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—Negativo, comerciante —dijo con voz grave el ciborg de Roggandor—. Es usted increíblemente ingenuo. Dice que les demos un año y mientras tanto usted hará sus trucos. ¿Cuántas flotas nuevas construirán en un año?

—Estamos dispuestos a firmar una moratoria en la construcción de nuevas armas, si sus planetas hacen lo mismo —dijo Tolly Mune.

—Eso es lo que usted dice. ¿Supone que vamos a confiar en ello? —replicó Ratch Norren con voz burlona—. ¡Al demonio con todo eso! Los sutis ya han demostrado lo poco dignos de confianza que son al haberse rearmado en secreto, violando el tratado. ¡Para que luego nos hablen de mala fe!

¡Oh, claro! Habrían preferido que estuviéramos indefensos cuando vinieran para ocuparnos. ¡Infiernos y maldición, qué condenado hipócrita! —dijo con irritación Tolly Mune.

—Ya es demasiado tarde para pactos —dijo el jazboíta.

—Usted mismo lo ha dejado claro, Tuf —añadió el skrymiriano—. Cuanto más consintamos en retrasar las cosas, peor será nuestra situación. Por lo tanto, no tenemos más opción que desencadenar de inmediato el ataque sobre S’uthlam. Nunca tendremos una oportunidad mejor que ahora —Dax le bufó y Haviland Tuf pestañeó, cruzando luego las manos sobre el estómago.

—Quizá reconsideren la postura a tomar si apelo a su amor por la paz y el horror que sienten hacia la guerra y hacia la destrucción, por no mencionar su calidad común de seres humanos —Ratch Norren emitió un bufido despectivo. Uno a uno, los demás miembros de la delegación apartaron la vista en silencio. En tal caso —dijo Tuf—, no me dejan opción —y se puso en pie.

El enviado de Vandeen frunció el ceño.

—Eh, ¿adónde va?

Tuf se encogió de hombros.

—Dentro de unos segundos, a un sanitario —replicó—, y luego a mi centro de control. Por favor, acepten mis garantías de que no siento ningún tipo de animosidad personal hacia ustedes, mas por desgracia tengo la impresión de que no me queda otro remedio que destruir inmediatamente sus planetas. Quizá deseen echar a suertes cual será el primero.

La mujer de Jazbo, tosió, se atragantó y emitió un hilillo de saliva.

El enviado de Triuno Azur carraspeó levemente en el interior de su confusa nube de hologramas, pero el sonido resultante fue tan difícil de oír como el de un insecto correteando sobre una hoja de papel.

—No se atreverá —dijo el ciborg de Roggandor.

El skrymiriano se cruzó de brazos en un gélido silencio.

—Ah —dijo Ratch Norren—. Usted, ah de eso se trata. No lo hará. Sí, pero naturalmente. Ah.

Tolly Mune les miró a todos y se rió.

—¡Oh!, lo dice en serio —afirmó, aunque estaba tan asombrada como todos ellos. Y además, puede hacerlo. Mejor dicho, el Arca puede hacerlo. Además, el comandante Ober se asegurará de que no le falte una escolta armada.

—No hace falta tomar decisiones con tanta prisa —dijo la mujer del Mundo de Henry con voz clara y mesurada. Quizá podríamos pensar nuevamente en todo el asunto.

—Excelente —dijo Haviland Tuf, volviéndose a sentar. Actuaremos con decisión y celeridad —dijo. Se pondrá en vigor un armisticio de un año, tal y como ya he explicado, y sembraré inmediatamente el maná en S’uthlam.

—No tan rápido —protestó Tolly Mune. Tenía la sensación de que la victoria se le había subido un poco a la cabeza. No sabía muy bien cómo, pero la guerra había terminado. Tuf lo había logrado, S’uthlam estaba a salvo, por lo menos durante un año más. Pero el alivio no le había hecho perder totalmente el buen juicio. Todo esto suena muy bien, pero antes tendremos que hacer unos cuantos estudios sobre su planta del maná. Nuestros ecólogos y especialistas en biología querrán examinar esa condenada cosa, antes de sembrar sus esporas sobre S’uthlam. Creo que un mes sería suficiente. Y, naturalmente, Tuf, lo que dije antes sigue teniendo validez. No crea que va a soltar su maná sobre nosotros, marchándose luego. Esta vez deberá quedarse mientras dure el armisticio y puede que aún más tiempo, hasta que tengamos una buena idea de cómo va a funcionar este nuevo milagro suyo.

