Cuando Kempka volvió en sí comprobó que no podía ver. Se arrastró hacia delante, a ciegas, hasta que tropezó con algo. Levantóse despacio, tanteando el obstáculo, que era una barricada. Lentamente, su vista se fue aclarando. Delante de él se hallaba Beetz, como aturdido. Tenía desgarrado el cuero cabelludo y una parte le colgaba hacia un lado. Apoyándose el uno en el otro, retrocedieron con paso vacilante hacia el Hotel Admiral Palace, hasta que Beetz no pudo dar un paso más. Kempka miró a su alrededor y vio a frau Haussermann, la ayudante del profesor Blaschke, dentista de Hitler. La mujer prometió llevar a Beetz a su piso.
Kempka comprendió que no conseguiría conducir su grupo fuera de Berlín. Por consiguiente, les ordenó que se dispersasen, y que cada uno se las arreglara cómo pudiese. Luego, Kempka inició una rápida carrera a través de una pasarela que cruzaba el Spree y se escondió en una dependencia del ferrocarril, con cuatro trabajadores forzados. Uno de éstos era una agradable muchacha yugoslava, la cual llevó a Kempka hasta el piso superior y le entregó unos pantalones bastante sucios. Kempka estaba herido en el brazo derecho, pero se hallaba tan agotado que se tendió sobre el suelo y se quedó inmediatamente dormido.
Para entonces, el coronel Von Dufving ya había penetrado en las líneas soviéticas y negociado la rendición de las tropas alemanas. Los rusos enviaron mensajes a las unidades germanas de la zona, exhortándoles a una capitulación inmediata. «Les prometemos tratamiento honorable. Los oficiales podrán conservar sus armas y los objetos personales.»
Por toda la ciudad en llamas comenzaron entonces a surgir soldados germanos con banderas blancas. El propio Weidling se entregó sin que se produjera incidente alguno. Cruzó el Lendwehrkanal por un puentecillo colgante y se presentó ante el comandante de una división rusa. Le llevaron entonces al puesto de mando de Chuikov, donde escribió un mensaje ordenando a sus hombres que depusieran las armas inmediatamente. [67]
Poco antes del amanecer, el coronel Woehlermann, luciendo todas sus condecoraciones, salió de la torre antiaérea del Tiergarten seguido de sus hombres. El aire estaba enrarecido a causa de la humareda y de la neblina. De pronto, se inició un fuego de ametralladoras alemanas desde una posición posterior. El emisario ruso que se preparaba a recibir a Woehlermann mandó a sus hombres que no contestasen al fuego. Woehlermann dio una orden en voz alta y los disparos cesaron. Sus dos mil hombres formaron una larga fila y se dirigieron hacia el Norte, avanzando por entre los caídos árboles del parque hasta que llegaron a la avenida del Eje Este-Oeste. Cerca del viaducto del ferrocarril vio centenares de tanques soviéticos dispuestos en orden de revista sobre la avenida donde Hitler solía celebrar los desfiles militares. Era un despliegue impresionante.
Al ver acercarse a los alemanes, dispuestos a rendirse, los rusos saltaron de sus tanques y les entregaron cigarrillos, al tiempo que gritaban:
– Voyna kaputt! Voyna kaput! (¡La guerra ha terminado!). La amistosa actitud de los soviéticos impulsó a Woehlermann a señalar un grupo de veinte muchachos de las Juventudes Hitlerianas, diciendo:
– Domoi? (¿Se van a casa?).
– Domoi! -exclamó el parlamentario ruso.
Woehlermann colocó las manos a modo de bocina y gritó:
– ¡Muchachos, podéis ir a vuestras casas!
Los chicos lanzaron gritos de alegría y se dispersaron al momento en dirección a sus hogares, en tanto que los demás soldados alemanes experimentaban un sentimiento de gratitud, casi de júbilo, ante aquella inesperada muestra de magnanimidad.
Kempka se despertó de pronto al oír un gran estrépito y numerosas voces que hablaban en ruso. Desde el piso alto, vio a varios soldados rusos que bromeaban con los trabajadores forzados. La muchacha yugoslava hizo señas a Kempka, y éste, temiendo algo desagradable, bajó en seguida. La chica, con la mejor de sus sonrisas, le condujo hasta donde se hallaba el comisario soviético y dijo:
– Este es mi marido.
El comisario dio algunas palmadas al antiguo chófer de Hitler en la espalda y exclamó:
– Tovarisch, Berlín kaputt, Hitler kaputt! ¡Stalin es nuestro héroe!
