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»Bueno, pues nuestro hombre no ha hecho eso. Los federales dicen que no quiere publicidad y que puede que incluso le dé miedo. Es una de las razones por las que decidimos mantener eso en secreto. Si lo hacemos público puede que empiece a actuar de otra forma o incluso que se vaya a otra ciudad y empiece de cero. No sé si me entiendes.

– Pero quizá si lo hacéis público alguien os dé una pista que os permita detenerle.

Me miró con dureza, molesta. Tenía los ojos bonitos. Color avellana.

– Joder, superdetective, ése es el problema. Para atrapar a un asesino como éste no hay precisamente libro de instrucciones. Hay que ir poco a poco y cruzar los dedos. ¿Te crees que no lo hemos hablado?

– Sí, supongo que lo habéis hablado.

Pensé en el cambio que había visto en Robos y Homicidios, en cómo de repente todo el mundo estaba más tranquilo, en las sonrisas y en cómo chocaban las palmas de las manos, incluso en los federales con sus muecas de satisfacción, y me di cuenta de que había algo más.

– ¿De quién sospecháis, Dolan?

Me miró como si estuviera decidiendo algo y después se mojó los labios.

– De Dersh.

– ¿De Eugene Dersh?

Por eso le vigilaba la policía.

– Los chalados esos están ansiosos por saber qué sabe la policía. Les gusta enterarse de qué se dice sobre ellos. Una de las cosas que hacen es buscarse una conexión con los asesinatos. Se inventan que son testigos o que han oído algo en un bar, cosas así. Los federales decían que podíamos descubrir algo si teníamos eso presente, y Krantz cree que Dersh encaja.

– Porque encontró el cadáver.

– No sólo eso. Krantz y un par de federales han ido a Quantico para hablar con uno de sus expertos en comportamiento. Han hecho un retrato robot de su personalidad con la información que teníamos, y Dersh encaja bastante bien.

– Me estás repitiendo lo que dicen los demás. No me pareces muy convencida.

Dolan no contestó.

– Vale, si es Dersh, ¿qué tiene que ver Riley Ward en esto?

– En el caso de que los federales no se equivoquen, Dersh se lo llevó de coartada para descubrir el cadáver. Ya has leído sus declaraciones. Ward sugirió que Dersh había ido directo hacia el cadáver. Cuando Dersh cuenta la historia, explica de otra forma cómo acabaron en el lago. Todo el mundo se pregunta cuál de las dos versiones es la buena y por qué hay dos.

– En otras palabras, que no tenéis nada. No hay pruebas y estáis intentando cargarle el muerto a Dersh, basándoos en un retrato del FBI.

Los ojos color avellana siguieron mirándome, pero se encogió de hombros.

– No, estamos intentando cargarle el muerto a Dersh porque Krantz tiene presiones de arriba. Bishop le dio el grupo operativo hace un año y no tiene resultados. Los mandamases están que trinan, lo que quiere decir que Bishop no puede apoyar a Krantz eternamente. Si aparece otra víctima y Krantz no tiene sospechoso, se quedará en la calle.

– Puede que entonces te den el caso, Dolan.

– Sí, ya.

Miró hacia otro lado. Yo pensé en Dersh y en su café de Kenia. Dersh, con sus cuadros de vivos colores y su casa con olor a rotuladores de pizarra blanca.

– ¿Y tú qué dices? ¿Crees que es Dersh?

– Krantz cree que Dersh es el asesino. A mí me parece que hay motivos para que Dersh sea sospechoso, lo cual es diferente.

Tomé aire y asentí, sin saber todavía qué hacer.

– El informe del criminólogo sugiere que el asesino conducía un vehículo todoterreno o un cuatro por cuatro. ¿Te acuerdas del vagabundo del que te hablé?

– Puede que Krantz sea un inútil, Cole, pero no todos hemos llegado a Robos y Homicidios de chiripa. Ayer me fui hasta allí, pero no encontré al señor Deege. Les hemos dicho a los agentes de uniforme del distrito de Hollywood que tengan los ojos bien abiertos.

De repente me sentí mejor al pensar en Frank García y en lo que iba a decirle.

– Bueno, vale, Dolan. Voy a reflexionar.

