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—Por Dios —gruñó Hiram—. Cuando oigo pavadas como ésa desearía con todas mis fuerzas haberme dedicado a la venta de libros de texto sobre administración de empresas. En este preciso instante estaría ganando dinero a carradas. —Con un ademán abarcador señaló los edificios del centro de la ciudad que se veían más allá del ventanal. —Pero ahí afuera no hay un grupo de discusión de la facultad de ciencias económicas.

“Es parecido a lo que ocurrió con las leyes sobre los derechos de la propiedad intelectual, cuando se produjo el advenimiento de Internet. ¿Recuerdas eso?… No, eras demasiado joven. La Infraestructura Global de la Información, esa cosa que se suponía iba a reemplazar la Convención de Berna sobre derechos de la propiedad intelectual, volvió a caer estrepitosamente sobre todo aquello que no se podía hacer. De repente, la Red se vio inundada por basura que no se había preparado ni revisado para su publicación. Todas y cada una de las malditas editoriales se vieron forzadas a cerrar las puertas, y todos los escritores volvieron a ser programadores de computadora, y todo porque alguien estaba dando a conocer, gratis, el material que editoriales y autores solían vender para ganarse el pan.

“Ahora estamos volviendo a pasar otra vez por lo mismo: hay una tecnología poderosa que conduce a una revolución en la información, a una nueva apertura. Pero eso entra en conflicto con el interés de la gente que originó, o añadió, valor a esa información en primer lugar. Únicamente puedo obtener un rédito en lo creado por Nuestro Mundo y eso deriva, en gran medida, de la titularidad de las ideas. Pero pronto no va a ser posible obligar al cumplimiento de las leyes sobre titularidad de la propiedad intelectual.

—Papá, eso es lo mismo para todos.

Hiram resopló.

—Puede ser. Pero no todos van a prosperar. En cada una de las salas donde se reúne la junta directiva de cada empresa de esta ciudad hay revoluciones y pugnas por el poder. Lo sé, observé la mayoría de ellas… del mismo modo que ellas observaron las mías. Lo que te estoy diciendo es que me hallo en un mundo totalmente nuevo. Y necesito que estés a mi lado.

—Papá, tengo que ordenar mi mente.

—Olvídate de Heather. Estoy tratando de advertirte que vas a salir lastimado.

Bobby negó moviendo la cabeza.

—Si estuvieras en mi lugar, ¿no querrías conocerla? ¿No tendrías curiosidad?

—No —dijo de modo contundente—. Nunca regresé a Uganda para buscar a la familia de mi padre. Nunca lo lamenté. Ni siquiera una vez. ¿Para qué habría servido? Tenía que construir mi propia vida. Lo pasado, pisado; no hace el menor bien examinarlo demasiado de cerca. —Miró hacia el aire con gesto desafiante. —Y todos ustedes, sanguijuelas que están trabajando para poner al desnudo más defectos de Hiram Patterson, pueden escribir eso también.

Bobby se puso de pie.

—Pues si duele tanto, siempre puedo encender la llave que pusiste en mi cabeza, ¿no?

Hiram lo miró con tristeza.

—Tan sólo no olvides dónde está tu verdadera familia, hijo.

En la puerta estaba parada una muchacha esbelta, no más alta que el hombro de Bobby, llevaba un vestido recto y suelto, en color azul eléctrico chillón que tenía un estampado refulgente Lincoln rosado. Miró a Bobby con gesto severo.

—Sé quién eres —comenzó él—, eres Mary. —La hija del segundo matrimonio de Heather.

Otra media hermana de cuya existencia recién se había enterado. La muchacha aparentaba menos de los quince años que tenía.

Llevaba el cabello cortado de manera brutalmente corta y en la mejilla apareció un morfotatuaje liso. Era bonita, tenía pómulos altos y ojos de mirada cálida, pero su cara estaba contraída en un gesto de disgusto que parecía habitual.

Bobby forzó una sonrisa.

—Tu madre está…

—Esperándote, lo sé. —Miró más allá de él al nido de reporteros. —Es mejor que entres.

Bobby se preguntó si debía decir algo sobre el padre de la muchacha, expresar sus condolencias. Pero no pudo hallar las palabras y la cara de ella era dura y desprovista de expresión. Había pasado el momento.

Pasó al lado de su media hermana y entró en la casa. Estaba en un vestíbulo estrecho atestado con botas y abrigos de invierno; alcanzó a ver una cocina de aspecto cálido, una sala de estar con grandes pantallas flexibles que colgaban de las paredes, parecía ser un estudio casero.

Mary le golpeó el brazo.

—Observa esto. —Avanzó un paso, encaró a los reporteros y se levantó el vestido por encima de la cabeza, llevaba bombacha pero sus pequeños pechos estaban desnudos. Se bajó el vestido y cerró la puerta de un golpe. Bobby pudo ver que tenía puntos de sonrojo en las mejillas. ¿Ira, vergüenza?

—¿Por qué hiciste eso?

—De todos modos, me miran todo el tiempo. —Y giró sobre los talones y corrió al piso de arriba, los zapatos taconeando sobre las tablas de madera desnuda, dejando a Bobby varado en el vestíbulo.

—…Lamento lo que pasó. Mary no se está adaptando muy bien.

Y aquí, por fin, estaba Heather, caminando lentamente por el vestíbulo hacia él. Era más menuda de lo que había esperado. Parecía esbelta, incluso muy delgada pero fuerte, si bien un tanto cargada de hombros. Su cara alguna vez pudo haber compartido la apariencia de niña traviesa de Mary, pero ahora esos pómulos eran sobresalientes bajo una piel envejecida por la exposición al sol, y esos ojos pardos, hundidos en lo profundo de pozos formados por el entrecruzamiento de arrugas, se veían cansados. El cabello, con vetas de gris, estaba recogido formando un rodete apretado.

Lo miraba con curiosidad.

—¿Estás bien?

Durante el lapso de varios latidos, Bobby no confió en sí mismo para hablar.

—…Sí …No estoy seguro de cómo te debo llamar.

Ella sonrió.

—¿Qué te parece Heather? Esto ya es bastante complicado tal como está.

Y, sin advertencia alguna, dio un paso hacia él y le envolvió el pecho con los brazos.

Bobby había tratado de ensayar qué decir y hacer cuando sobreviniera este momento; trató de imaginar cómo iba a manejar la tormenta de emoción que esperaba que se produjera. Pero ahora el momento había llegado y él se sentía…

Vacío.

Y todo el tiempo estaba consciente, dolorosamente consciente, de que millones de ojos estaban sobre él, sobre cada gesto y expresión que hacía.

Heather dejó de abrazarlo y se alejó de él.

—No te veía desde que tenías cinco años y ahora que te veo tiene que ser así. Bueno, creo que hemos dado suficiente espectáculo.

Lo condujo a la sala que Bobby provisoriamente había identificado como estudio. En una mesa de trabajo había una gigantesca pantalla flexible, del tipo de grano fino que empleaban los dibujantes y los diseñadores gráficos. Las paredes estaban cubiertas con listas, imágenes de gente y de lugares, trozos de papel amarillo cubiertos con escritura de trazos muy finos, escritura incomprensible. Sobre cada superficie, y eso incluía el piso, había guiones cinematográficos y libros de referencia abiertos. Con brusquedad, Heather tomó una masa de papeles apilados sobre una silla giratoria y la dejó caer al suelo. Bobby aceptó la invitación implícita, sentándose.