Los rusos sacaron comida y vodka, y a continuación, mientras amanecía, se organizó una estruendosa y alegre fiesta.
5
A excepción de los disparos ocasionales de algunos tenaces soldados alemanes que se negaban a rendirse, la batalla de Berlín ya había concluido, y los defensores de la ciudad se resignaban a entregarse.
Pero a sólo cien kilómetros del bunker, en dirección al Oeste, millares de alemanes, tanto soldados como civiles, se apiñaban en la orilla oriental del río Elba, en Tangermünde, esperando su turno para escapar hacia el Oeste. El puente había quedado destruido, pero los ingenieros alemanes erigieron una pasarela para cruzar a pie sobre el río. Los norteamericanos contaron unos dieciocho mil alemanes, civiles y militares, que cruzaban diariamente a la orilla occidental del Elba. Varios miles más cruzaban en balsas, botes de goma y lanchas de motor.
En la mañana del 2 de mayo los rusos irrumpieron a través del flanco izquierdo de Wenck cuyo jefe de Estado Mayor sugirió iniciar al momento las negociaciones con los norteamericanos. Wenck declaró que estaba dispuesto a rendirse, pero dijo que deseaba retrasarlo una semana más para que los alemanes del este del Elba pudiesen huir al Oeste.
El general Max von Edelsheim fue enviado al otro lado del río como parlamentario Los norteamericanos convinieron en dejar que cruzasen el Elba las tropas en tres puntos diferentes, pero se negaron a aceptar más civiles.
Al norte de Berlín, el ejército de Manteuffel -casi lo único que quedaba del Grupo de Ejército Vistula- se retiraba en un desesperado esfuerzo por llegar a las líneas angloamericanas antes de que Rokossovsky les alcanzase. Este, sin embargo, se hallaba más interesado por tomar el puerto clave del Báltico, Lübeck, que por hacer prisioneros alemanes. Eisenhower exhortó a Montgomery a que se apresurase, antes de que los soviéticos se apoderasen de Schleswig-Holstein e incluso de Dinamarca. Montgomery replicó ásperamente que se daba perfecta cuenta de lo que había que hacer. Aseguró que cuando le quitaron el ejército de Simpson, el ritmo de su ataque se hizo más lento. Como respuesta, Eisenhower le envió cuatro divisiones del XVIII Cuerpo Aerotransportado de Ridgway.
Sólo el destrozado ejército de Blumentritt separaba a Montgomery del mar Báltico. Durante las últimas semanas, Blumentritt había sostenido una batalla de guante blanco con los británicos, retirándose con la menor efusión de sangre posible. Desde mediados de abril se había establecido un enlace oficioso entre los adversarios, y una mañana, un oficial de enlace del Segundo Ejército británico se presentó ante Blumentritt y dijo que puesto que los rusos se aproximaban a Lübeck, las fuerzas de Su Majestad preguntaban si los alemanes les permitirían tomar el puerto del Báltico antes de que lo hicieran los rusos.
Blumentritt también prefería que Lübeck no cayese en manos soviéticas, y dio órdenes de no hacer fuego contra los ingleses, cuando éstos avanzasen.
6
El mismo día, Hanna Reitsch y el general Greim se con Himmler cuando salían de entrevistarse con Donitz, en su puesto de mando.
– Un momento, herr reichsführer -dijo Hanna-. Quiero preguntarle algo de gran importancia, si tiene un momento disponible.
[67] El 9 de mayo, Weidling, Dufving, cinco generales, tres coroneles y un soldado fueron llevados en avión a Moscú. El soldado era un vendedor de tabaco de Postdam, que se llamaba Truman. Después de su captura le preguntaron si era pariente del presidente Truman y contestó que bien podía serlo, ya que un tío abuelo suyo había emigrado a Estados Unidos. Se colocó a Truman bajo fuerte vigilancia.
En Moscú, Truman compartió una celda con Dufving. Un día, después de numerosos interrogatorios del NKVD, el soldado dijo a Dufving: "El comisario acaba de decirme que no estoy emparentado con el presidente de Estados Unidos, y que debo decírselo a todo el mundo." Tres meses más tarde le hicieron salir de la celda, y Dufving no volvió a verle más.
Dufving fue devuelto por fin a Alemania Occidental en 1955, pero Weidling murió en una prisión rusa en noviembre de ese mismo año.