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»Espero que se me permita recalcar el hecho de que la desolación que reina en H’Ro Brana es prácticamente total y que la población es muy escasa, a pesar de que el ambiente en principio no resulte de una dureza fuera de lo común. ¿Por qué? Bien, los descendientes degenerados, tanto de los Hruun como de los colonizadores dactiloides, poseen culturas muy dispares y son francamente hostiles unos a otros, pero poseen una respuesta común a esa pregunta: se debe a la estrella. Cada tres generaciones, cada vez que están saliendo un poco de su miserable estado habitual, a medida que la población vuelve a subir de número… entonces la estrella de la plaga aumenta su brillo más y más hasta iluminar el cielo por la noche. Cuando la estrella se convierte en el objeto más brillante del cielo, empiezan las plagas. Las epidemias barren toda H’Ro Brana y cada una es peor que la precedente. Nadie puede curarlas. Las cosechas se marchitan y los animales mueren. Tres cuartas partes de la población inteligente del planeta muere también. Los que sobreviven se ven de nuevo arrojados a una existencia brutal, y luego la estrella va palideciendo. Al menguar la luz se van las plagas de H’Ro Brana durante otras tres generaciones. Ésa es la leyenda.»

El rostro de Haviland Tuf había permanecido inmutable mientras escuchaba el relato de Celise Waan.

—Interesante —dijo por fin—. Sin embargo, me veo obligado a suponer que nuestra expedición actual no ha sido puesta en pie sólo para que vuestra carrera se vea beneficiada con la investigación de ese pasmoso mito folklórico.

—No —admitió Celise Waan—. Es cierto que en un principio tuve esa intención. La leyenda me pareció un tema excelente para una monografía e intenté obtener fondos del Centro para una investigación, pero mi petición fue rechazada. Eso me disgustó en grado sumo y creo que tenía razón para ello. Esos imbéciles y su estrechez de miras… Luego, mencioné mi disgusto y la causa de él a mi colega, Jefri Lion.

Lion carraspeó antes de hablar.

—Sí, cierto. Como ya es sabido, mi campo de estudios se centra en la historia militar. Naturalmente, la leyenda me intrigó y estuve un tiempo investigando en los bancos de datos del Centro. Nuestros archivos no son tan completos como los de Avalon y Newholme, pero no había tiempo para una investigación más completa. Debíamos obrar con rapidez. Mi teoría… bueno, en realidad es más que una teoría. De hecho, estoy prácticamente seguro de saber en qué consiste esa estrella de la plaga. ¡No es ninguna leyenda, Tuf! Es real. Admito que debe estar abandonada, sí, pero debe seguir en condiciones de operar y sus programas deben hallarse intactos más de mil años después del Derrumbe. ¿No te das cuenta? ¿No consigues adivinar de qué se trata?

—Debo admitir que me falta la familiaridad necesaria con el tema —dijo Tuf.

—Es una nave de guerra, Tuf, una nave que se encuentra en una gran órbita elíptica alrededor de H’Ro Brana. Se trata de una de las armas más devastadoras que la Vieja Tierra lanzó a los espacios, en la guerra contra los Hranganos y, a su modo, debía ser tan temible como esa mítica flota infernal de la que se habla durante los últimos tiempos anteriores al Derrumbe. ¡Pero su potencial para el bien es tan enorme como el que posee para el mal! Es el almacén de la ciencia biogenética más avanzada del Imperio Federal y un artefacto, en condiciones de operar, repleto de secretos que el resto de la humanidad ha perdido.

—Ya entiendo —dijo Tuf.

—Es una sembradora —dijo Jefri Lion—, una sembradora de guerra biológica del Cuerpo de Ingeniería Ecológica.

—Y es nuestra —dijo Kaj Nevis, con una mueca sarcástica.

Haviland Tuf clavó los ojos durante un breve instante en Nevis, movió la cabeza y se levantó.

—Mi curiosidad ha sido satisfecha —anunció—. Ahora debo cumplir con mi parte del trato.

—¡Ah! —exclamó Celise Waan—. Mi carne.

—La cantidad es abundante —dijo Haviland Tuf—, aunque debo admitir que la variedad disponible no resulta muy amplia. La preparación de la carne, para que resulte lo más placentera posible al paladar, es algo que dejo a la elección de la señora. —Se acercó a un compartimiento, tecleó un código y sacó de él una caja no muy grande que llevó hasta la mesa, sosteniéndola bajo el brazo—. Ésta es la única carne existente a bordo de mi nave. No puedo garantizar nada en lo tocante a su sabor o calidad, pero debo decir igualmente que jamás he recibido la menor queja al respecto.

Rica Danwstar se echó a reír estruendosamente y Kaj Nevis lo hizo de modo más comedido. Haviland Tuf, con gestos lentos y metódicos, sacó de la caja una docena de latas con alimento para gatos y las colocó ante Celise Waan. Desorden saltó a la mesa y empezó a ronronear.

—No es tan grande como esperaba —dijo Celise Waan con voz tan petulante como de costumbre.

—Señora —dijo Haviland Tuf—, los ojos engañan con mucha frecuencia. Admito que mi pantalla principal es más bien modesta y que sólo posee un metro de diámetro, con lo cual, naturalmente, el tamaño de los objetos que aparecen en ella resulta disminuido. En cuanto a la nave, sus dimensiones son considerables.

—¿Cuáles son esas dimensiones? —dijo Kaj Nevis acercándose a la pantalla.

Tuf cruzó las manos sobre su voluminoso estómago.

—No puedo decirlo con precisión. La Cornucopia no es más que una modesta nave mercante y su instrumental sensor no es todo lo delicado que yo desearía.

—Pues, entonces, dígalo de un modo aproximado —replicó Kaj Nevis con voz cortante.

—Aproximado… —repitió Tuf—. Desde el ángulo en que ahora lo muestra mi pantalla y tomando el eje más grande como «longitud», yo diría que la nave a la que nos estamos acercando tiene unos treinta kilómetros de largo y aproximadamente unos tres de ancho, dejando aparte la sección de la cúpula en la parte central, la cual es un poco más grande, y la torre delantera que yo diría tiene aproximadamente un kilómetro más que la cubierta sobre la cual se encuentra situada.

Todos se habían reunido en la sala de control, incluido Anittas, a quien la computadora había despertado de su sopor controlado cuando emergieron del hiperimpulso. Todos se quedaron callados contemplando la imagen y, por unos breves instantes, ni Celise Waan encontró nada que decir. Sus ojos parecían fascinados por la gran forma oscura que flotaba, recortándose contra las estrellas, y en la cual brillaban de vez en cuando débiles chispazos de luz, como si aquella silueta inmensa latiera con energías invisibles.

—Tenía razón —musitó por fin Jefri Lion rompiendo el silencio—. Una sembradora. ¡una sembradora del CIE! ¡Ninguna otra nave podría ser tan enorme!

Kaj Nevis sonrió.

—¡Maldición! —dijo en voz baja y casi reverente.

—El sistema debe ser muy vasto —dijo Anittas—. Los Imperiales de la Tierra poseían una ciencia mucho más sofisticada que nosotros. Probablemente se trate de una Inteligencia Artificial.