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—¿Qué ocurre?

Un hombre en la plenitud de la edad, de notable envergadura, acababa de aparecer, seguido de una docena de individuos de aspecto poco tranquilizador.

— Ocurre, padre, que esta gente ha entrado sin permiso de nadie y que…

—¡Cállate, Carlos!

Se dirigió a Vandaclass="underline"

— Usted hablaba de otro mundo, ¿qué hay de todo esto?

Vandal le informó.

—¿Así, no estamos ya en la Tierra? Esto es muy interesante. ¿En un país virgen?

— De momento, a este respecto, no hemos visto más que una marisma que cierra por las dos direcciones y un mar por otra. Nos falta por explorar el último lado, el de ustedes, siempre y cuando su hijo nos lo autorice.

— Carlos es joven e ignoraba estos acontecimientos. No habíamos comprendido absolutamente nada. Primeramente creí que se trataba de un temblor de tierra. Pero cuando vi los dos soles y las tres lunas… En fin, muchas gracias de habernos explicado la situación. Tomarán algo con nosotros…

— Gracias, pero no tenemos tiempo.

—¡Claro que sí! Ida, manda preparar…

— Sinceramente, no tenemos tiempo — dije—. Es menester que lleguemos hasta el límite y estemos en el pueblo por la noche.

— En este caso, no insisto más. Vendré mañana, para conocer el resultado de sus exploraciones.

Nos marchamos.

— No son excesivamente simpáticos esta gente — dijo Miguel.

—¡Vaya tipos! — dijo Luis—. ¿No sabéis quiénes son? Los Honneger, suizos, o así lo afirman, millonarios, que se han forrado con el tráfico de armas. El hijo es peor que el padre. Está persuadido de que todas las chicas van a caer en sus brazos a causa de su dinero. ¡No hay suerte! En lugar del alcalde, hubieran podido quedar ellos bajo las ruinas.

—¿Y la rubia?

— Es Magda Ducher — dijo Miguel—. Una actriz de cine, más célebre por sus aventuras escandalosas que por su trabajo artístico. Su foto andaba por todos los periódicos.

—¿Y la docena de individuos patibularios?

— Probablemente guardaespaldas para su sucio negocio — dijo Luis.

— Temo que esta gente nos darán que hacer — manifestó pensativo Vandal.

Nos adentramos en otra zona muerta que nos llevó cuatro horas de marcha para atravesarla, pero en esta ocasión tuvimos el placer de verla terminar en tierra firme. Yo estaba emocionado. De pie sobre un bloque calcáreo, medio enterrado en una vegetación desconocida, dudé un momento antes de hollar el suelo de otro mundo. Luis y Miguel, menos impresionables, me habían aventajado. Recogimos algunas muestras de plantas. Eran unas hierbas verdosas, duras y cortantes, sin inflorescencias, arbustos de tallo muy tieso, de corteza gris metálica. Pudimos examinar también un representante de la fauna. Fue Luis quien lo descubrió. Tenía una forma de serpiente aplastada, de unos tres metros de largo, ciego e invertebrado. La «cabeza» armada de dos grandes mandíbulas aceradas y tubulares, análogas a una larva de dítico, como nos dijo Vandal. No tenía ninguna semejanza con la fauna terrestre. Parecía desecado. Observé con interés que su tegumento tenía una abertura desmenuzada, alrededor de la cual había solidificado una baba brillante. Vandal hubiera querido llevarse este ejemplar. Pero examinándolo más de cerca, vimos, y sobre todo percibimos, que solamente el tegumento era seco y que el interior estaba en plena descomposición. Nos contentamos con fotografiarle. Como los altos hierbajos podían ocultar otros especímenes, éstos vivos y peligrosos, nos batimos en retirada, volviendo a la carretera del pueblo.

El llano se perdía a lo lejos, y en el cielo flotaba una nube verde.

II — SOLEDAD

Antes de pretender explorar el planeta se requería un establecimiento sólido sobre el rincón de tierra que nos había seguido y había que organizar allí una sociedad. Una buena noticia nos aguardaba en el pueblo: el pozo tenía agua de nuevo, que se reveló perfectamente potable, apenas un poco salobre, en el análisis que practicó Vandal. El censo estaba en marcha. Había sido fácil para los hombres, más difícil para el ganado, y andaba muy mal con referencia a las reservas materiales. Pues, como dijo mi tío: me conocen todos, pero yo no soy nadie, ni alcalde ni tan sólo concejal del Ayuntamiento.

