijo Käs, poniéndose de pie.
Zheltov también se puso de pie, y ambos se estrecharon la mano. Se encaminaron de nuevo hacia la mesa donde se hallaba el mapa con el plan de ataque del Estado Mayor General del Ejército Rojo. Una flecha aparecía trazada sobre los bosques de Viena, hasta la parte posterior de la capital. Tolbukhin seguiría el plan de Szokoll. Otra flecha se dirigía hacia la ciudad desde el Nordeste: era el Segundo Frente Ucraniano, de Malinovsky. En ese momento repiqueteó el timbre del teléfono. Dijeron a Käs que era el mariscal de campo Alexander, desde Italia, el cual había prometido secundar la promesa del Ejército Rojo de no bombardear Steiermark, ni la Baja Austria, ni Viena.
Käs se sintió enormemente aliviado. Lo único que le faltaba era regresar a Viena.
Una muestra de la importancia que Hitler concedía a Viena, fue el hecho de que ordenase a una de las divisiones Panzer que defendían Berlín, su traslado a las defensas de la capital austríaca. Por la misma orden se privaba a Heinrici, del Grupo de Ejército Vístula, de dos divisiones de infantería, que pasaban al Grupo de Ejército del Centro, bajo el mando de Schoerner.
Heinrici se dio cuenta de que aquel traslado de tropas podía significar el hundimiento de su frente, ya bastante disperso en esos momentos. La pérdida de tres divisiones resultaría catastrófica, y su única salvación consistía en hallar reemplazos inmediatamente. Sólo se le ocurrió una solución: solicitar el envío de los dieciocho fogueados batallones del coronel Biehler, que se hallaban en el interior del Festung de Francfort. Estos deberían ser retirados más allá del Oder, y colocados a lo largo de la importante autopista Francfort-Berlín. Aquello, lógicamente, suponía que Heinrici debía convencer de algún modo al Führer para que suspendiese el Festung de Francfort.
En la tarde del 4 de abril, Heinrici y su oficial de operaciones, coronel Eismann, atravesaron el jardín de la Cancillería para dirigirse a la entrada del bunker subterráneo. El jardín era un conglomerado de árboles caídos, trincheras y nidos de ametralladoras. Los dos militares descendieron los escalones, hasta llegar al refugio del Führer. Dos fornidos guardias SS se les acercaron y les preguntaron cortésmente si permitían que les registrasen. Heinrici asintió y uno de los soldados le miró en los bolsillos y le palpó cuidadosamente el cuerpo. Vaciaron la cartera de Eismann, y por fin les permitieron seguir adelante. Todo se hizo correctamente, de manera digna, pero Heinrici no dejó de pensar: «¡A dónde hemos llegado!»
Al final del prolongado corredor se hallaban reunidos unos treinta importantes funcionarios. Una vez que se hubo servido café y bocadillos, Von Keitel dijo:
– Las siguientes personas deberán entrar para dar sus informes… -y nombró a Doenitz, Bormann, Jodl, Krebs, Himmler, Heinrici y Eismann.
Heinrici entró en el pequeño salón de mapas, donde aparecían una serie de bancos dispuestos lateralmente, un gran mapa y una silla, junto a él. Todos tomaron asiento en los bancos, a excepción de Bormann, que lo hizo sobre un cajón que había en un rincón. En seguida se presentó Hitler, que llevaba gafas oscuras. Después de estrechar la mano a Heinrici y Eismann, el Führer tomó asiento.
Krebs sugirió que Heinrici y Eismann hablasen en primer lugar a fin de que pudieran regresar cuanto antes al campo de batalla. Hitler asintió, y Heinrici comenzó a describir vívidamente la situación que reinaba en su frente. De pronto se volvió hacia Hitler, y le propuso que los dieciocho batallones de Biehler fuesen retirados del Festung de Francfort. En seguida, se preparó para la violenta reacción del Führer.
Hitler no pareció incomodarse lo más mínimo. Heinrici llegó a preguntarse, incluso, si estaría despierto, ya que no podía verle los ojos a través de los cristales oscuros. Por fin, el Führer se volvió con lentitud hacia Krebs y le dijo:
– Creo que el general tiene razón.
– Sí, mi Führer -contestó Krebs, al tiempo que Doenitz movía afirmativamente la cabeza.
– Adelante, Krebs -murmuró Hitler-. Dé las órdenes.
Heinrici quedó sorprendido ante lo fácil que había resultado su gestión. De improviso se abrió la puerta y Goering entró ruidosamente en la estancia. Tras pedir disculpas por llegar con retraso, colocó su abultado abdomen contra la mesa y anunció pomposamente que acababa de visitar una de las divisiones aerotransportadas suyas, que estaban en el frente de Heinrici. La voz de Goering hizo estremecer a Hitler, como si hubiera estado dormitando. El Führer se puso de pie y exclamó con voz aguda, mientras le temblaban las manos a causa de la excitación:
– ¡Nadie me comprende! ¡Nadie hace lo que yo quiero! ¡En cuanto al asunto del Festung, ya hemos resistido con éxito en Breslau, y hemos contenido a los soviéticos muchas veces, antes de ahora, en Rusia!
Todo el mundo quedó en silencio, a excepción de Heinrici, quien comprendió que estaba a punto de perder lo que había ganado unos instantes antes. Movió entonces la cabeza y manifestó que las tropas Volkssturm no podrían contener a los rusos. Declaró que debía considerarse un Festung de dos maneras: los defensores podían luchar hasta el último instante, y dejarse matar, o bien podían contener al enemigo y retirarse, para reanudar luego la lucha, en el momento oportuno.
– ¿Quién es el oficial que se halla a cargo de Francfort?-interrumpió Hitler, secamente.
– El coronel Biehler.
– ¿Es un Gneisenau? [42]
– Lo sabremos después del primer ataque soviético importante -declaró Heinrici-, pero creo que lo es, en efecto. -Quiero verle inmediatamente.
Heinrici afirmó que aquello era imposible, hasta que transcurriesen al menos un par de días, y de nuevo insistió en la retirada de los batallones del Festung.
– Está bien -concedió Hitler-. Le autorizo a que retire seis batallones. ¡Pero Francfort seguirá siendo un baluarte!
Comprendió Heinrici que aquello era todo lo que iba a conseguir, y comenzó a exponer su plan defensivo ante el inminente avance de las tropas de Zhukov. Planeaba una retirada subrepticia de las tropas de primera línea, a posiciones preparadas de antemano. Hitler aprobó la idea, pero inquirió:
– ¿Por qué no se traslada ahora a esas posiciones?
Heinrici explicó que deseaba hacer creer a los rusos que la línea principal se hallaba unos cuantos kilómetros al Este. Poco antes de que los soviéticos comenzasen a bombardear esa línea falsa, sus hombres se escabullirían hasta las defensas verdaderas, dejando tras ellos una fuerza ficticia. Las granadas caerían en terreno vacío, por consiguiente. Admitió que había aprendido esa artimaña de los franceses, en la Primera Guerra Mundial. Hitler sonrió complacido, y Heinrici pensó que ése era el momento de lamentarse por la transferencia de tantas unidades a Viena y Schoerner.