—¡Ay! —dijo Tuf—, me temo que tengo urgentes compromisos en otros lugares de la galaxia. Una estancia de un año o más me resulta tan inaceptable como inconveniente, al igual que el retraso de un mes antes de empezar mi programa de siembra.

—¡Espere un maldito segundo! —dijo Tolly Mune. No puede.

—Tenga la seguridad de que sí puedo —dijo Tuf Sus ojos fueron de ella a los enviados y luego volvieron a Tolly Mune. Primera Consejera Mune, permítame que le indique lo que es obvio. Ahora existe un cierto equilibrio de fuerzas militares entre S’uthlam y sus adversarios. El Arca es un formidable instrumento de guerra capaz de aniquilar mundos enteros. Al igual que me es posible unirme a sus fuerzas y destruir cualquiera de los planetas aliados, también entra en el reino de lo posible, que haga todo lo contrario.

Tolly Mune sintió de pronto como si la hubieran agredido físicamente y se quedó boquiabierta.

—¿Está?… Tuf, ¿nos está amenazando? No puedo creerlo. ¿Está amenazando con usar el Arca contra S’uthlam?

—Sencillamente, estoy haciéndole notar ciertas posibilidades de acción —dijo Haviland Tuf, con voz tan impasible como de costumbre.

Dax debió sentir su rabia pues empezó a bufar. Tolly Mune permaneció inmóvil, sin saber qué hacer, y sus manos se fueron apretando gradualmente hasta convertirse en puños.

—No cobraré tarifa alguna por mis labores como mediador e ingeniero ecológico —anunció Tuf—, pero exigiré ciertas seguridades y concesiones, por las dos partes del acuerdo. Los mundos aliados me proporcionarán lo que podría calificarse de una guardia personal, consistente en una flotilla de naves cuyo número y armamento sea suficiente para proteger el Arca de los posibles ataques de la Flota Defensiva Planetaria de S’uthlam, y me escoltarán luego hasta haber salido del sistema sano y salvo, cuando mi labor haya terminado. Los s’uthlameses, por su parte, permitirán que dicha flota aliada permanezca dentro de su sistema natal con el objetivo de calmar mis temores. Si alguno de los dos bandos diera inicio a las hostilidades, durante el periodo del armisticio, lo harán con pleno conocimiento de que dicho acto producirá en mí un incontrolable estallido de ira. No soy persona que se excite con facilidad, pero cuando mi ira escapa a todo control, hay ocasiones en que yo mismo me asusto de ella. Cuando haya pasado un año, hará ya mucho tiempo que habré partido y, si tal es su decisión, podrán continuar con su carnicería. Sin embargo, tengo la esperanza y creo que casi la seguridad, de que esta vez mis acciones se revelarán tan eficaces que ninguno de los bandos se sentirá inclinado a reanudar las hostilidades —acarició el espeso pelaje negro de Dax y el gato les fue mirando uno a uno con sus enormes ojos dorados, conociendo lo que pensaban y sopesándolo.

Tolly Mune sintió de pronto un frío increíble.

—Nos está imponiendo la paz —dijo.

—Sólo de forma temporal —dijo Tuf.

—Y nos está imponiendo su solución, queramos o no —dijo ella.

Tuf la miró sin contestarle.

—¿Pero quién demonios se ha creído que es usted? —le gritó, soltando por fin todo el furor que se había ido acumulando dentro de ella.

—Soy Haviland Tuf —le replicó él sin alzar la voz—, y se me ha terminado la paciencia con S’uthlam y con los s’uthlameses, señora mía.

Cuando la conferencia hubo terminado, Tuf condujo a los embajadores nuevamente hasta su lanzadera diplomática, pero Tolly Mune se negó a ir con ellos.