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Doenitz también concedió a Jodl autorización para firmar la rendición en todos los frentes, pero le advirtió que no concretase nada sin obtener permiso previo por radio.

Al terminar el día, Doenitz recibió una inesperada oferta de ayuda para las negociaciones. Goering, que había sido liberado por tropas de la Luftwaffe de su cautiverio a manos de miembros de las SS, le envió el siguiente mensaje por radio:

«¿Está al corriente de las intrigas que con peligro de la seguridad del Estado ha dirigido contra mí el dirigente del Reich, Martin Bormann, con el fin de eliminarme? Todas las actuaciones en contra mía fueron motivadas por la leal petición que envié al Führer, preguntándole si deseaba que entrase en vigor su orden de sucesión…

»Acabo de saber que proyecta usted enviar a Jodl para que negocie con Eisenhower. En bien de nuestro pueblo, considero que yo también debiera ver a Eisenhower, de mariscal a mariscal. Los éxitos que obtuve en importantes negociaciones internacionales que me confió el Führer, antes de la guerra, garantizan qué probablemente lograría crear una atmósfera personal que beneficiará las gestiones de Jodl. Por otra parte, Gran Bretaña y Estados Unidos han demostrado… en las manifestaciones de sus estadísticas, durante los pasados años, que su actitud hacia mí es más favorable que hacia otros dirigentes políticos de Alemania. En esta hora extremadamente difícil, considero que debemos colaborar todos sin ahorrar paso alguno que pueda servir mejor el futuro de Alemania.»

Doenitz echó a un lado el mensaje, sin miramientos.

Muchos de los hombres cuyas vidas habían estado dominadas durante bastantes años por el Führer, se vieron de pronto en posesión de una incómoda libertad. En una entrevista final con Adolf Eichmann, en una finca de las montañas de Austria, Ernst Kaltenbrunner le preguntó casi con displicencia mientras hacía solitarios con las cartas y tomaba pequeños sorbos de coñac:

– ¿Dónde piensa ir ahora?

Eichmann contestó que se marchaba a las montañas para unirse a otros nazis leales en una lucha final.

– Me parece bien. También se lo parecerá al reichsführer Himmler -dijo Kaltenbrunner con un tono sarcástico que seguramente no captó el poco sutil Eichmann-. Ahora podrá hablar de modo diferente a Eisenhower en sus negociaciones, pues sabrá que un Eichmann en las montañas nunca se rendirá… porque no puede hacerlo.

Kaltenbrunner arrojó bruscamente una carta sobre la mesa y añadió:

– Todo esto es absurdo. La partida ha concluido. [72]

La reacción de Himmler ante los problemas que debía enfrentar, consistió en huir a Flensburg.

– No puede marcharse así -protestó el SS obergruppenführer (general) Otto Ohlendorf, jefe de la Tercera Sección de la Oficina de Seguridad alemana-. Tiene usted que dar un discurso por radio, o hacer cualquier declaración a los Aliados, por la cual asume la responsabilidad de lo que ha sucedido. Es necesario que exponga los motivos.

Himmler accedió, pero sólo para evitar discusiones. En seguida abordó a Schwerin von Krosigk y le preguntó con gesto de ansiedad:

– Dígame, por favor, ¿qué va a ser de mí?

– No me importa en absoluto lo que pueda ocurrirle a usted o a cualquier otro -dijo impaciente el conde-. Sólo me interesa nuestra misión en conjunto, y no nuestros destinos personales. Puede usted suicidarse o desaparecer con una barba postiza, pero en su lugar, yo me presentaría ante Montgomery y diría: «Aquí estoy; soy Himmler, el general de las SS, y estoy dispuesto a responsabilizarme de todos mis hombres.»

– Herr reichminister…

Himmler no pudo terminar la frase, porque Krosigk dio media vuelta y se marchó.

Por la noche, Himmler confesó misteriosamente a sus allegados que aún quedaba por llevar a cabo una importante misión.

– Durante varios años he cargado con un gran peso. Esta nueva e importante tarea deberé realizarla solo. Tal vez uno o dos de ustedes podrán acompañarme.

