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– Por pedir que no quede, ¿eh?

– ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Dio otra fuerte calada al cigarrillo.

– Supongo que nada. Voy a hacer unas llamadas. Puede que tarde un poco.

– Te agradezco la colaboración, Samantha.

Apoyó los codos en la barandilla y dirigió la mirada hacia el cañón.

– No tengo nada mejor que hacer. ¿Sabes qué me ha mandado Bishop? Que haga las llamadas de trámite de los robos del año pasado. ¿Sabes qué es eso?

– No.

– Cada tres meses repasamos los casos sin resolver para que no se apolillen. Llamas al inspector que consta en la documentación, le preguntas si se ha enterado de algo nuevo, te dice que no y lo apuntas. Eso podría hacerlo una secretaria, joder. Y cada vez que veo a Bishop me pone mala cara y se larga.

No supe qué contestar.

Apuró el cigarrillo y lo dejó caer en el vaso del zumo.

– Lo siento, Samantha.

– No tienes que sentir nada.

– Te acorralé y tuviste que contarme lo del grupo operativo, igual que te acorralo ahora. Te pido perdón por eso. Yo no le habría dicho a Krantz que lo sabía ni que había mantenido aquella conversación en tu coche aquella mañana.

– En esta vida todo acaba sabiéndose, guapo. Ahora estoy pisando terreno resbaladizo, pero si hubiera mentido aquel día y se hubieran enterado, seguro que ya me la habría pegado. Ya te he dicho que si me porto como una buena chica cuando corresponde, puede que Bishop me permita quedarme.

Asentí.

– Me siento como una borracha de mierda.

– ¿Porque ya te has tomado un par de copas?

– Porque me apetece una ahora.

Siguió mirándome fijamente.

– No me he tomado una copa por esta mierda del caso, idiota.

La observé, pensando que no hacía falta que hubiera venido a mi casa, que habría bastado con telefonear. Me di cuenta de que había llamado al timbre apenas unos minutos después de que se hubiera ido Lucy.

Dolan estaba apoyada en la barandilla, con la espalda estirada, tirante, y la camiseta blanca tensa. Estaba guapa. Se dio cuenta de que la miraba y cambió el peso de una pierna a otra, balanceando el culo. Aparté la vista, pero no fue fácil. Pensé en Lucy.

– Elvis.

Sacudí la cabeza.

Dolan se acercó, me rodeó el cuello con los brazos y me besó. Noté el sabor del tabaco, del tequila y del mango, y quise devolverle el beso. Puede que incluso lo hiciera durante un instante.

Entonces aparté sus brazos de mi cuello.

– No puedo, Samantha.

Retrocedió de inmediato. Se ruborizó, y dio media vuelta y entró corriendo en casa. Un instante después oí cómo aceleraba el BMW y se alejaba.

Me toqué los labios y me quedé allí fuera durante mucho tiempo, pensando.

Luego entré en casa y llamé a Charlie Bauman.

Capítulo 26

Charlie escuchó sin hacer ningún comentario sobre por qué quería hablar con Pike.

– Las visitas empiezan a las diez -me contestó cuando hube terminado-, a no ser que le lleven a la Prisión Central esta mañana. Voy a llamar allí y luego te llamo y te digo lo que hay.

El gato bajó las escaleras hasta el descansillo y se me quedó mirando. Entró en la habitación de invitados, luego volvió al salón y siguió mirándome.

– Se ha marchado -dije.

Se echó de lado y se chupó el pito. Estos gatos…

No conseguía quitarme a Dolan de la cabeza, lo cual me hacía sentir tan culpable como la primera vez que maté a un hombre. Dolan estaba apoyada en la barandilla y de repente me abrazaba. Aún notaba el sabor de su cigarrillo. Entré en la cocina y me bebí un vaso de agua, pero no conseguí borrar el regusto. El amor que sentía por Lucy se convirtió de pronto en algo blanco e intenso, y deseé que estuviera allí conmigo. Quería abrazarla y decirle que la quería, y oírla repetirlo. Ansiaba sus caricias y el consuelo de su amor. Pero sobre todo no quería desear a Samantha Dolan, aunque no sabía cómo conseguirlo. No me gustaba sentirme infiel.

Miré por la ventana de la cocina durante un rato, después lavé el vaso, lo guardé y me obligué a pensar en lo que tenía que hacer.

