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La estrella de la plaga, ahora enorme, brilla sobre mí y ahora comprendo la razón de que sea blanca. El blanco es el color de la pureza y la estrella está purificando este lugar. Y, sin embargo, a su contacto todo se corrompe y muere. Debe haber una sutil ironía en ello, ¿verdad?

Trajimos muchas armas y vendimos muy pocas. Los cazadores nocturnos y los voladores no pueden usar arma alguna contra lo que está acabando con ellos y desde el principio han puesto más fe en la protección de los paraguas que en los rayos láser. Yo he cogido un lanzallamas de nuestro almacén y me he servido una copa de vino tinto.

Me quedaré aquí, sentado, gozando del frescor, pensando en voz alta ante el cristal. Beberé mi vino y miraré a los escasos voladores que aún viven, girando y bailando, recortados contra el negro telón de la noche. Están tan lejos que me parece ver a las gaviotas de sombra cuando vuelan sobre mi mar viviente. Beberé mi vino y recordaré el sonido del mar cuando sólo era un muchacho de Budakhar que soñaba con las estrellas, y cuando el vino se haya terminado usaré mi arma.

(un largo silencio)

No se me ocurre nada más que decir. Janeel conocía montones de palabras y de nombres pero esta mañana la enterré.

(un largo silencio)

Si alguna vez mis palabras llegan a ser encontradas…

(una breve pausa)

Si esto es descubierto después de que la estrella de la plaga haya palidecido otra vez, tal y como dicen los cazadores nocturnos que sucederá, no dejéis que os engañe. Este mundo no es bueno, no está hecho para vivir en él. Aquí sólo hay muerte y plagas incontables. La estrella de la plaga arderá de nuevo.

(un largo silencio)

Se me ha terminado el vino.

(fin de la grabación)

1 — LA ESTRELLA DE LA PLAGA

—No —dijo Kaj Nevis con voz firme—. Eso está fuera de cuestión. Cometeríamos una maldita estupidez metiendo en esto a cualquiera de las grandes transcorps.

—¡Ni hablar! —le replicó secamente Celise Waan—. Debemos llegar hasta allí, ¿cierto? Por lo tanto, necesitamos una nave. Ya he ido en naves de Salto Estelar y son perfectamente adecuadas. Las tripulaciones son de lo más cortés y la cocina supera en mucho a lo normal.

Nevis la fulminó con la mirada. Su rostro parecía haber sido construido para ello. Era todo aristas y ángulos y su lisa cabellera, peinada hacia atrás, realzaba la línea de su cráneo. Tenía una nariz grande y afilada como una cimitarra y sus ojillos negros brillaban medio ocultos por unas cejas igualmente negras y muy gruesas.

—¿Y para qué fin fueron alquiladas esas naves?

—Pues para viajes de estudio, naturalmente —replicó Celise Waan. Cogió otra bola de crema del plato que había ante ella, sosteniéndola delicadamente entre el índice y el pulgar, y se la metió en la boca—. He supervisado muchas investigaciones importantes y el Centro se encargó de proporcionar los fondos para ellas.

—Permíteme indicarte algo tan obvio como la maldita nariz de tu cara —dijo Nevis—. Éste no es un viaje de estudios. No pensamos hurgar en las costumbres sexuales de alguna raza primitiva. No vamos a ir excavando por ahí, en busca de algún oscuro conocimiento al que ninguna persona cuerda soñaría en darle importancia, tal y como tú estás acostumbrada a hacer. Nuestra pequeña conspiración pretende ir en busca de un tesoro de valor inimaginable. Y, si lo encontramos, no pretendemos entregárselo a las autoridades competentes. Me necesitas para que disponga de él, mediante canales no demasiado lícitos y tú confías tan poco en mí que no piensas decirme en qué consiste todo este maldito embrollo hasta encontrarnos a medio camino, y Lion ha contratado una guardaespaldas. Magnífico; todo eso me importa un comino. Pero entiendo también una cosa: no soy el único hombre poco digno de confianza que hay en ShanDellor. En este asunto puede haber grandes ganancias y mucho poder. Si piensas seguir parloteando sobre alta cocina, entonces me largo. Tengo cosas mucho mejores que hacer, en lugar de seguir aquí sentado oyendo tus tonterías.

