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Zhukov estaba a punto de lanzar un ataque contra Berlín, continuó explicando Guderian, y Hitler quería contrarrestarlo. El plan del Führer consistía en enviar cinco divisiones a través del Oder hasta la cabeza de puente de Biehler y avanzar luego hasta Küstrin. Aislada por la retaguardia, la cabeza de puente de los rusos, situada en la orilla occidental, caería por sí sola. Heinrici se quedó asombrado. Cualquiera podía comprender que aquella era la táctica que emplearía un aficionado. En primer lugar, sólo había un puente ante Francfort. ¿Cómo podrían cruzar cinco divisiones a tiempo para llevar a cabo el ataque?

– Los ingenieros están también construyendo un pontón -explicó Guderian, aunque era evidente que él también desaprobaba el proyecto.

– Pero es que ambos puentes quedarán bajo el fuego de la artillería rusa -dijo Heinrici-. ¡Este es un plan descabellado!

El general había puesto el dedo en la llaga, y Guderian se daba cuenta de ello.

– Tiene usted razón -admitió Guderian, con aire sumiso.

Busse también había puesto inconvenientes, proponiendo al fin que se atacase directamente la cabeza de puente de los rusos. Pero a Hitler le disgustó la sugerencia de Busse, y envió al frente al general Krebs para que comprobase si había posibilidad de llevar a cabo un ataque en la orilla del Oder. Krebs informó que podía hacerse, y así se iba a realizar.

– Tengo que ver a Adolf ahora mismo -dijo al fin Guderian, con cierto sarcasmo, y sugirió a Heinrici que le acompañase. Heinrici pretextó que le necesitaban en el grupo de ejército.

– Tengo que obtener informes de lo que ocurre, pues no sé nada de nada. Mis explicaciones carecerían de utilidad, y sólo perdería un tiempo precioso.

Guderian lanzó un suspiro. La práctica forma de pensar de Heinrici hubiera sido sumamente útil en la Cancillería. -Le diré a Hitler que está usted imponiéndose de la situación -manifestó.

Heinrici se trasladó en automóvil hasta la zona del Grupo de Ejército Vístula, cuyo cuartel general se encontraba cerca de Prenzlau, a unos ciento sesenta kilómetros al nordeste de Berlín. Era ya casi de noche cuando entró en el puesto de mando de Himmler, un edificio de madera de un solo piso, y media hora más tarde aún seguía esperando al reichsführer. Al fin pidió que le recibieran al momento, y le condujeron a una gran estancia decorada con sencillez, pero con comodidad. Frente a la puerta colgaba una gran fotografía de Hitler, y debajo de la misma estaba Himmler, sentado ante una gran mesa escritorio. Los dos hombres no se conocían, y Himmler se levantó cortésmente cuando Heinrici manifestó, tras saludarle:

– He venido a ocupar su puesto como comandante del Grupo de Ejército Vístula.

Himmler extendió una mano y Heinrici se la estrechó. Era una mano fofa, como la de un niño de corta edad.

– Voy a explicarle las batallas que hemos llevado a cabo como acción dilatoria -comenzó diciendo Himmler-. He pedido a un taquígrafo que tome las notas oportunas y nos traerán también los mapas correspondientes.

Luego llamó al general Eberhard Kinzel, jefe de Estado Mayor, y al coronel Hans-Georg Eismann, el oficial de operaciones. Himmler comenzó a relatar sus logros, pero se detuvo tan minuciosamente en los detalles que la explicación comenzó a hacerse pesada.

– Tengo asuntos importantes que hacer -dijo Kinzel, y se fue.

Luego fue Eismann quien pidió que le disculpasen. Después de cuarenta y cinco minutos de confusa explicación, llamó el teléfono. Himmler levantó el auricular, escuchó en silencio unos instantes y luego le pasó el aparato a Heinrici. Era el general Busse, el cual manifestó:

– Los rusos han vuelto a avanzar, y han ampliado su cabeza de puente por debajo de Küstrin.

Heinrici miró con gesto interrogador a Himmler, el cual se encogió de hombros y dijo:

– Es usted el nuevo comandante. Dé las órdenes correspondientes.

– ¿Cuál es su parecer?-preguntó Heinrici a Busse.

– Desearía contraatacar lo antes posible, para estabilizar las fuerzas en torno a Küstrin.

– Está bien. En cuanto tenga tiempo iré a verle, ambos examinaremos la situación del frente.

Cuando Heinrici hubo cortado la comunicación, Himmler declaró:

– Quiero decirle algo personal. Siéntese junto a mí, en el catre. Entonces, con un tono de conspirador que llamó la atención de Heinrici, le descubrió sus tentativas de entrar en contacto con las potencias occidentales.

De pronto, todas las observaciones incomprensibles de Guderian adquirieron sentido para Heinrici, el cual dijo:

– De acuerdo; pero, ¿qué medios están en juego, y cómo podremos disponer de ellos?