Charlie llamó cuatro minutos después y quedamos en el vestíbulo de Parker Center a las once.

En el tiempo que me quedó busqué a Trudy. Llamé al departamento de Vehículos de Motor para pedir una lista de traspasos y de matriculaciones de todas las furgonetas nuevas de color negro vendidas en los últimos dos meses. Salieron veintiocho. Les pedí que me enviaran la información por fax, pero se negaron y me respondieron que sólo podían mandarla por correo. La burocracia en acción. Después me pasé casi dos horas al teléfono hablando con el FBI, los marshals y los sheriffs del condado de Los Ángeles. Casi todo el rato me tuvieron esperando, pero me enteré de que en los últimos tres meses no habían robado ninguna furgoneta negra del modelo de aquel año. Pedí que introdujeran los nombres de Trudy y Matt en los sistemas del Programa de Captura de Delincuentes Violentos y del Centro Nacional de Información Delictiva de las fuerzas de seguridad, en los que aparecen las órdenes de busca y captura más significativas de todo el país, y que además contienen una base de datos de menores desaparecidos o secuestrados. Cuando me preguntaron por qué lo quería no les hablé de Pike, me limité a responder que estaba trabajando para sus padres. Así todo el mundo cooperaba más, aunque en todos los casos me dijeron lo mismo: sin apellidos, las posibilidades de conseguir información útil eran remotas.

Fui temprano a Parker Center y busqué a Dolan entre quienes habían salido a la calle a fumar. Al no verla, supuse que estaría buscando los expedientes que yo necesitaba, aunque no estaba seguro de que fuera a hacerlo. De pronto se me ocurrió que tal vez la buscaba por otra razón y el sentimiento de culpa me abrasó como café amargo.

Aunque había llegado pronto, Charlie Bauman ya me esperaba en el vestíbulo.

– Estás hecho un asco. ¿Qué te pasa? -me preguntó.

– Nada, nada en absoluto, joder.

– Justo lo que me falta, que te pongas borde.

Un policía obeso y rubicundo nos acompañó por el pasillo hasta la sala de visitas. Charlie y yo nos quedamos sentados y en silencio durante los cinco minutos que tardaron en traer a Joe. Llevaba el mono azul, pero se había arremangado. Tenía las venas de las muñecas y los antebrazos hinchadas, como si hubiera estado haciendo ejercicio cuando fueron a buscarle.

El mismo policía negro con brazos de culturista que le había llevado a la rueda de reconocimiento le condujo a la sala donde estábamos.

– ¿Vas a portarte bien?

– Sí.

Pike llevaba esposas y grilletes. El policía negro le quitó las esposas y se las metió en el bolsillo.

– Tengo que dejarte lo de los tobillos.

– Gracias de todas formas -dijo Pike.

Cuando se hubo marchado el policía, sonreí. Joe ya no entornaba los ojos. Se había acostumbrado a la luz.

– ¿Has encontrado a Trudy? -preguntó.

– Aún no.

– Entonces supongo que me habrás traído una lima.

– Demasiado fácil. Prefiero hacer una cosa más difíciclass="underline" descubrir quién te ha tendido la trampa.

Charlie se inclinó hacia delante como si se fuera a tirar de cabeza a la mesa.

– Cole cree que quizás el que se cargó a Dersh esté relacionado contigo a través de Karen García. Tal vez sea el mismo que la mató a ella.

Pike me miró. Quizá sentía curiosidad, pero con él nunca se sabía.

– El que se cargó a Dersh te odia tanto que ha conseguido parecerse a ti e incluso utiliza un arma del 357, como tú. Eso implica que te conoce, o al menos que se ha esforzado por descubrir datos acerca de ti.

Pike asintió.

– Si tanto te odia, ¿por qué ha esperado hasta ahora? ¿Y por qué ha matado a Dersh sólo para incriminarte? ¿Por qué no ha acabado contigo directamente?

– Porque no puede -respondió, arqueando los labios a su manera.

Charlie puso cara de mártir.

– Tendría que haberme traído las botas de pescar. El nivel de testosterona ya me llega a las rodillas.

Le conté todo lo que había pensado sobre la cadena de acontecimientos y sobre cómo encajaba todo.