A continuación Himmler se afeitó el bigote, se puso un parche sobre un ojo, cambió su nombre por el de Heinrich Hitzinger, y con media docena de seguidores, entre los que se contaban el doctor Gebhardt, partió en busca de un escondite. Dos semanas más tarde fue capturado por los ingleses. Un médico que procedía a hacerle un examen reglamentario notó algo en la boca de Himmler, pero antes de que pudiera extraer el objeto, Himmler lo mordió y murió casi instantáneamente. Era la cápsula de cianuro que había enseñado a Degrelle.

2

En París, el Cuartel General Supremo de las fuerzas aliadas había elegido a diecisiete corresponsales para que relatasen el acto de la rendición. En la tarde del 6 de mayo el avión que los conducía salió hacia Reims. Ya en camino, el general de brigada Frank A. Allen manifestó que el descubrir prematuramente las negociaciones podría tener resultados desastrosos, y pidió a todos que firmasen un compromiso para «no comunicar el resultado de esta conferencia, o su sola celebración, hasta que lo autorice el Cuartel General Supremo».

Llegados a Reims, los periodistas fueron llevados al puesto de mando de Eisenhower, situado en una escuela técnica profesional de la ciudad. Allen les condujo hasta una aula del piso bajo y les pidió que esperasen allí.

Entretanto, otro grupo de corresponsales, entre los que se incluía Raymond Daniell, del New York Times, y Helen Kirkpatrick, del Tribune, de Chicago, llegaba desde París en un jeep. Irritados ante la arbitraria selección de los que tendrían acceso exclusivo a la conferencia, trataron de entrar en la escuela, pero se lo impidieron por la fuerza. El grupo permaneció en la acera, abordando a todos los que entraban y salían del edificio. El teniente general Frederick Morgan simpatizó con estos periodistas, y dijo a Allen que había que hacer algo por ellos. Pero Allen se mostró inflexible y ordenó a los policías militares que los echasen del lugar.

Hacia las cinco y media, Jodl y su ayudante militar, en compañía de dos generales británicos, entraron en la escuela y fueron conducidos hasta una estancia donde se hallaba Friedenburg. Al entrar, Jodl saludó a su compatriota y cerró la puerta tras él. Poco después salió Friedeburg y pidió unas tazas de café y un mapa de Europa.

Los alemanes salieron unos minutos más tarde, y el general de división Kenneth Strong, jefe del Servicio de Inteligencia de Eisenhower, que hablaba correctamente el alemán, les acompañó hasta el despacho de Bedell Smith. Una vez allí, Jodl expuso de nuevo las condiciones alemanas: accedían a rendirse a los aliados occidentales, pero no a Rusia. A las siete y media Strong y Smith dejaron a los alemanes para ir a informar a Eisenhower en su despacho acerca de la marcha de las negociaciones. Después regresaron.

Unos momentos más tarde el capitán Butcher entró en la oficina de Eisenhower y le recordó las dos estilográficas que un viejo amigo de Eisenhower, Kenneth Parker, le había enviado para aquella ocasión. Eisenhower dijo a su ayudante naval que se hiciese cargo de las plumas, una de las cuales pensaba enviar a Parker, y la otra a Truman, tras la firma del armisticio.

– ¿Y para Churchill?-inquirió Butcher.

– ¡Cielos, me había olvidado de él! -exclamó Eisenhower.

Por fin, Jodl accedió a rendirse también a los rusos, pero solicitó una demora de cuarenta y ocho horas.

– No tardarán ustedes en estar luchando contra los rusos. Salven a todos los hombres que buenamente puedan de ellos -añadió Jodl.

Jodl mostró tal insistencia a este respecto, que Strong fue de nuevo a ver a Eisenhower y le dijo que los alemanes se mostraban irreductibles.

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[72] Kaltenbrunner fue ahorcado después de los juicios de Nuremberg. Eichmann se marchó a las montañas, pero en lugar de luchar se rindió pacíficamente a una unidad americana, dando el nombre de cabo Barth, de la Luftwaffe. En el campamento de prisioneros se ascendió él mismo a teniente de las SS, y adoptó el nombre de Otto Eckmann. En 1946 escapó sin dificultades y se trasladó en avión a Sudamérica, donde catorce años después le capturaron unos agentes israelitas en Buenos Aires y le llevaron escondido a Jerusalén, donde fue juzgado y ejecutado.