Sus dos flechas eran de especial interés para Marcus; de hecho, habían servido como base para el doctorado de Marcus. Ambas flechas estaban rotas y Marcus había podido demostrar que antes de morir, el cazador había estado tratando de desarmar las flechas con la intención de hacer una sola flecha buena a partir de las dos rotas, mediante el encaje de la punta mejor en el astil que estaba en buenas condiciones.
Fue un trabajo detectivesco así de minucioso el que había atraído a Marcus a la arqueología. Marcus no veía límites al alcance de esas técnicas. Quizás, en cierto sentido, todo suceso dejaba alguna marca en el universo, marca que algún día podría ser descifrada por instrumentos suficientemente ingeniosos. En un aspecto, la cámara Gusano era la cristalización de la intuición sin palabras de todo arqueólogo: que el pasado es un país real, que está por allá, en alguna parte, y que se puede explorar palpándolo con cada una de las yemas de los dedos.
Pero se estaba abriendo un nuevo libro de la verdad. La cámara podía responder preguntas que quedaban sin tocar por la arqueología tradicional, no importaba lo poderoso de las técnicas… inclusive sobre este hombre Ötzi, que se había convertido en el ser humano más conocido de todos los que hubieran vivido en el transcurso de la prehistoria.
Lo que nunca se había respondido, y resultaba imposible de responder a partir de los fragmentos que se había recuperado, era por qué había muerto el Hombre de Hielo. Quizás estaba huyendo de una guerra que se libraba o buscaba con afán proseguir un amorío. A lo mejor era un delincuente que escapaba de la dura justicia de su época.
Marcus había intuido que todas estas explicaciones eran estrechas de miras, que eran proyecciones de un mundo moderno sobre un pasado más austero. Pero, al igual que el resto del mundo, Marcus anhelaba conocer la verdad.
Pero ahora el mundo había olvidado a Ötzi con sus vestimentas de piel y herramientas de pedernal y cobre; había olvidado el misterio de su solitaria muerte. Ahora, en un mundo en el que a cualquier figura del pasado se la podía hacer volver a la vibrante vida, Ötzi ya no era una novedad, ni siquiera gozaba de interés particular. A nadie le interesaba enterarse de cómo, después de todo, había muerto.
A nadie, con excepción de Marcus. Así que Marcus se había sentado en la frígida lobreguez de esa instalación de la universidad, luchando por atravesar aquel paso alpino al que veía desde el hombro de Ötzi, hasta que se hubiera hecho patente la verdad.
Ötzi era un cazador alpino de elevada condición social. La cabeza de cobre de su hacha y el tocado de piel de oso eran señales de proezas y de prestigio en la caza. Y la meta de este hombre, en esta expedición fatal, había sido la presa más escurridiza de todas, el único animal alpino que se recluye en las zonas rocosas altas durante la noche: el íbice.
Pero Ötzi era viejo: cuarenta y seis años era una edad avanzada para un hombre de su época. Lo atormentaba la artritis y ese día lo afligía una infección intestinal que le había dado diarrea crónica. Quizá se había debilitado; se movía con más lentitud que lo que se daba cuenta… o que le importaba admitir.
Había perseguido a su presa cada vez más hacia lo profundo de las heladas alturas de las montañas. Había hecho su sencillo campamento en ese paso, con la intención de reparar las puntas de flecha que había roto y continuar la persecución al día siguiente. Había tomado una comida final de carne salada de cabra y ciruelas secas.
Pero la noche se había vuelto diáfana como el cristal y el viento había aullado a través del paso, arrastrando consigo el calor vital de Ötzi.
Fue una muerte triste y solitaria y Marcus, al observarla, pensó que hubo un momento en el que Ötzi trató de levantarse, como si se hubiera dado cuenta del terrible error que había cometido, como si hubiera sabido que estaba muriendo. Pero no se pudo levantar y Marcus no pudo extender la mano a través de la cámara Gusano para ayudarlo.
Y así, Ötzi quedó tendido solo, sepultado en el hielo que lo rodeaba, durante cinco mil años.
Marcus apagó la cámara Gusano y una vez más Ötzi quedó en paz.