Del recuento se desprendía que la población de la villa ascendía a 943 hombres, 1.007 mujeres y 897 niños menores de dieciséis años; un total de 2.847 almas. El ganado parecía abundante, en especial el bovino.

Luis dijo entonces:

— Es necesario, mañana por la mañana, tener una reunión general.

Mandó llamar al pregonero y le pasó un pedazo de papel con un texto en lápiz. He aquí exactamente su contenido. Tengo todavía en mi poder este papel, frágil y amarillento:

Ciudadanas y ciudadanos: mañana por la mañana, y en la plaza del pozo, asamblea general, El señor Bournat, astrónomo, os explicará la catástrofe. Luis Mauriere y sus compañeros os comunicarán el resultado de sus exploraciones. La reunión tendrá lugar dos horas después de la salida del sol azul. Habrá que tomar decisiones para el futuro. Asistencia indispensable.

Tengo un claro recuerdo de esta asamblea. Primeramente, Luis tomó la palabra:

«Antes que el señor Bournat os explique, dentro de lo posible, lo ocurrido, voy a deciros algunas cosas. Os habéis dado cuenta de que no estamos en la Tierra. Concluido el salvamento de los heridos, vamos a enfrentarnos con difíciles tareas. Antes que nada, hemos de organizamos. Ninguna comunidad humana puede subsistir sin leyes. Una parte de la tierra nos ha seguido: mide aproximadamente 30 kilómetros de largo por 17 de ancho, y tiene, a grandes rasgos, una forma romboidal con una superficie total de unos 300 kilómetros cuadrados. Pero no hay que hacerse ilusiones: sólo una cuarta parte será apta para el cultivo; el resto, no son más que montañas cabeza abajo. Yo creo que esta superficie será suficiente para alimentarnos, aun cuando nuestra población aumente con relación al censo actual. El verdadero problema no es el de las tierras, de las que habrá más que suficientes para que todo el mundo pueda poseer miles de hectáreas, ya que un planeta entero nos aguarda. El problema real es el de la mano de obra. A partir de este momento, todo el mundo es indispensable, y todo el mundo debe trabajar. Tenemos la suerte insospechada de tener entre nosotros a sabios y técnicos. Pero todos debemos considerarnos como pioneros y adoptar esta mentalidad. Aquel que en lugar de ayudar a su vecino le perjudique, es un criminal, y así debe ser considerado. ¡Lo queramos o no, ésta es, para el futuro, nuestra ley, y debemos respetarla o perecer! Ahora mismo, con la ayuda de voluntarios, voy a organizar un comité de inscripción por profesiones. Los que están aquí nos informarán acerca de los ausentes. Pasado mañana se reunirá la asamblea que va a elegir los diputados mandatarios para la constitución de nuestro gobierno, continuando la jurisdicción del consejo municipal sobre los asuntos ordinarios. Y ahora cedo la palabra al señor Bournat.»

Mi tío se levantó, apoyado en su bastón.

«Amigos míos: como sabéis, una catástrofe sin precedentes nos ha arrancado, me temo que para siempre, de nuestra vieja Tierra, y nos ha proyectado en este mundo desconocido. ¿Cuál es este planeta? No sabría decirlo. Habéis podido comprobar que hay dos soles y tres lunas. No os asustéis por ellos. El señor cura y el señor maestro, que han venido a verme a menudo en el observatorio, os dirán que esto es frecuente en el cielo. Por un azar providencial — aquí el párroco meneó la cabeza con aire de aprobación— hemos caído sobre un planeta que posee un aire respirable para nosotros, que en verdad apenas difiere del de la Tierra. Según mis primeros cálculos, este planeta debe ser ligeramente mayor que la Tierra. Luis Mauriere, hace un momento, ha precisado un esquema excelente de la próxima tarea a realizar. Tan pronto como sepa alguna novedad de este mundo, que ahora es el nuestro, os la comunicaré.»