«El arrogante lenguaje de la carta de Molotov demuestra, a mi entender, de manera clara, una actitud dominante en relación con Estados Unidos, que ya anteriormente habíamos sospechado. Sostengo que más tarde o más temprano tal actitud creará una situación que resultará intolerable para nosotros.
»Por consiguiente, recomiendo que hagamos frente a la situación siguiendo en la trayectoria razonable y generosa que hemos emprendido, aconsejando al Gobierno soviético, con términos firmes y amistosos, en tal sentido.»
Harriman no alcanzaba a comprender la razón de que Stalin «hubiese aceptado los acuerdos de Yalta, si pensaba quebrantarlos luego tan rápidamente». Llegó entonces a la conclusión de que «el mariscal quizá pensaba cumplir sus promesas en un principio, pero cambió de intención por cierto número de razones». En primer lugar, algunos miembros del Presidium del Partido Comunista habían criticado a Stalin por haber hecho demasiadas concesiones en Yalta. En segundo lugar, Stalin se estaba mostrando cada vez más receloso con todo el mundo. Así, cuando unos aviadores norteamericanos sacaron por su cuenta y bajo cuerda a varios soviéticos que querían salir de Rusia, Stalin calificó el asunto como una conjura oficial de Estados Unidos. [22] En tercer lugar, y lo más importante, Stalin creyó confiadamente en Yalta que el Ejército Rojo sería aceptado como libertador de los pueblos del este de Europa y de los Balcanes. Era evidente, sin embargo, en esos momentos, que los polacos de Lublin no entregarían Polonia a Stalin en unas elecciones libres, y también que en los Balcanes se consideraba ya a los rusos más como conquistadores que como libertadores. Fuesen cuales fuesen las razones, [23] Stalin había decidido ignorar las promesas que hiciera anteriormente en Yalta a sus aliados. Esto era algo que no presentaba dificultades para un hombre que manifestó una vez con acento imperturbable a Harriman -en relación con otro acuerdo- que no había roto su promesa, sino que había cambiado de parecer.
Otro factor que sin duda debió de haber alentado al dirigente soviético a realizar un cambio tan repentino, fue la revelación que le hiciera Roosevelt en la conferencia de Yalta, de que Estados Unidos retirarían sus tropas de Europa lo antes posible. Ese fue probablemente el mayor error que los Aliados cometieron en el curso de toda la conferencia, ya que una vez en posesión de tal seguridad, Stalin podía considerar -y de hecho así lo hizo- todas las protestas americanas -incluyendo las notas personales del presidente- con manifiesto desdén.
Capítulo sexto. La casa de las conchas
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A las cuatro de la mañana del 9 de abril de 1940, las tropas alemanas cruzaron la frontera de Dinamarca sin la menor advertencia previa. Otras tropas germanas desembarcaron en varios puertos daneses, incluyendo la capital, Copenhague. Mientras los bombarderos volaban amenazadoramente sobre el país, una hora más tarde, el representante diplomático alemán en Dinamarca entregó al Gobierno danés una nota exigiendo la sumisión. Los germanos manifestaron que sólo se habían adelantado para proteger a Dinamarca de la invasión de los aliados occidentales, y no con intenciones hostiles, y prometieron respetar la neutralidad danesa y no injerirse en los asuntos internos.
El Gobierno danés capituló, pero los cuatro millones y medio de recios e independientes daneses se negaron a aceptar tal humillación, y no tardaron en surgir pequeños grupos de guerrilleros. Como en Polonia, no había entre las partisanos diferencias políticas, y no era raro ver a un comunista actuar hombro con hombro con un conservador. Los jefes surgieron de distintas esferas. Había profesores universitarios, hombres de negocios, obreros y profesionales.
Los daneses fueron más allá de los habituales actos de sabotaje y de los retrasos en el trabajo, y se dedicaron a realizar una guerra psicológica que ponía de manifiesto su genio e imaginación. Al comienzo pasaban ante los alemanes como si éstos no existiesen. No tardaron en circular anécdotas -posiblemente falsas, pero que indicaban la actitud de los daneses-, como la siguiente: Un centinela se hallaba en el interior de una casamata circular, que le llegaba al pecho, en el centro de Copenhague. Le sorprendió que de pronto los que pasaban le empezasen a tomar en cuenta. Todos se reían de un letrero que algún bromista había colocado en el exterior de la caseta, y que decía: «Está sin pantalones.» Había comenzado un programa para ridiculizar a los alemanes.