Testimonio de Patefield: Muchas naciones, no sólo Estados Unidos, están enfrentando serios diálogos internos respecto de las nuevas verdades que se revelan sobre el pasado, verdades de las que, en muchos casos, apenas si se informa —si es que se informa, en primer lugar— en la historia convencional. En Francia, por ejemplo, hubo un profundo examen de conciencia respecto de la naturaleza inesperadamente amplia de la colaboración con el régimen nazi durante la ocupación alemana, en la Segunda Guerra Mundial. Las nuevas revelaciones dañaron seriamente mitos tranquilizadores sobre la importancia de la Resistencia en tiempos de la guerra; y no en poca medida lo hicieron las nuevas revelaciones sobre David Moulin, un líder venerado de la Resistencia: prácticamente nadie de los que conocen la leyenda de Moulin estaba preparado para enterarse de que ese hombre había comenzado su carrera corno espía infiltrado de los nazis, si bien más tarde se lo persuadió para que se incorporara a la causa nacional y, de hecho, los SS lo torturaron y ejecutaron en 1943. Los belgas modernos parecen estar abrumados cuando confrontan la brutal realidad del Estado Libre de Congo, una colonia rígidamente centralizada que se había diseñado para despojar el territorio de sus riquezas naturales, caucho principalmente, y a la que se mantenía por medio de atrocidades, asesinatos, muerte por inanición, exposición a los elementos meteorológicos, enfermedad y hambre, lo que dio por resultado el desarraigo de comunidades enteras y la matanza, entre 1885 y 1906, de ocho millones de almas. En las tierras de la antigua Unión Soviética, la gente se concentró en la era del terror stalinista. Los alemanes se están enfrentando con el Holocausto una vez más. Los japoneses, por primera vez en generaciones, están teniendo que aprender a admitir la verdad de sus matanzas durante la guerra y de sus otras brutalidades en Shechuán y otros sitios. Los israelíes están incómodamente conscientes de sus propios crímenes contra los palestinos. La frágil democracia serbia está amenazando derrumbarse bajo las nuevas revelaciones de los horrores cometidos contra Bosnia y otras comunidades, después del desmembramiento de la antigua Yugoslavia. Y así todo el tiempo.
La mayor parte de los horrores del pasado se conocía bien desde antes de la cámara Gusano, claro está, y se había escrito una estimable cantidad de textos de historia honestos y conscientes. Pero, así y todo, la interminable y deprimente trivialidad vigente, la realidad humana de tanta crueldad, dolor y devastación, sigue siendo por completo desalentadora. Y se agitaron emociones más intensas que el desaliento. Disputas étnicas y religiosas de siglos de antigüedad fueron el disparador de muchos conflictos del pasado. Y así ocurrió esta vez: hemos visto disputas interpersonales, disturbios, luchas entre diferentes etnias, inclusive hasta golpes de Estado y guerras de poca extensión. Y aún gran parte de la ira se dirige hacia Nuestro Mundo, el heraldo que trajo el mensaje de tanta verdad desalentadora.
Pero pudo haber sido peor.
Ocurre que, si bien hubo mucha ira que se expresaba en antiguas injusticias, a algunas nunca se las dio a conocer antes; en un sentido general, cada comunidad se ha vuelto demasiado consciente de sus propios crímenes, contra su propia gente y contra la de otras comunidades, como para buscar la expiación por los crímenes cometidos por otros. Ninguna nación está libre de pecado; ninguna parece estar preparada para arrojar la primera piedra y casi todas las instituciones principales que sobreviven, sean éstas una nación, una gran empresa o una iglesia, se ven forzadas a pedir disculpas por crímenes que se cometieron en su nombre en el pasado. Pero hay una conmoción más profunda que falta enfrentar. La cámara Gusano, después de todo, no muestra sus lecciones de historia en forma de resúmenes verbales o de pulcros mapas animados. Tampoco tiene mucho para decir sobre la gloria o el honor: en vez de eso se limita a mostrarnos a nosotros, los seres humanos, a razón de uno por vez… y con mucha frecuencia muriendo de hambre o sufriendo o muriendo en manos de otros seres humanos. La grandeza ya no importa. Ahora vemos que cada ser humano que muere es el centro del universo: una chispa única de esperanza y desesperanza, de amor y odio, que avanza sola hacia el interior de la oscuridad que abarca todo. Es como si la cámara Gusano hubiera traído una nueva democracia a la visión de la historia. Tal como Lincoln pudo haber señalado, la historia que surge de toda esta inspección intencional a través de la cámara Gusano será una nueva historia de la humanidad: el relato de la gente, por la gente, para la gente. Ahora lo que importa más es mi relato… o la historia de mi amante, o la de uno de mis padres o la de mi antepasado, que sufrió la más prosaica, más carente de importancia de las muertes, en el barro de Stalingrado o de Passchendaele o de Gettysburg o, simplemente, en algún campo implacable, quebrado por una vida deslomándose como esclavo en un trabajo rutinario y devastador. Facultados por la cámara Gusano, auxiliados por centros de registro genealógico tan importantes como los de los mormones, todos hemos descubierto a nuestros antepasados. Están aquellos que sostienen que todo esto es peligroso y que destruye la estabilidad. Después de todo, al aluvión de divorcios y suicidios que vino a continuación del primer don de apertura de la cámara Gusano lo siguió una oleada nueva: ahora que adquirimos la capacidad de espiar a nuestros compañeros, no sólo en el tiempo real del presente sino, también, en el del pasado, remontándonos tan atrás como nos interese mirar, y toda fechoría, abierta u oculta, se hace accesible a la mirada escrutadora; y así las antiguas heridas se vuelven a abrir. Pero éste es un proceso de ajuste al que sobrevivirán las relaciones que estén unidas con más fuerza. Y, sea como fuere, esas consecuencias relativamente triviales de la cámara Gusano son insignificantes, sin duda, en comparación con el grandioso don de una verdad histórica más profunda que, por vez primera, se pone al alcance de nosotros. Así que no doy mi respaldo a los que predicen desgracias. Yo digo: confíen en la gente. Dennos las herramientas y terminaremos el trabajo.