Выбрать главу

Tolly Mune miró a su alrededor con el ceño fruncido. Luego rodeó con los dedos la vaina de mayor tamaño que pudo encontrar. Su tacto era suave y pulposo. Dio un tirón y arrancó fácilmente la vaina de un tallo. La abrió con cierta cautela y descubrió que tenía la consistencia interior del pan recién hecho. En el centro de la vaina había una especie de saco que contenía un líquido oscuro y viscoso que fluía con una seductora lentitud. Sintió de pronto un maravilloso aroma y la boca se le hizo agua. Vaciló durante unos segundos, pero el olor era demasiado bueno. Le dio un mordisco, masticó y tragó, dando luego otro mordisco y luego otro más. Cuatro bocados bastaron para acabar con la vaina y Tolly Mune se encontró lamiéndose los dedos.

—Pan de leche y miel —dijo ella. Algo espeso, pero muy bueno.

—El sabor no puede llegar a cansar nunca —anunció Tuf—. Las secreciones generadas dentro de cada vaina son levemente narcóticas. Cada espécimen de la planta maná produce su propia clase, y sus sabores, tan variados como sutiles, son un factor fruto de la composición química del suelo, en el cual ha enraizado la planta y de su propia herencia genética. La gama de sabores es muy amplia y puede hacerse aún más amplia cruzando las plantas entre sí.

—Espere un momento —dijo Ratch Norren. Se pellizcó la mejilla y frunció el ceño. Así que esta maldita fruta de pan y miel sabe muy bien ya, claro, claro. ¿Y qué? Entonces los sutis tendrán algo sabroso con que abrir el apetito, después de haber fabricado unos cuantos pequeños sutis más. Será estupendo para hacerles olvidar el aburrimiento de conquistar Vandeen y llenarlo con su gente. Lo siento, amigos, pero Ratch no tiene por el momento demasiadas ganas de aplaudir.

Tolly Mune torció el gesto.

—No es muy educado —dijo—, pero tiene razón. Ya nos ha dado antes plantas milagrosas, Tuf ¿Se acuerda del omnigrano? El chal de Neptuno, las vainas jersi. ¿Qué diferencia va a suponer el maná?

—Supondrá una gran diferencia en varios aspectos —dijo Tuf—. Para empezar, mis esfuerzos anteriores iban dirigidos a incrementar la eficiencia de su ecología, aumentando la producción calórica de las limitadas áreas de S’uthlam, dedicadas a la agricultura. Es decir, a obtener más de menos. Por desgracia, no había tomado en consideración la innata perversidad de la especie humana y tal como usted misma me ha dicho, la cadena alimenticia en S’uthlam se encuentra muy lejos de haber alcanzado una eficiencia máxima. Aunque poseen las bestias de carne para obtener proteínas, insisten en mantener y alimentar rebaños de animales que son un desperdicio, sencillamente porque algunos de sus carnívoros más acomodados prefieren el sabor de tal carne al de una tajada de las bestias. De modo similar, continúan cultivando el omnigrano y el nanotrigo, obedeciendo a razones de sabor y variedad culinaria, en tanto que las vainas jersi les darían más calorías por metro cuadrado. Para expresarlo de forma breve y sucinta, los s’uthlameses siguen insistiendo en preferir el hedonismo a la racionalidad. Que así sea. Las propiedades adictivas y el sabor del maná son únicos. Una vez que los s’uthlameses lo hayan probado, no encontrarán la menor resistencia por razones de paladar.

—Quizá —dijo Tolly Mune no muy convencida—, pero aún así.

—En segundo lugar —prosiguió Tuf—, el maná crece muy aprisa. Las dificultades extremas piden soluciones extremas y el maná representa tal solución. Se trata de un híbrido artificial, una especie de complicado encaje, tejido con hebras del DNA, obtenidas en una docena de mundos y entre sus antepasados naturales se incluyen el arbusto de pan de Hafeer, la hierba nocturna de Nostos, los sacos de azúcar de Gulliver y una variedad, muy especialmente manipulada, del kudzu procedente de la mismísima Vieja Tierra. Descubrirán que es resistente y que se extiende con suma rapidez, que le hace falta muy poco cuidado y que es capaz de transformar un ecosistema con sorprendente rapidez.

—¿Muy sorprendente? —le preguntó con sequedad Tolly Mune.

