Выбрать главу

Cuando hubo concluido de escribir este singular documento, Himmler lo examinó brevemente, y al fin, con su lenta y angulosa escritura, colocó la firma: «Heinrich Himmler, reichsführer SS.»

Lleno de gozo, Kersten cogió la misma pluma, y llevado por un impulso firmó a su vez. «En nombre de la Humanidad, Felix Kersten.»

El logro de Kersten era importante, pero después de todo se trataba de un compromiso privado, y si bien Himmler había insistido en que lo cumpliría, no había seguridad alguna de que mantuviera su palabra.

Irónicamente, mientras procuraba resistir a las demandas de Kersten, Himmler estaba tratando de establecer un acuerdo secreto en Austria con el doctor Carl J. Burckhardt, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, del que podía resultar una considerable mejora de las condiciones imperantes en las cárceles y los campos de concentración. Himmler a su vez esperaba, a cambio, la benevolencia del mundo. Por otra parte, el hombre que Himmler había enviado como agente era el doctor Kaltenbrunner, y enemigos tales como Walter Schellenberg hubieran juzgado imposible que éste pudiera participar en negociaciones de un cariz tan humanitario como aquélla. [21]

El doctor Burckhardt trató de convencer a Kaltenbrunner para que dejase que la Cruz Roja visitara los campos de concentración y proporcionarse algún alivio a los internados. El mismo había tratado de obtener tal concesión del predecesor de Kaltenbrunner, el conocido Reinhard Heydrich, que se había convertido en el símbolo de la brutalidad de la Gestapo. Heydrich replicó al doctor Burckhardt defendiendo la política de los nazis. Dijo que los campos de concentración estaban llenos de criminales, espías y peligrosos agentes de propaganda.

– No debe usted olvidar que estamos combatiendo, que el Führer combate al enemigo universal -manifestó-. No sólo es cuestión de hacer que Alemania sea un país seguro, sino que tenemos la obligación de salvar al mundo intelectual de la corrupción moral. Eso es algo que ustedes no comprenden.

Luego Heydrich hizo descender el tono de su voz, hasta convertirla en un susurro de conspirador:

– Fuera de nuestro país piensan que somos los mayores brutos que hay, ¿verdad? Para el individuo en sí esto resulta algo difícil de aceptar, pero nosotros tenemos que ser duros como el granito, o la obra del Führer se hallaría en peligro. Llegará un día en que todos nos agradecerán que hayamos asumido semejantes responsabilidades.

El doctor Burckhardt obtuvo algo más que palabras del sucesor de Heydrich. Por raro que parezca, Kaltenbrunner aprobó un envío de paquetes con alimentos a los prisioneros militares, e incluso accedió a que algunos observadores de la Cruz Roja viviesen en los campamentos de prisioneros de guerra hasta el fin de las hostilidades. Alentado por la «razonable actitud» de Kaltenbrunner, el doctor Burckhardt trató el tema de los prisioneros civiles, y Kaltenbrunner ofreció para estos las mismas concesiones que para los presos militares.

– Incluso -manifestó-, puede usted enviar observadores permanentes a los campamentos israelitas.

En los días que siguieron, Himmler hizo concesiones aún más humanitarias. Kersten le convenció para que rescindiese la orden de Hitler de destruir los embalses de La Haya y de Zuyder Zee, y para que extendiese una orden prohibiendo el trato cruel contra los judíos.

Llegó a volverse tan benévolo que el 17 de marzo Kersten le pidió que se entrevistase en secreto con Storch, el agente del Congreso Judío Mundial.

– ¡No puedo recibir a un judío! -exclamó Himmler-. ¡Si el Führer se entera me matará de un tiro en el acto!

Pero ya había hecho demasiadas concesiones, y Kersten tenía una copia firmada del documento por el que se comprometía a desobedecer a Hitler. Con voz débil, Himmler dio su consentimiento a lo que le pedían.

Hitler dábase cuenta de que a su alrededor se estaban llevando a cabo cierto número de conjuras, algunas de las cuales él mismo había contribuido a instigar. Estaba al corriente, por ejemplo, de las negociaciones de Ribbentrop en Suecia y de las de

Wolff en Italia. Incluso sabía que Himmler hacía tratos con judíos. Pero Hitler siguió permitiendo que esos hombres continuaran negociando aparentemente en su nombre. Si el trato fracasaba, se haría el desentendido, y si tenía éxito, podría sacar partido de ello.

