– Eso ya lo has dicho. Y en concreto ¿por qué estamos en deuda contigo?
– En la sección de la piel se identificaron catorce partículas distintas en la herida de entrada. Ahora están haciendo un análisis especializado, que tarda cuarenta y ocho horas, así que la doctora Lewis no tendrá los resultados hasta mañana, pero todo el mundo sabe ya que van a encontrar la lejía.
– ¿Lejía? -Como si yo supiera a qué se refería.
– En el plástico. Está siempre en el plástico.
Lo miré fijamente.
– Plástico blanco.
– Sí.
– Encontraron plástico blanco en la herida.
En el informe de la autopsia que había leído no se mencionaba ninguna partícula de plástico. No se decía nada sobre la lejía.
– El plástico procede de una botella de lejía que el asesino utilizó como silenciador improvisado. Seguramente también encontrarán restos de adhesivo de la cinta aislante.
– ¿Cómo sabes lo que van a encontrar?
Jerry se llevó la mano a la solapa otra vez, pero los dos agentes salieron del café y él disimuló como si se sacudiera algo, y se dio la vuelta.
– Ni siquiera saben que estamos vivos, Jerry.
– Oye, que el que se juega el pellejo no eres tú.
El policía más bajo de los dos sacudió los hombros para recolocarse el chaleco y después los dos echaron a andar por la calle y se alejaron. A luchar contra el crimen.
Cuando se hubieron alejado, Jerry sacó una hoja de papel que había doblado en tres.
– ¿Quieres saber lo que están ocultando, Cole? ¿Quieres saber por qué es tan importante?
Desplegó el papel de un manotazo y me lo enseñó como si fuera a dejarme estupefacto. Y eso fue justamente lo que sucedió.
– Karen García es la quinta persona asesinada así en los últimos diecinueve meses.
Miré el papel. Había cinco nombres de persona escritos a máquina, con una breve descripción de cada una. La quinta era Karen García. Cinco nombres, cinco fechas.
– ¿Cinco? -pregunté.
– Exacto. Todos asesinados de un tiro del 22 en la cabeza, todos con restos de plástico blanco y de lejía, y a veces con trocitos de cinta aislante. Éstas son las fechas de las muertes. -Jerry dio un par de palmadas como si estuviéramos en algún sitio del este a bajo cero y no en Los Ángeles a veinticinco grados-. No he podido sacar el informe porque todos están en la sección de Expedientes Especiales, pero he copiado los nombres y algunos datos. Creía que es lo que querías.
– ¿Que es la sección de Expedientes Especiales?
– Siempre que la poli quiere que los forenses sean discretos sobre un caso guardan los expedientes ahí. Sólo se puede entrar con una orden especial.
Releí los nombres. Cinco asesinatos, no uno solo. Julio Muñoz, Walter Semple, Vivian Trainor, Davis Keech y Karen García.
– ¿Estás seguro de esto, Jerry?
– Coño, claro que estoy seguro.
– Por eso tienen el caso los de Robos y Homicidios. Por eso aparecieron tan deprisa.
– Sí, hace más de un año que tienen un grupo operativo dedicado a esto.
– ¿Hay alguna posibilidad de conseguir una copia del expediente?
– No, ni hablar. Ya te lo he dicho.
– ¿Puedo leer los informes?
Hizo un gesto de impotencia y retrocedió.
– Que no, tío. Y no me importan todas las amenazas de Rusty. Si alguien se entera de lo que te he dicho, se me cae el pelo. Me voy a la puta calle.
Le miré mientras se alejaba y le llamé para que se detuviera.
– Jerry.
– ¿Qué?
Me subió por la columna vertebral algo que tenía cientos de patitas pegajosas.
– ¿Están relacionadas las cinco víctimas?
Jerry Swetaggen sonrió, pero aquella vez con miedo. La sonrisita de autosuficiencia había dado paso a una expresión de espanto.
– No, tío. La poli dice que mata al azar. No hay relación.
Jerry Swetaggen desapareció en la luz borrosa que precede al amanecer. Me metí el papel en el bolsillo y acto seguido lo saqué y volví a mirar los nombres.