– Lo ha meditado mucho, Joe, desde antes de que se hiciera público lo de Dersh. Puede que desde antes de que muriera Karen. No quiere matarte, sino castigarte. Este tío te guarda rencor desde hace mucho tiempo y ahora ha encontrado una forma de vengarse; por eso me pregunto si no estará relacionado con Karen García.

Pike ladeó la cabeza, y en las tranquilas aguas azules de sus ojos apareció algo más profundo.

– No tiene por qué estar relacionado con Karen. Detuve a doscientos hombres.

– Si es un tío cualquiera, ¿por qué actúa aquí y ahora? Si es uno cualquiera, hay demasiadas coincidencias.

En el rostro de Charlie apareció una sonrisa lobuna. Estaba entrando en el juego.

– Coño, tienes toda la razón.

– Leonard DeVille -dijo Pike. El hombre que Wozniak y él habían ido a arrestar el día de la muerte de Wozniak.

– ¿Quién? -preguntó Charlie.

Se lo dijimos.

– DeVille estaba allí al final -explicó Joe-, pero también fue el motivo por el que nos conocimos Karen y yo. Woz y yo respondimos a una llamada de Karen: le parecía que había visto a un pedófilo. Woz creyó que podía ser DeVille.

– O sea que puede ser él -concluyó Charlie.

– DeVille murió en la cárcel. Uno de la banda de la Calle Dieciocho le metió una puñalada cuando llevaba dos años de condena -contó Joe. Los pedófilos no duraban mucho tiempo en la cárcel.

– Vale -intervine-, ¿y qué hay de Wozniak? A lo mejor sacamos algo a través de él.

– No.

– Piénsalo.

– Woz está muerto, Elvis. No hay nada que pensar.

Alguien llamó dos veces a la puerta con fuerza y Charlie le gritó que entrara.

Eran Krantz y Robby Branford. El primero puso mala cara al ver el cigarrillo de Charlie.

– Aquí no se fuma, Bauman.

– Lo siento, inspector. Ahora mismo lo apago -respondió el abogado. Le dio otra calada y soltó el humo en dirección a Branford-. ¿Ibas a hablar con mi cliente sin que estuviera yo presente, Robby?

Branford puso mala cara y disipó el humo con la mano.

– Sabían que estabas aquí y me han llamado. Si no hubieras estado, te habría avisado. Te estás dejando la salud con eso, Charlie.

– Ya.

Ni a mí ni a Charlie nos gustaron sus expresiones.

– ¿Qué? -dijo-. Estoy en plena visita con mi cliente.

Robby Branford sacó una libretita de piel y se quedó mirándola.

– A las 7.22 de esta mañana, un travestido llamado Jesús Lorenzo ha sido encontrado muerto en un lavabo público de MacArthur Park. Un disparo del 22. Se han hallado partículas de plástico blanco en la herida. Se calcula provisionalmente que la muerte se produjo a las 3 de la madrugada.

Guardó la libreta y miró a Pike.

– Y eso un día después de que te cargaras a Dersh.

– O sea -intervine dirigiéndome a Krantz- que Dersh no mató a Karen García ni a ninguno de los demás.

– ¿Qué demonios tiene eso que ver con nosotros? -preguntó Charlie-. ¿También vas a acusar de eso a Pike?

– No, de eso no -respondió Branford-. Que alguien se tome la justicia por su mano para vengarse es malo, pero que meta la pata y se cargue a quien no era es peor.

– Pike no ha matado a nadie -dijo Charlie.

– Eso que lo decida el jurado. Mientras tanto, quería poneros al corriente.

– ¿De qué?

– Cuando comparezcamos ante el Tribunal Superior el mes que viene, vamos a pedir la pena de muerte.

– Eso es una gilipollez, Robby -replicó Charlie. Le había aparecido un tic debajo del ojo izquierdo.

– Los familiares de Dersh no están de acuerdo. -Branford se encogió de hombros-. Después de comer vamos a hablar con tu hombre. Cuando acabes aquí, ¿por qué no nos vemos tú y yo y quedamos en una hora?

Yo seguía con los ojos clavados en Krantz, que me sostenía la mirada.

– ¿Vas a acusar a Krantz de conseguir que mataran a un inocente?

Branford salió sin responder, pero Krantz se detuvo en el umbral.

– Sí, Dersh no era el asesino y tengo que vivir sabiendo eso, pero al menos tengo a Pike.

Salió de la sala de visitas y cerró la puerta.