Tuf movió levemente el dedo oprimiendo una tecla que brillaba en el brazo de su asiento. Dax ronroneó.

Las luces se encendieron de repente.

Tolly Mune pestañeó deslumbrada por la súbita claridad. Estaban sentados en el centro de una inmensa sala circular que tendría como medio kilómetro de un extremo a otro. Su techo, en forma de cúpula, se curvaba por encima de sus cabezas a unos cien metros de distancia. De la pared que había a espaldas de Tuf, emergieron una docena de grandes ecosferas hechas de plastiacero, cada una de las cuales estaba abierta por la parte superior y llena de tierra. Contenían doce tipos distintos de suelo, cada uno de los cuales representaba un hábitat distinto: arena blanca que parecía polvo, espesa arcilla roja, gravilla de un azul cristalino, fango verde grisáceo de un pantano, suelo de tundra prácticamente helado, tierra fértil cubierta de mantillo negro, de cada ecosfera brotaba una planta de maná.

Y ésta crecía.

Y crecía.

Y crecía.

Las plantas del centro tendrían unos cinco metros de alto y sus zarcillos exploratorios habían rebasado ya hacía tiempo el borde de sus hábitats. Las fibras vegetales se alargaban hacia el suelo y estaban a medio metro de Tuf, entrelazándose y creciendo constantemente. Tres cuartas partes de los muros se habían cubierto con zarcillos de maná y éstos se aferraban precariamente al pulido techo de plastiacero, medio escondiendo los paneles luminosos de tal modo que la luz que llegaba al suelo parecía filtrarse por entre una intrincada madeja de sombras selváticas. Hasta la luz parecía haberse vuelto algo verdosa. Los frutos del maná crecían por todas partes. De los zarcillos del techo colgaban vainas blancas tan grandes como cabezas humanas, abriéndose paso a través de las fibras en continuo progreso. Mientras las contemplaban, una de las vainas cayó al suelo con un sonido suave y viscoso. Ahora comprendía la razón de que en la estancia, el eco sonara tan curiosamente ahogado.

—Estos especímenes en particular —anunció Haviland Tuf con voz impasible—, nacieron hace unos catorce días, de las esporas que usé un poco antes de mi primer encuentro con la estimada Primera Consejera. Sólo hizo falta una espora por hábitat y durante todo ese tiempo no he tenido necesidad de regar, ni de abonar las plantas. De haberlo hecho, no serían tan pequeñas y débiles, como estos pobres ejemplos que ahora tienen delante.

Tolly Mune se puso en pie. Había vivido durante muchos años en gravedad cero, por lo que incorporarse en un ambiente de gravedad normal le suponía un cierto esfuerzo, pero ahora sentía una opresión en el pecho y un extraño mal sabor de boca, que le indicaban muy claramente la necesidad de aprovechar cualquier ventaja psicológica, incluso una tan minúscula y obvia como la de estar en pie mientras que los demás se encontraban sentados. Tuf la había dejado sin aliento con su maná sacado de la manga, la superaban en número y Blackjack se encontraba en algún lugar lejano, en tanto que Dax estaba sentado junto a la oreja de Tuf, ronroneando complacido y contemplándola con sus enormes ojos dorados que eran capaces de poner al descubierto cualquiera de sus malditos trucos.

—Muy impresionante —dijo.

—Me alegra que se lo haya parecido —dijo Tuf acariciando a Dax.

—¿Qué está proponiendo exactamente?

—Ésta es mi proposición: empezaremos inmediatamente la siembra de S’uthlam con maná. La entrega puede realizarse usando las lanzaderas del Arca. Me he tomado la libertad de llenar sus bodegas de carga con cápsulas de aire comprimido, cada una de las cuales contiene esporas de maná. Si se las libera en la atmósfera, siguiendo una pauta predeterminada que ya he calculado, las esporas serán trasladadas por el viento y se distribuirán por todo S’uthlam. El crecimiento empezará de inmediato y los s’uthlameses no deberán realizar ningún esfuerzo subsiguiente, como no sea el de recoger las vainas y comérselas —su rostro impasible se apartó de Tolly Mune para volverse hacia los enviados de los demás planetas. Caballeros —dijo—, sospecho que en el momento actual se están preguntando cuál es la parte que les corresponde jugar en todo esto.