Al cabo de tres semanas, Bobby lo fue a buscar. David lo recibió en la puerta y pareció estar a punto de rehusarse a dejarlo ingresar. Después se hizo a un lado para hacerlo entrar.
El departamento era un caos, sin orden ni concierto, con libros y pantallas flexibles por todas partes. Un sitio en el que un hombre estaba viviendo solo, y cuyos hábitos no estaban moderados por los miramientos hacia el resto de la gente.
—¿Qué demonios te ocurre?
David se las ingenió para sonreír.
—La cámara Gusano, Bobby. ¿Qué otra cosa?
—Heather dijo que la ayudaste con el proyecto sobre Lincoln.
—Sí, pero eso hizo que me picara el bichito de la curiosidad… quizá. Pero ahora vi demasiada historia… Soy un mal anfitrión: ¿querrías algo para beber, una cerveza…?
—Vamos, David, habla conmigo.
David se rascó la rubia coronilla.
—Esto es lo que se llama una crisis de fe, Bobby. No espero que lo entiendas.
Era cierto: Bobby, irritado, no entendía y estaba decepcionado con lo vulgar del estado en que estaba su hermano. Todos los días, adictos a las cámaras Gusano que se dedicaban al estudio de la historia venían a golpear las puertas de la empresa Nuestro Mundo, para exigir cada vez más acceso a las cámaras. Pero David se había aislado; quizá no sabía qué tan miembro de la especie humana seguía siendo, qué tan común se había vuelto su adicción.
Pero, ¿cómo decírselo?
Bobby dijo con cuidado:
—Estás padeciendo conmoción por la historia. Es… es un estado… que está de moda hoy en día. Ya pasará.
—¿De moda? ¿Eso es todo? —David le respondió con mirada colérica.
—Todos estamos sintiendo lo mismo. —Miró a su alrededor en busca de ejemplos. —Asistí a la premiere de la Novena Sinfonía de Beethoven: el teatro Karntnertor de Viena, 1824. ¿La viste? A la ejecución de la sinfonía se la había grabado de manera profesional y la había retransmitido una agrupación de medios de prensa. Pero las críticas habían sido malas. Fue terrible: la interpretación fue olvidable; el coro, discordante. El Shakespeare fue aún peor.
—¿Shakespeare?
—Realmente te enclaustraste, ¿no? Fue la premiére de Hamlet en el teatro del Globo, en 1601. La interpretación fue como de aficionados, los trajes eran ridículos; la multitud, una chusma ebria, y el teatro en sí no era mucho más que una letrina con techo. El acento de los actores sonaba tan extraño que hubo que subtitular la obra. Cuanto más profundamente viajamos en el pasado, más extraño parece ser.
“Mucha gente está encontrando que la nueva historia es dura de aceptar. Nuestro Mundo es el chivo expiatorio para la ira de esa gente, de modo que sé que es verdad. A Hiram lo golpearon demandas interminables, difamación escrita, instigación al desorden público, instigación a la provocación de odio racial, por parte de grupos nacionales y patrióticos, organizaciones religiosas, familias de héroes desenmascarados; incluso, de los gobiernos de algunos países. Eso es aparte de las amenazas físicas. Por supuesto, no ayuda mucho que Hiram esté tratando de obtener los derechos de propiedad intelectual sobre la historia.
David no pudo evitar una carcajada.
—¡Estás bromeando!
—Nop: está argumentando que la historia está para que se la descubra, como el genoma humano. Si se puede patentar trozos de eso… ¿Por qué no la historia, por lo menos, aquellos tramos a los que las cámaras Gusano de Nuestro Mundo fueron las primeras en llegar? El siglo XIV es el caso de prueba. Si eso falla, Hiram tiene planes para obtener los derechos de propiedad intelectual sobre los hombres de nieve. Así como Robín Hood.
