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Ayudamos a los americanos a establecer sus fábricas. En contrapartida, nos cedieron el utilaje de cuatro aviones. Con dos colegas americanos encontré en su territorio, pero en país Sslwip, importantes yacimientos de petróleo.

Cinco años más tarde tuvo lugar la fundación de los Estados Unidos de Telus. Pero antes debo consignar la conquista del territorio Sslwip. ¡Y que nosotros estuvimos a un paso de la guerra con los americanos!

Fueron los Sslwips quienes desencadenaron la batalla. Una noche, un centenar de ellos sorprendió a un pequeño puesto americano, destrozando a diez de los doce hombres que componían la guarnición. Los dos restantes lograron escapar en coche. Tan pronto fue conocida la noticia, despegaron dos aviones a la caza de los asesinos. Fue imposible encontrarlos, pues los bosques cubrían extensiones inmensas y las llanuras aparecieron solitarias. Una columna ligera en misión de represalia sufrió grandes pérdidas sin resultados positivos. Entonces los americanos acudieron a nosotros, que teníamos mayor experiencia, y a nuestros, aliados Sswis.

¡Fue la guerra más extraña que se pueda imaginar! Los americanos y nosotros, montados en camiones, con cuatro o cinco aviones evolucionando encima de nuestras cabezas, un helicóptero observador, y rodeados por seres de otro mundo, armados con arcos y flechas. La campaña fue dura, y tuvimos nuestras derrotas. Comprendiendo rápidamente que en combate abierto, tendrían desventaja, los Sslwips comenzaron a hostigar nuestras fronteras, a envenenar los pozos y las fuentes, a hacer incursiones sobre Nueva América, en territorio Sswis e incluso a través de las montañas, sobre Nueva Francia. Fue en vano que los torpederos descubrieran y bombardearan a dos pueblos de la costa. Igualmente que los aviones destruyeran otros poblados. Cuando nos adentramos en territorio enemigo, más allá de la futura frontera de Nueva América, los Sslwips creyeron practicable el asalto definitivo. Al amanecer, una banda que sobrepasaba los cincuenta mil se precipitó de todas partes sobre nuestro campo. Inmediatamente, Jeans, jefe de la expedición, lanzó una llamada a los aviones que despegaron de New-Washington y de Cobalt. A 1.000 kilómetros por hora, iban a llegar dentro de poco, pero ¿podríamos aguardar? La situación era crítica: éramos 500 americanos y 300 franceses, ciertamente bien armados, y 5.000 Sswis, contra 50.000 enemigos armados con arcos que alcanzaban a cuatrocientos metros. Era imposible aprovecharse de la movilidad de los camiones: el enemigo nos rodeaba a treinta de fondo. Dispusimos un círculo con nuestros vehículos, salvo nuestro viejo camión blindado y, con las ametralladoras dispuestas, aguardamos.

A seiscientos metros, abrimos fuego; fue un error haber aguardado tanto, pues poco nos faltó para ser arrollados. Era en vano que nuestras armas automáticas derribaran a los Sslwips como el trigo en sazón, en vano que los Sswis lanzaran flecha tras flecha. En un momento tuvimos diez muertos y más de ochenta heridos, y los Sswis cien muertos y el doble de heridos. La bravura de los Sslwips era maravillosa, y su vitalidad fenomenal. Vi a uno que con el hombro destrozado por un proyectil de 20 mm. corrió hasta la muerte, y se derrumbó a dos pasos de un americano. Al tercer asalto llegaron los aviones. No pudieron intervenir, pues el barullo había comenzado de nuevo. En esta fase del combate, Miguel recibió una flecha en el brazo derecho, y yo otra en la pierna izquierda; heridas, por otra parte, sin gravedad. Tan pronto como el enemigo fue rechazado, los aviones entraron en combate con las ametralladoras, granadas y bombas. Fue la victoria. Cogidos en descubierto, los Sslwips se desbandaron, y nuestros camiones les persiguieron, mientras que Vzlik, a la cabeza de los Sswis, batía y despedazaba a los aislados. Hubo aún alguna ofensiva, y, por la noche, encontramos a uno de nuestros camiones con todos los ocupantes muertos, acribillados a flechazos.

Aprovechando la noche, los sobrevivientes escaparon. Tuvimos entonces que luchar con los tigrosauros, atraídos en gran número por la carnicería, que nos causaron seis bajas. Nuestras pérdidas totales ascendieron a 22 muertos americanos, 12 franceses, 227 Sswis, y a 145 americanos, 87 franceses y 960 Sswis heridos. Los Sslwips dejaron sobre el campo de batalla a veinte mil de los suyos, por lo menos.

