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– Puedo garantizarle una producción en pequeña escala de armamentos, desde unas factorías montadas en las montañas, a partir del primero de mayo -aseguró Meindl.

Kaltenbrunner nombró también a varios industriales que se hallaban cooperando igualmente, y reveló que la Operación Bernahrd se encontraba entonces localizada en Austria, y permitiría financiar el Alpensfestung. Los 160 expertos de Sachsenhausen y su equipo de falsificación habían sido trasladados a Redl-Zipf, [25] no lejos de la ciudad austríaca que el Führer designaba como su cuna: Linz.

Sólo una cosa se requería: obtener el permiso de Hitler para proseguir la lucha en el Sur, si Alemania quedaba dividida en dos. El 23 de marzo Kaltenbrunner se trasladó a Berlín para conseguir esta autorización. Tenía la esperanza de hallar a Hitler tan preocupado por el inminente derrumbe militar, que diera al menos su apoyo a una medida desesperada como era el Alpenfestung.

Hitler estaba inclinado sobre una gran maqueta de Linz, en el momento en que Kaltenbrunner entró en su despacho. Cuando advirtió de quién se trataba, su mirada se encendió y anunció que pensaba reconstruir por completo la ciudad, convirtiéndola en la metrópolis del centro de Europa. Luego preguntó a Kaltenbrunner, como nativo de Linz que era, lo que le parecía aquel plan.

Kaltenbrunner murmuró algo ininteligible, y siguió escuchando lleno de sorpresa mientras Hitler continuaba hablando entusiasmado acerca de la nueva Linz. De pronto Hitler miró a Kaltenbrunner y dijo sonriendo levemente:

– Sé lo que ha venido a decirme, Kaltenbrunner, y créame, si no estuviese convencido de que voy a construir una nueva Linz con la ayuda de usted, tal como se advierte en este modelo, me volaría la cabeza hoy mismo. Tiene que tener fe. Aún dispongo de medios para llevar la guerra a una conclusión victoriosa.

Como tantos otros, Kaltenbrunner salió del despacho del Führer lleno de esperanzas. En cinco minutos Hitler le había convencido de que la victoria aún era posible.

3

El deseo de Patton de mantener en secreto su cruce del Rhin era comprensible, pero no fácil de llevarlo a la práctica. Al día siguiente, marzo 23, su jefe de Estado Mayor, general Gay, recibió una llamada telefónica del Séptimo Ejército, manifestando que corría el rumor de que Patton ya había cruzado el Rhin, y preguntando si era cierto.

– No estoy autorizado para contestar a esa pregunta -replicó Gay, el cual exhortó a Patton a continuación para que contase a Bradley que el Tercer Ejército ya tenía siete batallones al otro lado del río.

Bradley acababa de tomar su segunda taza de café, en el comedor del castillo de Namur, cuando le llamaron al teléfono.

– Brad -dijo Patton con acento excitado-; ¡no se lo diga a nadie, pero ya estoy al otro lado!

– ¡Cielos! ¿Quiere decir que ha cruzado el Rhin?

– Desde luego. Escabullí una división la pasada noche, pero hay por allí tan pocos «fritzs» que aún no se han dado cuenta. Así que no haga anuncio alguno. Lo mantendremos en secreto hasta ver lo que ocurre.

Bradley se mostró sumamente complacido, y dijo a Patton que el Tercer Ejército podía enviar diez divisiones a la nueva cabeza de puente. También manifestó que iba a proporcionar a Hodges lo que éste había pedido desde el principio: diez divisiones para Remagen.

Montgomery estaba ocupado en los preparativos para su gran ofensiva, la operación «Saqueo», que debía comenzar aquella misma noche. Todo se iba cumpliendo al ritmo previsto, y cada unidad se disponía a actuar en el momento oportuno. Hasta el mensaje personal de Montgomery a las tropas había sido preparado por adelantado.

«…El enemigo pensará posiblemente que se encuentra seguro detrás del obstáculo que representa este gran río, pero nosotros les demostraremos que se hallan muy lejos de estar a salvo. Esta gran máquina militar aliada, integrada por fuerzas aéreas y terrestres, sabrá resolver el problema de manera decidida.