En agosto de 1943 ya se producían seis o siete actos de sabotaje importantes al día. Los alemanes replicaron ocupando las fábricas, en las que se desató una oleada de huelgas. Desesperados, los germanos llenaron las calles de tropas, establecieron el toque de queda y amenazaron con capturar rehenes, lo cual sólo contribuyó a agravar la situación.
El doctor Werner Best, jefe administrador nazi, se trasladó en avión a Berlín y solicitó paciencia y una política más benévola. Dijo que la rebelión podía aplacarse si se hacían concesiones. Pero el Führer no quedó convencido, y el 28 de agosto envió un ultimátum al Gobierno danés exigiendo la aplicación de la ley marcial, la censura alemana directa, la prohibición total de las huelgas y reuniones, y la pena de muerte para los actos de sabotaje. Al día siguiente el Gobierno danés, con la plena aprobación del rey Cristián X, rechazó la petición. Por la noche, los soldados alemanes asumieron abiertamente el control de Dinamarca. Pero los problemas de Hitler en este país no habían hecho más que comenzar, pues toda la nación se hallaba ahora unificada detrás del movimiento de resistencia.
Un mes más tarde los alemanes ordenaban la detención de los judíos daneses, pero cuando una policía especial comenzó a practicar los arrestos, todos los judíos, a excepción de 477 ancianos, habían desaparecido misteriosamente. Un número de seis mil, fueron enviados clandestinamente a Suecia por la resistencia danesa. Por vez primera, los nazis habían hallado una oposición concreta, por parte de toda una población, para la puesta en práctica de su «solución final».
Esta operación clandestina en masa animó a los daneses a efectuar más actos de resistencia. Planeados por el Consejo de Liberación, un grupo de siete jefes de la Resistencia, aumentaron los sabotajes en los ferrocarriles, hasta que el movimiento de las tropas alemanas disminuyó a un 25 por ciento de lo normal. Los partisanos se habían vuelto tan audaces que llegaban a destruir fábricas enteras, como la «Globus», de Copenhague, que fabricaba piezas importantes de las «V-3».
Si bien los daneses no se hallaban oficialmente en guerra con Alemania, no hay duda de que actuaban como si lo estuvieran, y por más que su territorio estuviese ocupado, estaban contribuyendo a la caída del régimen de Hitler. Hacia el otoño de 1944, sin embargo la Gestapo había llegado a reunir tal cantidad de datos sobre la Resistencia, que los jefes de ésta pidieron a la RAF británica que destruyese los archivos que se encontraban en la Universidad de Aarhus. La incursión aérea tuvo tanto éxito que la Resistencia solicitó otra, esta vez contra la casa de las Conchas, de Copenhague, donde se encontraban los principales archivos de la Gestapo. Pero los ingleses se mostraron reacios a cumplir esta petición, ya que el último piso de la casa había sido convertido en prisión, y en ella se hallaban recluidos importantes personajes daneses.
[22] Mucho después Kruschev dijo a Harriman: "Sé que usted conoció bien a Stalin y que le tenía cierta consideración. Por consiguiente, debe saber que en los últimos años se fue haciendo cada vez más receloso. Cuando entrábamos en su despacho, no sabíamos si saldríamos vivos o si devolverían nuestros restos a la familia. Los hombres no pueden vivir de esa forma."
[23] Philip Moseley, representante de Estados Unidos en la E.A.C. y uno de los observadores más autorizados del panorama soviético, considera además que "la actuación dominante en la política soviética bien pudo haber pasado del Ministerio de Asuntos Exteriores… a las manos de los poderosos ministerios económicos -propensos a impedir cualquier ventaja económica para Alemania- y también a las de la policía secreta, responsable directa ante el Politburó del control soviético en las zonas ocupadas".