Pero resulta dudoso que estuviese enterado de que su política de «tierra arrasada» recibía la activa oposición de su ministro más capacitado, Albert Speer, hasta que éste criticó abiertamente la idea en su nota del 18 de marzo, la cual decía lo siguiente:

«No hay duda de que la economía alemana se hundirá de aquí a cuatro u ocho semanas… Después de este colapso, la guerra no podrá continuar, ni siquiera en el aspecto militar… Debemos hacer todo lo posible por salvaguardar la vida de nuestro pueblo, incluso en el nivel más primitivo… No tenemos derecho, en esta etapa de la guerra, a llevar a cabo destrucciones que lleguen a afectar la misma existencia del pueblo. Si nuestros enemigos desean destruir esta nación, que ha luchado con valor ejemplar, la vergüenza de la Historia recaerá exclusivamente sobre ellos. A nosotros nos queda el deber de dejar a la nación todas las posibilidades para que pueda reconstruirse en un futuro…»

Hitler admiró siempre a Speer, y este afecto personal se extendió a unos pocos más. Por ello tal vez esas palabras contribuyeron a enfurecerle tan intensamente. Si el Führer había vacilado en su decisión de arrasar Alemania, la nota de Speer le resolvió a actuar más rápidamente. Por consiguiente, mandó llamar a Speer y le dijo acaloradamente:

– ¡Si se pierde la guerra, el Reich también debe perecer! Eso es inevitable. No es necesario preocuparse de las necesidades elementales del pueblo para que continúe llevando una primitiva existencia. Por el contrario, será mejor que destruyamos esto nosotros mismos, porque nuestro país habrá demostrado ser el más débil, y el futuro sólo pertenecerá a la fuerte nación oriental (Rusia). Además, los que queden después de la guerra serán los inferiores, ya que los mejores habrán perecido.

Despidió el Führer perentoriamente a Speer, y dictó la orden que éste había tratado de impedir. En ella se mandaba destruir todas las instalaciones militares, industriales, de transportes y comunicaciones, antes de que cayeran en manos del enemigo. Los gauleiter nazis y los jefes de la defensa deberían contribuir a la ejecución de tales medidas. «Todas las directivas opuestas a lo antedicho -concluía la orden -quedan anuladas.»

Ya desde Stalingrado, Hitler había estado tomando decisiones tan brutales y arbitrarias como ésta, y desde el atentado del 20 de julio se volvió más irritable e inflexible. Sus consejeros comprobaron desalentados que tendía a hallar una solución desesperada y única para cada problema, en lugar de buscar varias alternativas, como ocurría en el pasado.

Sin embargo, el Führer seguía siendo considerado y afable con su chofer Kempa y con sus secretarios y servidores, pero hasta éstos podían comprobar que se hallaba abrumado por la tensión nerviosa.

– Me mienten por todas partes -dijo en cierta ocasión a uno de sus secretarios-. No puedo confiar en nadie; todos me traicionan. Esto me pone enfermo. Si no fuera por mi fiel Morell (el médico que le daba tantas píldoras) estaría totalmente deshecho. Y esos idiotas de médicos quieren librarse de él. Pero no dicen lo que sería de mí sin Morell. Si algo me pasa, Alemania quedará sin líder, pues no tengo sucesor. El primero, Hess, está loco; el segundo, Goering, ha perdido la simpatía del pueblo, y el tercero, Himmler, sería rechazado por el Partido.

вернуться

[21] Según el doctor Kleist, Kaltenbrunner ya trataba de negociar la paz en 1943, "cuando resultaba muy peligroso considerar tales ideas. Kaltenbrunner hizo todo lo que pudo por ayudarme en las negociaciones con Gilel Storch, y lo que retrasó el asunto varios meses fue la intervención de Schellenberg".

El doctor Kleist considera que Schellenberg quería impedir que negociasen Ribbentropp Y Kaltenbrunner, para su beneficio personal, "Era sencillamente lo que llamamos un characterschwein". Storch recientemente escribió: "En relación con el papel de Schellenberg… el conde Bernadotte y yo le prometimos que podría refugiarse en Suecia…"