»Y una vez cruzado el Rhin, avanzaremos inconteniblemente por las llanuras del norte de Alemania, expulsando al enemigo de cada uno de sus refugios. Cuanto más rápida y enérgica sea la acción, más pronto terminará la guerra, y eso es lo que todos deseamos; terminar la tarea lo más pronto posible y la guerra en Alemania.

»Adelante, crucemos el Rhin. Buena caza para todos vosotros en la otra orilla.

»Quiera el «Señor de las batallas» otorgarnos la victoria en nuestra última empresa, del mismo modo que la hemos obtenido en todas las batallas desde nuestro desembarco en Normandía.»

A las tres de la tarde Churchill y Brooke salieron en avión desde el aeropuerto de Northolt, en Middlesex, y dos horas después el aparato tomaba tierra en Venlo, localidad de la frontera alemana. El primer ministro, a pesar de la oposición por parte de Montgomery y Brooke, quería ver el comienzo de la Operación «Saqueo». Brooke escribió al mariscal de campo diciéndole que Churchill estaba decidido a presentarse, «¡e incluso habla de viajar en un tanque!»

Montgomery contestó: «Por lo que concierne al P. M., si está decidido a presenciar la batalla del Rhin, considero que sólo hay una solución: pedirle que permanezca conmigo en mi campamento. De ese modo podré vigilarle y evitar que vaya adonde pueda estorbar a alguien. Ya le he escrito una carta. Simpson le enseñará una copia. ¡Estoy seguro de que le gustará al viejo muchacho!»

La comitiva de Churchill, integrada solamente por su ayudante militar, comandante C. R. Thompson, su ayuda de cámara y Brooke, se trasladó en coche hasta el cuartel general de Montgomery, donde tomaron una taza de té. El mariscal de campo, vestido con un viejo jersey y unos pantalones de pana, procedió a explicar su plan de ataque. Después del bombardeo inicial, dos cuerpos del Segundo Ejército Británico y uno del Noveno Ejército de Estados Unidos, efectuarían el cruce del río. A la mañana siguiente, dos divisiones aerotransportadas serían lanzadas a pocos kilómetros de la orilla oriental del Rhin, cerca de Wesel.

Durante varios días un sector de ciento doce kilómetros de la orilla del río había quedado oculto bajo el humo para esconder los preparativos, y a la sazón los soldados estaban ya tan cansados del humo que aseguraban preferir que los vieran los alemanes. Pero a causa de tales precauciones se había conseguido situar secretamente en su sitio un gran número de tropas, así como botes de desembarco, «búfalos» (transportes anfibios), material de construcción de puentes y artillería.

A lo lejos, Churchill pudo oír los cañonazos de la artillería de vanguardia. Esta se hallaba hacia el Norte, donde el 30.° Cuerpo británico de Horrocks dominaba una amplia zona del Rhin, sobre la que se haría el cruce inicial. Poco antes de las nueve de la noche Horrocks trepó a su puesto de observación. Era una noche cálida y agradable. Aunque poca cosa podía ver en la oscuridad, a no ser el resplandor de los disparos, alcanzó a percibir a los «búfalos» de vanguardia, cargados con los infantes de las brigadas 153 y 154, cuando se internaban hacia el río por caminos marcados con cintas luminosas. No tardarían en estar navegando a través del Rhin. Hacia el Sur podía oírse igualmente el bombardeo en la zona del 12.° Cuerpo, donde los comandos escoceses efectuarían el cruce del río hacia Wesel.

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[25] A principios de mayo de 1945, se cargaron en dos camiones numerosos sacos de billetes falsos, con el fin de trasladarlos fuera de Redl-Zipf. Pero ambos vehículos se descompusieron casi al mismo tiempo. Uno fue devuelto intacto a la Wehrmacht, y el contenido del otro fue lanzado al río Traun. Diez días más tarde, sin embargo, los sacos se abrieron, y centenares de miles de billetes de Banco aparecieron flotando en el río Traunsee, de donde los sacaron los naturales de la región y los soldados americanos. Este descubrimiento sensacional llevó a los investigadores norteamericanos hasta el segundo camión, y a unos veintiún millones de libras esterlinas en billetes.