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– ¿Quieres que hable con él? -preguntó Joe.

Tras un momento de vacilación, Paulette hizo un gesto de negación con la cabeza. Cuando volvió a ponerle la mano en el brazo, Pike sintió un cosquilleo eléctrico por las extremidades y se obligó a sumergirse más en la piscina. Aún más calmado. Más tranquilo.

– Gracias, Joe, pero no. Soy yo la que tengo que encargarme de esto. No le digas que he mencionado el tema, por favor.

– No te preocupes.

– Ya viene. Voy a decirle que os estaba invitando a ti y a tu novia a casa. ¿Te parece bien?

– Sí.

– En realidad, es verdad, porque quería invitaros.

Paulette Wozniak le apretó el brazo. La mano se quedó allí, seca y caliente, y después Paulette cruzó la pista para reunirse con su marido.

Pike se quedó en la pista mirando cómo se alejaba y sintió ganas de que los secretos que tenían no estuvieran relacionados con aquello.

* * *

Karen alisó la manta y escuchó todo lo que Marybeth Casey tenía que contarle sobre sus gemelos (uno de los cuales se hacía pis en la cama), su marido, Walter (que no estaba muy contento en la policía, pero en aquel momento no podían permitirse clases nocturnas), y lo divertidos que eran aquellos picnics familiares de los agentes del distrito, porque siempre se conocía a alguien.

Cuando empezó a describir los tumores fibrilares de su pecho izquierdo, Karen se dio cuenta de que ya no la escuchaba, estaba observando a Joe y a Paulette Wozniak, juntos en la justa de atletismo. Se dijo que estaba siendo demasiado celosa por sentir aquel arrebato de miedo al ver que Paulette le ponía la mano en el brazo a Joe. Eran amigos. Ella estaba casada con el compañero de Joe y era mucho mayor que él.

Karen se quedó mirando a su novio tan fijamente que le pareció que tenía visión telescópica y que podía acercarse a su cara, que veía todos y cada uno de sus poros, que podía exagerar todos los detalles. Nunca había conocido a ningún hombre tan reservado como Joe. Era tan cerrado que a ella le parecía que se había metido en una cajita secreta que guardaba en lo más profundo de sí mismo. En parte se sentía atraída hacia él por eso, y lo sabía. Había leído suficientes textos de psicología como para darse cuenta. Sabía que sentía atracción por el misterio, que una gran parte de ella, una parte con determinadas carencias, quería abrir aquella caja, encontrar el yo secreto de Joe.

Lo amaba. Se lo había dicho ya a sus amigas, pero no a Joe. Era tan callado que le daba miedo que no le contestara que él también la amaba. Era tan reservado que Karen no podía estar segura de que estuviera enamorado de ella.

Los miró mientras hablaban y se sintió presa de los celos cuando Paulette le tocó, pero Joe estaba igual de inexpresivo con ella que con Karen. «Qué tonta eres -se dijo-. Se comporta así con todo el mundo.»

Paulette Wozniak volvió a tocar a Joe en el brazo y cruzó el campo para ir con su marido. Karen se dio cuenta entonces de que se había equivocado.

Sintió una amarga punzada de miedo al ver que Joe se quedaba mirando a Paulette Wozniak. Todo lo que leía en el rostro y la postura de Joe le decía que estaba enamorado de otra.

Capítulo 16

La mañana en que fue enterrada Karen García, salí desnudo al porche y me estiré en la oscuridad. Aún no había salido el sol, y durante un rato estuve observando las pocas estrellas con suficiente brillo como para atravesar el halo de luz que flotaba sobre Los Ángeles, pensando que quizás en algún lugar un asesino también las estaba mirando. Pero me dije que no, que seguramente los asesinos psicópatas se levantaban tarde.

Poco a poco me fue desapareciendo el amodorramiento mientras mi cuerpo entraba en calor y pasaba de la calma del hatha yoga a la tensión dinámica de los katas de tae kwon do, empezando lentamente y después acelerando hasta que los movimientos acabaron siendo bruscos y violentos. Cuando terminé los katas estaba empapado en sudor. Era el momento en que el cañón que hay debajo de mi casa se iluminaba con los primeros colores del amanecer. Dejé que el sudor se enfriara, recogí las cosas y entré en casa. Una vez me quedé demasiado tiempo fuera y la vecina de al lado me vio y me dedicó un silbido. La vida en Los Ángeles.

Estaba de pie en la cocina, bebiendo zumo de naranja y mirando cómo hervían los huevos cuando sonó el teléfono. Lo agarré al instante para que no despertara a Lucy.

– Tengo a dos tíos que van a ir conmigo a Forest Lawn -dijo Samantha Dolan.

– Dos. Bueno, Dolan, no va a haber sitio para los familiares.

Seguía molesto por lo de Krantz.

– No te hagas el gracioso y ten los ojos bien abiertos. Con Pike y contigo somos cinco.

– Pike va a estar con Frank.

– Eso no le impedirá ver, digo yo. Buscamos a un hombre de raza blanca de entre veinte y cuarenta años. Puede que se quede por allí después y que se acerque a la tumba. A veces dejan algo o se llevan un recuerdo.

– ¿Te lo ha dicho el amigo de Krantz del FBI? -pregunté. Era el comportamiento típico de un asesino en serie.

– El entierro es a las diez. Llegaré a las nueve y media. Ah, Cole, otra cosa.

– ¿Qué?

– Intenta no ser tan gilipollas.

* * *

El Forest Lawn Memorial Park tenía ciento cincuenta hectáreas de verdes praderas situadas al pie de Holywood Hills en Glendale. Siempre me había parecido una especie de Disneylandia de los muertos, con sus jardines inmaculados, recreaciones de iglesias famosas y cementerios con nombres como Tierra del Sueño, Valle de la Memoria y Pinos Susurrantes.

Dolan iba a llegar a las nueve y media y yo quería estar allí antes que ella, pero, cuando entré en el cementerio y encontré el lugar donde iban a enterrar a Karen García, ella ya estaba allí, además de otras cien personas. Se había colocado con el coche en un lugar desde el que disfrutaba de una buena vista frontal del grupo de personas reunido en la cuesta. En su regazo reposaba una Konica con teleobjetivo con la que iba a hacer fotos de la gente para su posterior identificación. Me instalé en el asiento delantero de su BMW, a su lado, y respiré hondo.

– Dolan, ya sé que haces lo que puedes. Antes me he comportado como un imbécil. Te pido disculpas.

– Es verdad, pero las acepto. Olvídalo.

– Estas cosas me hacen sentir impotente.

– Eso es problema de tu novia.

Me giré hacia ella, pero estaba mirando por la ventanilla. Un golpe bajo.

– ¿Sabes dónde va a estar Krantz esta mañana?

– ¿Vigilando a Dersh?

– Dersh tiene un equipo de vigilancia encima. Krantz y Bishop van a asistir al entierro. Y Mills también. Quieren sentarse donde les vea bien el concejal Maldonado.

Yo habría sido incapaz de hacer lo que hacía ella, de trabajar con gente como Krantz y Bishop. Quizá por eso iba por mi cuenta.

– Creía que ibas a venir a las nueve y media.

– He pensado que intentarías llegar antes que yo y he decidido ganarte -dijo sonriendo.

– Eres un caso, Samantha.

– Me parece que somos tal para cual, superdetective.