“Al igual que muchos héroes casi míticos del pasado, bajo la luz intensa, molesta e impía de la cámara Gusano, Robin Hood sencillamente se habría disuelto en la leyenda y la confabulación, sin dejar el menor vestigio de verdad histórica. A decir verdad, la leyenda había surgido de una serie de baladas inglesas del siglo XIV, que nacieran de una época de rebeliones de los señores feudales y de descontento de los villanos, todo lo cual culminó en la revuelta de los campesinos de 1381.
David sonrió.
—Me gusta eso. A Hiram siempre le gustó Robin Hood. Creo que se considera a sí mismo como el equivalente moderno, aun cuando se esté autoengañando; de hecho es probable que tenga más en común con el rey Juan Sin Tierra… ¡Qué irónico sería que Hiram se convirtiera en nuestro Robin!
—Mira, David, mucha gente piensa exactamente igual que tú. La historia está llena de horror, de gente olvidada, de esclavos, de gente a la que se le robó la vida. Pero no podemos alterar el pasado. Todo lo que podemos hacer es seguir adelante, con la firme resolución de no volver a cometer los mismos errores.
—¿Crees eso? —replicó David con amargura. Se puso de pie y, con movimientos enérgicos, volvió opacas las ventanas de su atestado departamento, impidiendo el paso de la luz de la tarde. Después se sentó al lado de Bobby y desenrolló una pantalla flexible: —Mira ahora y dime si sigues creyendo que es tan fácil.
Con pulsaciones certeras de las teclas dio inicio a un registro que estaba almacenado en la cámara Gusano.
Uno al lado del otro, los hermanos se sentaron bañados por la luz de otros días.
…El pequeño barco de vela redondeado y desgastado se aproximaba a la playa. En el horizonte se podían ver dos barcos más. La arena era pura; el agua, calma y azul; el cielo, enorme.
Sobre las playas aparecía gente: hombres y mujeres desnudos, de piel oscura, garbosos. Parecían estar llenos de admiración. Algunos de los nativos fueron nadando a recibir la nave que se acercaba.
—Colón —murmuró Bobby.
—Sí. Ésos son los arahuacos, los nativos de las Bahamas. Eran amistosos. A los europeos les dieron regalos, papagayos y bolas de algodón, además de lanzas hechas con caña. Pero también tenían oro, que usaban como adornos en las orejas.
Colón inmediatamente tomó por la fuerza a varios arahuacos, de modo de poder extraerles información sobre el oro. Y todo empezó a partir de eso. Los españoles tenían armaduras, mosquetes y caballos. Los arahuacos no tenían hierro ni medios para defenderse de las armas y la disciplina de los europeos.
A los arahuacos se los usó como mano de obra esclava. En Haití, por ejemplo, se arrasaron montañas desde la cumbre hasta la base, en busca de oro. Los arahuacos murieron por miles; más o menos la tercera parte de los trabajadores cada seis meses. Pronto empezaron los suicidios en masa, mediante el empleo del veneno de yuca. A los bebés se los mataba para salvarlos de los españoles. Y así sucesivamente. Parece que en Haití había alrededor de un cuarto de millón de arahuacos cuando llegó Colón: al cabo de unos pocos años, la mitad había muerto por asesinato, mutilación o suicidio y, para 1650, después de décadas de feroz trabajo en esclavitud, en Haití no quedaba uno solo de los arahuacos originales ni de sus descendientes.
—Resultó que no había yacimientos de oro después de todo: nada más que pizcas de polvo que los arahuacos acopiaban para elaborar sus patéticas, letales, joyas.
—Y así, Bobby, es como empezó nuestra invasión de América.
—David…
—Observa —pulsó la pantalla y trajo una nueva escena.
Bobby vio imágenes borrosas de una ciudad: pequeña, ruidosa, atestada de gente, hecha con piedra blanca que refulgía bajo la luz del Sol que caía a plomo y sin piedad.
—Jerusalén —dijo David en ese momento—. 15 de julio de 1099. Llena de judíos y musulmanes. Los cruzados, en misión militar proveniente del cristianismo del Occidente, habían puesto sitio a la ciudad desde hacía un mes. Ahora su ataque estaba alcanzando la intensidad máxima.