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Pero Davis sabía que no importaba cuan atrás en el tiempo mirase, o qué fuese aquello a presenciar, o el modo en que a las imágenes se las analizara y discutiera: los quince minutos de la Guerra de Secesión que acababa de soportar permanecerían con él para siempre.

Heather le tocó el brazo.

—No tienes un estómago fuerte, ¿no? Tan sólo rasguñamos la superficie de esta guerra… apenas si hemos empezado a estudiar el pasado.

—Pero es una inmensa y desgastante carnicería.

—Por supuesto que sí. ¿No lo es siempre? De hecho, la Guerra Civil fue una de las primeras guerras verdaderamente modernas. Más de seiscientos mil muertos, casi un millón de heridos, en un país cuya población sólo era de treinta millones de personas. Es como si hoy perdiéramos cinco millones. Fue un triunfo peculiarmente estadounidense que un país tan joven organizara un conflicto tan vasto.

—Pero fue justa —dijo David. Heather estaba trabajando en el período de la Guerra Civil estadounidense, como parte de sus investigaciones para la primera biografía verdadera de Abraham Lincoln, compilada por cámaras Gusano, a la que financiaba una asociación de estudios históricos. —¿Ésa será tu conclusión? Después de todo, la guerra llevó a la erradicación de la esclavitud en Estados Unidos.

—Pero no era ése el objetivo de esa guerra. Estamos a punto de perder nuestras ilusiones románticas respecto de ella, a punto de enfrentar la verdad que los historiadores más valientes enfrentaron todo el tiempo: la guerra fue el choque de intereses económicos, del Norte contra el Sur. Los esclavos eran un bien de capital que valía miles de millones de dólares. Y fue un asunto sanguinario que hizo erupción desde una sociedad con desigualdades, dominada por las diferencias de clase. Tropas de Gettysburg se enviaron a Nueva York para sofocar disturbios por la oposición al reclutamiento obligatorio. Lincoln hizo encerrar alrededor de treinta mil presos políticos sin juicio…

David lanzó un silbido.

—¿Crees que la reputación de Lincoln podrá sobrevivir después que veamos todo eso? —Empezó a preparar un nuevo ciclo de trabajo.

Heather se encogió de hombros.

—Lincoln sigue siendo una figura impresionante… aun cuando no fuera homosexual.

Eso hizo estremecer a David.

—¿Qué? ¿Estás segura?

Heather sonrió.

—Ni siquiera bisexual.

Desde el cubículo vecino pudo oír el débil sonido de chillidos en tono alto.

Heather dirigió a David una sonrisa de cansancio.

—Mary. Está mirando a los Beatles otra vez.

—¿Los Beatles?

Heather escuchó un instante.

—El Top Ten Club de Hamburgo. Abril de 1961 probablemente. Actuaciones legendarias, en las que se cree que los Beatles tocaron mejor que lo que nunca volvieron a hacerlo. Nunca se las filmó y, claro está, nunca se las volvió a ver hasta ahora. Mary está repasando todas y cada una de las actuaciones, repitiéndolas noche tras noche.

—Hmmm. ¿Cómo andan las cosas entre ustedes dos?

Heather lanzó una rápida mirada hacia el tabique; después habló en tono quedo:

—Me preocupa que nuestra relación esté enfilada hacia un fracaso total y absoluto. David, no sé qué hace Mary la mitad del tiempo, ni adonde va, ni con quién se encuentra… Todo lo que recibo es ira. No fue sino el soborno de usar una cámara Gusano de Nuestro Tiempo lo que la trajo aquí hoy. Aparte de hacerlo para los Beatles, ni siquiera sé para qué está usando la cámara.

David vaciló.

—Tengo mis dudas respecto de cuan ético es lo que te ofrezco, pero… ¿querrías que lo averigüe?

Heather frunció el entrecejo y de los ojos se apartó cabellos que se estaban poniendo grises.

—¿Puedes hacer eso?

—Hablaré con ella.

La imagen de la pantalla flexible se estabilizó.

El mundo apenas si reparará en, ni recordará durante mucho tiempo, lo que decimos acá, pero nunca, podrá olvidar lo que ellos hicieron acá…

El auditorio de Lincoln —con esos rígidos sombreros de copa alta y abrigos negros, casi todos ellos hombres— tenía un aspecto por completo extraño, pensó David. Y Lincoln mismo se destacaba entre todos ellos, tan alto y enjuto que parecía casi grotesco; su voz tenía un tono lastimoso irritantemente alto y nasal. Y aun así…

—Y aun así —dijo David—, sus palabras todavía tienen el poder de conmover.

—Sí —dijo Heather—. Creo que Lincoln sobrevivirá al proceso de biografía verdadera. Era complejo, ambiguo, nunca era directo. Le decía a sus oyentes lo que querían oír, a veces era proabolición; a veces, no. Por cierto que no era el Abe de la leyenda. El viejo Abe, el honesto Abe, Abe el padre… Pero estaba viviendo en tiempos difíciles. Salió bien de una guerra, convirtiéndola en una cruzada. De no haber sido por Abe, quién sabe si la nación podría haber sobrevivido.

—Y no era homosexual.

—Nop.

—¿Y qué hay respecto del diario de Joshua Speed?

—Una astuta falsificación que, después de la muerte de Lincoln, armó una camarilla de simpatizantes confederados que estaba detrás del asesinato. Todo estaba diseñado para denigrar el carácter de Lincoln, aún después de que le quitaran la vida…

La vida sexual de Abraham Lincoln había caído bajo una inspección minuciosa después del descubrimiento de un diario supuestamente escrito por Joshua Speed, comerciante de Springfield, Illinois, con el cual Lincoln, cuando era un abogado joven y empobrecido, se había hospedado durante algunos años. Aunque tanto Speed como Lincoln más tarde se casaron —y, de hecho, ambos tuvieron fama de tenorios—, habían corrido rumores de que los dos habían vivido juntos una relación homosexual.

En los difíciles años de principios del siglo XXI, Lincoln había renacido como figura de permisividad y amplia atracción: “Lincoln Rosado”, un héroe dividido para una era dividida. En las Pascuas de 2015, el sesquicentenario del asesinato de Lincoln, esto había llegado a su climax con una celebración al aire libre que se hizo en torno al monumento a Lincoln en Washington, D.C.: durante una sola noche, a la gran figura de piedra se la había bañado con una luz rosado chillón proveniente de reflectores.

—…Hice certificar por escribano los registros de la cámara Gusano, para demostrarlo —dijo ahora Heather—. Hice que sistemas expertos recorrieran rápidamente todos y cada uno de los encuentros sexuales de Lincoln, desde los más antiguos hasta los últimos: ahí no existe el menor vestigio de conducta homo o bisexual.

—Pero Speed…

—El y Lincoln compartieron una cama en aquellos años en Illinois, pero eso no era algo fuera de lo común en aquellos tiempos: ¡Lincoln no tenía dinero para pagarse una cama propia!

David se rascó la coronilla.

—Esto —dijo— va a incomodar a todos.

Heather le contestó:

—Sabes, vamos a tener que habituarnos a eso. No más héroes, no más cuentos de hadas. Los líderes que logran suceso son pragmáticos. Casi todas las elecciones que hacen son entre opciones malas; los más sagaces de ellos, como Lincoln, eligen el mal menor, y lo hacen de manera constante. Y eso es prácticamente todo lo que se les puede pedir.

David asintió con la cabeza.

—Quizá. Pero ustedes, los estadounidenses, tienen la suerte de que ya se les está acabando la historia. A nosotros, los europeos, nos quedan miles de años más para presenciar.