Celise Waan lanzó un resoplido despectivo. El resoplido fue ronco y algo húmedo, como correspondía a una mujer gorda, alta y de rostro encendido como ella.

—Salto Estelar es una firma de prestigio —dijo—. Por otra parte, las leyes de salvamento…

—…no tienen el menor significado —dijo Nevis—. En ShanDellor tenemos un código legal, otro en Kleronomas y un tercero en Maya, ninguno de los cuales sirve para lo más mínimo. Y, caso de aplicarse la ley de ShanDellor, entonces sólo obtendríamos una cuarta parte del valor del hallazgo, y eso en caso de obtener algo. Suponiendo que esa estrella tuya de la plaga sea la que realmente Lion piensa que es, y suponiendo que todavía sea capaz de funcionar, entonces quien la controle poseerá una abrumadora superioridad militar en el sector. Tanto Salto Estelar como todas las otras grandes transcorps son tan codiciosas e implacables como yo, eso estoy en condiciones de jurarlo. Lo que es más, son lo bastante grandes y poderosas como para que los gobiernos planetarios las tengan vigiladas constantemente, y permíteme indicarte que somos cuatro… cinco, contando a tu adquisición —señaló con la cabeza a Rica Danwstar y obtuvo por toda respuesta una gélida sonrisa—. Una nave de lujo cuenta ya con más de cinco chefs para la repostería. Incluso en una nave pequeña la tripulación nos superaría en número. Una vez hubieran comprendido lo que poseíamos, ¿crees que nos dejarían conservarlo ni un segundo?.

—Si nos estafan les demandaremos —dijo la gruesa antropóloga, con un leve matiz de petulancia en su voz, mientras cogía la última bola de crema.

Kaj Nevis se rió de ella.

—¿Ante qué tribunales? ¿En qué planeta? Todo ello suponiendo que se nos permita seguir con vida, lo cual es francamente improbable dado el asunto del que hablamos. Creo que eres una mujer estúpida y fea.

Jefri Lion había estado escuchando la discusión con aire de inquietud.

—Vamos, vamos… —dijo por fin, interrumpiéndoles—. No empecemos con adjetivos desagradables, Nevis, no hace falta. Después de todo, este asunto es cosa de todos —Lion, bajo y corpulento, vestía una chaqueta militar de camuflaje adornada con abundantes condecoraciones de una campaña ya olvidada. Con la penumbra del pequeño restaurante, la tela de la chaqueta había adoptado un color gris sucio que armonizaba admirablemente con la barba incipiente que Lion lucía en su rostro. Su frente, amplia y despejada, estaba cubierta por una leve capa de sudor. Kaj Nevis le ponía nervioso. Después de todo, ese hombre tenía una reputación. Lion miró a los demás buscando apoyo.

Celise Waan frunció los labios y clavó la mirada en el plato vacío que tenía delante, como si con ello pudiera conseguir que volviera a llenarse. Rica Danwstar («la adquisición», tal y como Nevis la llamaba) se reclinó en su asiento con un brillo de irónica diversión en sus ojos verde claro. Bajo el mono y la chaqueta de malla plateada que vestía, su cuerpo esbelto y endurecido parecía relajado, casi indolente. Si sus patronos pensaban pasarse el día y la noche discutiendo, no era problema suyo.

—Los insultos son inútiles —dijo Anittas. Resultaba difícil adivinar lo que pensaba el cibertec. Su rostro se componía, por igual, de metal pulido, carne y plástico translúcido, sin que llegara a resultar demasiado expresivo. Los dedos de su mano derecha, de un brillante acero azulado, contrastaban con la carne de su mano izquierda, en tanto que sus ojos de metal plateado estudiaban incesantemente a Nevis, moviéndose en sus receptáculos de plástico negro—. Kaj Nevis ha planteado algunas objeciones válidas. Posee experiencia en estos asuntos y en esta zona, en tanto que nosotros carecemos de ella. ¿De qué sirve haberle metido en este asunto si ahora no estamos dispuestos a escuchar sus consejos?