– Utilizando una potencia neutral -contestó Himmler, con acento misterioso. Luego miró a su alrededor nerviosamente y pidió a Heinrici que le prometiese guardar el secreto.

Al día siguiente, Heinrici procedió a inspeccionar la mitad norte de su grupo de ejército, que estaba defendido por el Tercer Ejército Panzer de Manteuffel. Entre la línea de batalla de Manteuffel y el Oder se extendía una zona de pantanos, y éste era el último lugar por donde se podía esperar el ataque principal de los soviéticos. Heinrici se dirigió entonces en automóvil hacia el sur, hasta Francfort, atravesando el frente que defendía el Noveno Ejército, del cual era comandante Busse, el antiguo jefe de Estado Mayor de Von Manstein. Busse era eficaz y sereno en circunstancias apremiantes, cualidad que no tardaría en requerirse en grado sumo, ya que era allí, en aquella zona, terminó diciendo Heinrici, por donde atacaría Zhukov. Al anochecer, Heinrici no sólo había delimitado la probable zona de ataque a un sector de cuarenta kilómetros situado al oeste de Francfort y de Küstrin, sino que había ideado un sistema defensivo. Establecería su línea principal a unos dieciséis kilómetros al oeste del Oder, en una pequeña sierra que corría paralela al curso del río. Más allá, en todo el camino que había hasta Berlín, no se apreciaba ninguna posición natural que permitiera la defensa.

Heinrici lanzó entonces la primera orden. Mandó trasladar todas las divisiones que habían conseguido escapar de Pomerania, incluidas la 25.ª Panzer, la 10.ª SS Panzer, la de Granaderos del Führer, y la 9.ª de paracaidistas, al crítico sector situado detrás de Francfort y de Küstrin. Su segunda orden era propia de un hombre imaginativo, y nada tenía que ver con el movimiento de tropas. Heinrici mandó que se soltasen lentamente las aguas de Ottmachau, un gran embalse situado a más de trescientos veinte kilómetros al Sudeste, y que iba a verter sus aguas en el río Oder. Con ello quedaría inundada la faja de dieciséis kilómetros existentes entre la sierra y el río, con una capa de agua de medio metro de altura.

Hitler tenía esperanzas de que las líneas defensivas con que contaba en aquel momento pudieran contener la inminente ofensiva rusa. Pero algunos de sus allegados no participaban de este entusiasmo, y comenzaron los preparativos para una Alpenfestung, un reducto nacional situado en los Alpes, donde el Nacional Socialismo llevaría a cabo su resistencia final de estilo wagneriano. Por absurdo que parezca, esta idea se había originado en la mente de los americanos. En el otoño de 1944, la oficina de Dulles en Suiza oyó rumores de que Alemania estaba construyendo un sistema defensivo inexpugnable en los Alpes austríacos. Los rumores, como correspondía, pasaron a Washington y crearon un estado de aprensión que trascendió a la Prensa. Goebbels reconoció de inmediato el valor propagandístico de la noticia, y poco después la Prensa europea se extendía largamente en especulaciones acerca del formidable reducto alpino.

Contrariamente a los temores de los Aliados, no se había construido todavía en los Alpes ningún sistema defensivo, pero de medios no oficiales se sabía que algunos alemanes prominentes estaban haciendo planes a este respecto. Uno de los más interesados era el austríaco Kaltenbrunner, el cual había ido adquiriendo cada vez más poder gracias a Himmler. A mediados de marzo, Kaltenbrunner fue a ver a Wilhelm Hoettl en su nuevo cuartel general del Alt Ausee, en Austria. Antiguo historiador, Hoettl se hallaba por aquel entonces ocupado en dirigir la Operación Bernhard, consistente en la falsificación en masa de billetes de Banco británicos. [24] Kaltenbrunner se enteró de que Hoettl viajaba a menudo a Suiza, y le preguntó si en su opinión los Aliados temían verdaderamente una lucha final en el Alpenfestung. Cuando Hoettl contestó afirmativamente, Kaltenbrunner replicó que ese temor podía utilizarse como medio de obtener un permiso «explícito o implícito» para luchar contra los rusos, incluso después de haberse firmado un armisticio con el Occidente. Hoettl contestó que no bastaba con el temor; los Aliados terminarían por descubrir que no había tal reducto, y no se habría adelantado nada. Kaltenbrunner sonrió, oprimió un timbre y mandó llamar al doctor Meindl, jefe de la Steyr Werke, la mayor fábrica de municiones de Austria.

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[24] Se hizo trabajar como falsificadores a 160 internados del campo de concentración de Schsenhausen. El fin de la Operación Bernhard era doble: perjudicar la economía británica, y proveer nuevos fondos para las operaciones de las SS. Probablemente se hayan producido unos ciento cincuenta millones de libras esterlinas en billetes de cinco, diez y veinte libras.