– Vaya si escondían cosas los polis…
Quizá necesitaba oír una voz humana y me bastaba que fuera la mía.
Guardé la hoja y me puse a pensar. Era algo de tal magnitud que me parecía imposible abarcarlo; era como querer abarcar el zepelín de Goodyear con los brazos. Quedaba claro por qué el FBI andaba metido en aquello y por qué la policía no quería verme por allí. Si mantenían lo del grupo operativo en secreto seguramente tenían sus motivos, pero Frank García seguiría preguntando qué estaba haciendo la policía respecto al asesinato de su hija y yo seguía sin poder darle una respuesta. No quería decirle que todo iba bien si no era verdad. Si le decía lo que acababa de contarme Jerry Swetaggen, se acabaría el secreto, y eso podría perjudicar a la policía de cara a la captura del asesino. Por otro lado, Krantz me había ocultado la verdad, así que no sabía en qué punto de la investigación estaban. Podía tener fe en que estarían trabajando a fondo, pero Frank García no buscaba fe.
Y la que había sido asesinada era su hija.
Volví a entrar en la cafetería, encontré una cabina en la parte de atrás, junto a los lavabos, y llamé a Samantha Dolan al trabajo. A veces la gente del turno de día llega temprano, pero nunca se sabe.
Al cuarto timbre contestó un hombre con voz de fumador.
– Robos y Homicidios. Taylor.
– ¿Ha llegado ya Samantha Dolan?
– No. ¿Quiere dejarle algún recado?
– No, gracias. Ya volveré a llamar.
Pedí un café para llevar y me fui hasta Parker Center. Aparqué delante de la entrada, bajo la luz de coral del inminente amanecer.
Volví a pensar en lo que podía hacer y en cómo hacerlo, pero estaba hecho un lío, inquieto, y no era momento para encontrar soluciones.
Había alguien que llevaba casi dos años matando gente por las calles de Los Ángeles. Si las víctimas hubieran estado relacionadas se habría hablado de un asesino a sueldo. Si mataba al azar tenía otro nombre: asesino en serie.
Capítulo 13
Los agentes del turno de noche fueron marchándose paulatinamente a medida que llegaban los del turno de día. Samantha Dolan apareció al volante de un BMW azul marino. En el marco de la matrícula llevaba escrito: «Quiero ser Barbie. La muy puta lo tiene todo.» Los demás policías conducían en su mayoría sedanes estadounidenses o furgonetas, y casi todos llevaban un enganche para remolque, porque a los policías les gustan los barcos. Es algo genético. Dolan no lo llevaba, pero era la única en tener un BMW. Quizás una cosa compensaba la otra.
La seguí y aparqué a su lado. Al verme arqueó las cejas y me observó mientras bajaba de mi coche y subía al suyo. El cuero negro combinaba muy bien con su reloj Piaget.
– Se ve que la serie no fue un desastre tan grande, Dolan. Menudo coche.
– ¿Qué coño haces aquí a estas horas? Yo creía que los detectives privados dormíais hasta las tantas.
– Quería hablar contigo sin tener a Krantz revoloteando alrededor.
Sonrió, y de repente la vi muy guapa, como una chica normal y corriente, pero con mirada picara.
– No vas a decirme guarradas, ¿verdad? Es que me pongo colorada.
– Hoy no. Me he leído los informes que me pasaste y he visto que faltan algunos datos, como el trocito de plástico que encontró el criminólogo y las partículas blancas que sacó la forense de la herida de Karen García. He pensado que a lo mejor tú podías ayudarme a conseguir los informes buenos.
Dolan dejó de sonreír. Tenía una agenda de piel granate en el regazo, además de un maletín y una Sig Sauer de nueve milímetros. El arma estaba metida en una funda de pinza y seguramente solía llevarla debajo del asiento delantero. Casi todos los polis llevaban Berettas, pero la Sig es una pistola fácil de disparar y muy certera. La suya tenía una mira de un material que brillaba en la oscuridad.