– ¿Vas a decírselo a García?

– No, sólo a mi socio.

– Pike. -De repente apareció de nuevo un brillo pícaro en sus ojos-. Coño, qué gracia le haría a Krantz saber que Joe Pike conoce su gran secreto.

Le tendí la mano.

– Encantado de trabajar contigo, Dolan. Luego te llamo para ver cómo arreglamos lo de hablar con Frank.

Tenía la mano fría y seca, y apretó con fuerza. Me gustó la sensación y sentí un ligero pinchazo de culpabilidad, porque me gustó un poco más de lo debido.

Me la apretó una sola vez y abrí la puerta para bajarme.

– Eh, Cole.

Me detuve.

– No me hizo ninguna gracia pasarte esos informes amañados.

– Ya lo sé. Me di cuenta.

– Has hecho un buen trabajo. Habrías sido buen policía.

Bajé del BMW. Dolan se quedó mirándome mientras me alejaba.

Capítulo 14

Llegué a la oficina poco después de las siete, pero no me quedé. Recogí los interrogatorios de Dersh y Ward, y me fui a una cafetería que había al otro lado de la calle. Pedí un bagel de canela y pasas con salmón ahumado y me senté a una mesa junto a la ventana. En la de al lado había una señora mayor que me sonrió y me dio los buenos días. Le devolví el saludo. El señor que estaba con ella leía el periódico y no nos prestaba atención a ninguno de los dos. Parecía un tipo engreído.

Era un sitio ideal para reflexionar sobre un homicidio múltiple.

Fui a la cabina que había junto a los lavabos y llamé a Joe Pike. Me contestó al segundo timbrazo.

– Estoy en la cafetería de bagels de delante de la oficina. Karen García ha sido la quinta víctima de una serie de homicidios que empezó hace diecinueve meses. La policía lo sabe y tiene un sospechoso.

Cuando hay que decir algo, lo mejor es hacerlo sin tapujos. Pike no contestó.

– ¿Joe?

– Dentro de veinte minutos estoy ahí.

Releí los interrogatorios de Dersh y Ward mientras esperaba, sin dejar de pensar en Eugene Dersh. A mí no me parecía un maníaco homicida, claro que a lo mejor decían lo mismo de Ted Bundy y Andrew Cunanan.

Las versiones de ambos coincidían en que Dersh había sido el que había sugerido que fueran de paseo hasta Lake Hollywood, pero diferían claramente en el motivo por el que habían abandonado el sendero para caminar por la orilla. Ward decía que había sido idea de Dersh, y que éste había decidido por dónde dejar el sendero. Según la policía, eso quería decir que daba instrucciones, como si hubiera provocado los hechos que llevaron al descubrimiento del cadáver. Sin embargo, Dersh era claro y firme en la descripción de sus actos, mientras que Ward parecía incoherente e inseguro, y aquello me hizo sospechar algo.

La mujer me miraba. Intercambiamos otra sonrisa. Su acompañante seguía inmerso en el periódico y ninguno de los dos había dicho una sola palabra en todo el tiempo que yo llevaba allí. Quizás hacía años que ya se habían dicho todo lo que tenían que decirse. O quizá no. Quizá su silencio no era el de dos personas que llevan vidas separadas, sino el de dos personas que encajaban tan bien que el amor y la comunicación procedían de su mera proximidad. En un mundo en el que la gente se mata sin motivo, apetece creer en cosas así.

Cuando entró Joe Pike, el hombre levantó la vista del periódico y arrugó el entrecejo. Cómo estaba poniéndose el barrio.

– Vamos a dar un paseo -dije-. No quiero hablar aquí.

Fuimos por el lado sur de Santa Mónica Boulevard, hacia el este, al sol. Le di a Pike la hoja con los nombres de las cinco víctimas.

– ¿Conoces a alguno de éstos?

– Sólo a Karen. ¿Son las demás víctimas?

– Sí. Muñoz fue el primero. -Le conté todo lo que me dijeron Samantha Dolan y Jerry Swetaggen de las cinco personas de la lista-. La policía ha intentado relacionar a esta gente, pero no lo han conseguido. Han llegado a la conclusión de que elige a las víctimas al azar.