Después de esta exterminación, los americanos construyeron una serie de fortines en su frontera, cuya defensa fue facilitada por una falla escarpada del terreno de más de setecientos kilómetros, que iba del mar a las montañas. Los dos años siguientes transcurrieron en silenciosa labor. Vimos con pena, que los americanos se acantonaban cada día más dentro de su territorio. Solamente nos frecuentábamos, salvo casos individuales — tales como la tripulación del avión y nosotros— para cambiar primeras materias y productos manufacturados. Los americanos abrieron explotaciones mineras, menos ricas que las nuestras, pero que bastaban ampliamente para sus necesidades.

Muy pocos de entre nosotros hablaban inglés y viceversa. Las costumbres eran distintas. Nuestro colectivismo, aunque muy parcial, les era sospechoso, y tachaban a nuestro Consejo de dictatorial. Tenían también tenaces prejuicios contra los «nativos», prejuicios que en modo alguno podíamos compartir, ya que doscientos pequeños Sswis frecuentaban nuestras escuelas.

En cambio, manteníamos excelentes relaciones con los noruegos. Les habíamos suministrado los materiales necesarios para la construcción de chalupas, y ellos nos aprovisionaban en abundancia de los productos del mar. Habían sobrevivido algunas especies terrestres que se multiplicaban en proporciones sorprendentes. Los peces telurianos son excelentes.

El «período heroico» había pasado, y para cortar de raíz la crítica de los americanos reorganizamos nuestras constituciones, aunque dentro del estilo francés. Se decidió que Nueva Francia se compondría de: 1) El estado de Cobalt, de cinco mil habitantes, con Cobalt-City (800 h.) por capital, y la ciudad de Puerto-León (324 h.); 2) El territorio de Puerto del Oeste, con una capital del mismo nombre, de 600 habitantes; 3) El territorio de los pozos de petróleo, donde no quedaban más de 50 hombres; 4) El territorio de las minas, sobre el lago mágico, con Beaulieu (400 h.) y Puerto del Norte (60 h.). O sea, que en total, Nueva Francia contaba con 6.000 habitantes. Puerto-León, Puerto del Oeste y Beaulieu tenían Consejo municipal. El gobierno se compuso del Parlamento, elegido por sufragio universal, compuesto por cincuenta miembros, que tenía la función legislativa, votaba todas las decisiones y nombraba a los ministros; y del Consejo inamovible, de siete miembros, que en un principio fueron mi tío, Miguel, Estranges, Beuvin, Luis, el señor cura y yo mismo. Este Consejo tenía un veto suspensivo de seis meses, como igualmente la iniciativa de las leyes. En caso de urgencia, y por una mayoría de los dos tercios, podía arrogarse el poder, por un período renovable de seis meses. Se constituyeron tres partidos políticos: el partido colectivista, cuyo jefe fue Luis, y que tuvo veinte escaños; el partido campesino conservador, igualmente, con veinte escaños; el partido liberal, bajo la dirección de Estranges, que tuvo los diez restantes, y que de acuerdo con la buena tradición francesa, que otorga el gobierno a la minoría, proporcionó los ministros.

Nuestro cambio de Gobierno no transformó en absoluto nuestra manera de vivir. Si las fábricas y las máquinas, como también las minas y la flota, eran propiedad colectiva, la tierra pertenecía como siempre a los campesinos que la cultivaban. Desarrollamos nuestra red ferroviaria y de carreteras. Los americanos hicieron otro tanto. Tenían más máquinas de vapor que nosotros que, en cambio, conseguimos construir potentes motores eléctricos. La vía más larga iba de Cobalt-City a puerto del Oeste, por Puerto León.

Nuestras relaciones con los americanos se enfriaron aún más. El primer incidente fue el del destructor canadiense, servido por una mayoría de francocanadienses. Estos decidieron venir a vivir con nosotros, y quisieron, como era lógico, llevarse el barco. Aquello fue el origen de numerosas dificultades. Finalmente, cedimos el armamento a los americanos, transformando el barco en un carguero rápido. El segundo punto de fricción fue nuestra negativa a explotar en común los yacimientos petrolíferos, situados a poca profundidad, en territorio Sswis, al lado del Monte Tenebroso. Los americanos tenían petróleo, aunque más profundo, y nosotros sabíamos que los Sswis verían con muy malos ojos a los americanos en sus tierras. Pero el 5 de julio del año 9 de la era teluriana, se produjo el conflicto.