Vio cómo las strippers pasaban una al lado de la otra cuando cambiaban de club, saludándose entre sí, contentas de ver a sus homologas, ya que eso les hacía sentirse menos solas y menos asustadas por lo que la noche pudiera deparar. Las scouts ya se habían puesto manos a la obra y trataban de captar clientes para que entraran en el bar o en los clubes, prometiéndoles el oro y el moro, pero sin proporcionarles nada, salvo la promesa de un buen rato de diversión. El aire estaba suficientemente frío para que su respiración se convirtiese en vaho, y la escasez de sus ropas les hacía acelerar el paso hacia el calor del siguiente club.
A Patrick Brodie le encantaba el West End y se sentía como en casa en ese lugar.
No le preocupaba perder su corona porque la había ganado limpia y honestamente, era respetado y, lo más importante, temido. I labia procurado que así fuese y también de eso se sentía orgulloso. El Soho era un cagadero para la mayor parte de la gente, pero para él representaba un medio para lograr un fin.
Lil, el amor de su vida, estaba de nuevo embarazada y una vez que diera a luz recuperaría su forma de ser. Sus hijos eran inteligentes, guapos y estaban bien educados. Tenía más dinero del que precisaba, una casa bonita, todo lo que un hombre criado como él jamás hubiera considerado posible. Era feliz en su interior, muy feliz, aunque no lo pareciese. Sólo Lil, su Lil, sabía lo feliz que era y lo mucho que significaba su vida con ella. Todo lo demás resultaba una menudencia cuando se comparaba con su familia.
Dios había sido bueno con él, lo sabía y por eso se lo agradecía cada domingo presentándoles sus respetos y disfrutando de la tranquilidad que le proporcionaba estar en la iglesia.
La vida, al menos eso pensaba, merecía la pena.
– Mi fiesta va a ser la mejor fiesta del mundo, Lance. Si quieres, puedes invitar a cualquiera de tus amigos.
Pat Junior se sentía magnánimo, a pesar de que su hermano le había estado fastidiando todo el día. Sabía que estaba siendo excesivamente agradable con Lance y su mordaz lengua, y, aunque sabía que resultaba tan fastidioso como cualquier otro hermano pequeño, entendía su infelicidad, incluso mejor que él.
– ¿Por qué iban a querer mis amigos ir a tu mierda de fiesta?
Pat Junior se encogió de hombros al escuchar las palabras de su hermano.
– Bueno, yo te lo he ofrecido, por si quieres preguntárselo a alguno.
Evitó decir «si es que tienes algún amigo a quien pedírselo», pero sabía que no tenía ningún sentido, ya que no le excitaba lo más mínimo herir los sentimientos de su hermano. Sabía que Lance ya tenía bastante con saber que tenía una madre que no le prestaba demasiada atención, aunque simulara hacerlo, y que su abuela Annie se la prestaba excesivamente, razón por la cual su madre siempre estaba tan resentida con él.
Su abuela se apoderaba de Lance en cuanto entraba en el edificio y eso le venía bien a Pat porque la odiaba enardecidamente, aunque jamás lo había confesado delante de nadie, por supuesto. Sabía que su madre la soportaba y que a las gemelas les agradaba la compañía de su abuela porque estaba enamorada de ellas, como todos los demás. Las gemelas conseguían eso: atraer la atención de cualquiera. Pat adoraba a sus hermanas pequeñas y comprendía que causaran esa impresión en todos. Sin embargo, Lance era cosa aparte y lo lamentaba por él, a pesar de que a momentos se enfadara con él.
Suspiró pesadamente y dijo:
– Lo dicho. Puedes invitar a quien quieras.
Lance asintió, sintiéndose mal ahora. Sabía que Pat Junior estaba al borde de su considerable paciencia, así que sonrió y cambió de cara. Tenía un rostro apuesto y cara de inocente, el rostro que tendría si no estuviera siempre buscando camorra o mal interpretando las palabras.
– Gracias, Pat. Pensaré en ello, ¿de acuerdo?
Pat Junior asintió.
Luego ambos se sentaron y vieron en la tele Jackanory [7], en lo que, por una vez, pareció un amistoso silencio.
Lil entró, vio a sus dos hijos juntos y sonrió. Los dos eran tan parecidos y Lance parecía deseoso de cambiar. Luego se sentó y, mientras tomaba una taza de té, deseó sentir con más frecuencia esa alegría. Sin embargo, sabía que resultaría difícil porque ella no podía.
Lance la observaba con cautela por el rabillo del ojo y, una vez más, se vio abrumado por ese sentimiento de culpabilidad. Se sintió tan mal que estuvo a punto de gritar. Lo había intentado con todas sus ganas, pero el deseo de pegarle una bofetada a ese hijo suyo se hacía cada vez más abrumador.
Observó cómo Patrick Junior miraba a su hermano y luego le tendía la mano, como si no pasara nada, como si no existiera esa tensión en el ambiente. Lo peor era ver a Lance aferrando la mano de su hermano, como si de esa forma evitara ahogarse. Se dio cuenta de que Patrick estaba actuando, como siempre, como muralla entre los dos, una muralla que la separaba a ella de su segundo hijo, incluso físicamente. No hizo nada por retenerlo.
Lil apreciaba la ayuda que le prestaba su hijo mayor porque sabía que hacía todo aquello por ella, pues él tampoco apreciaba demasiado a su hermano.
Su hijo tenía la misma actitud con su hermano que su marido con Dennis Williams, que posteriormente agotó su paciencia. Al contrario que Dennis Williams, Lance sabía sacar el lado bueno de Pat.
Lil estaba preocupada, sin embargo. Dennis estuvo a punto de causar problemas en su propia casa y, aunque Pat los había resuelto, ella seguía un tanto resentida. No importaba lo que Pat dijera, o mejor dicho, no dijera, ella contaba con su madre para enterarse de las habladurías.
No obstante, estaba convencida de que los hermanos Williams siempre serían una fuente de problemas para ellos.
Dave estaba nervioso y no sabía qué clase de recepción le iban a dar cuando entrase en la oficina de Patrick. Esperaba, aunque era sólo una esperanza, que estuviera solo, que no tuviera que hablar con él delante de nadie. Creía que Pat le debía mucho, pero no podía exigirle; sus días de exigencias se habían acabado.
El hecho de que lo invitasen al club era un detalle porque sabía que si pretendía hacerle algo no sería allí, donde le viese o le oyese la gente. Necesitaba enterarse de lo que pensaba, no sólo por él, sino también por sus hermanos, que le estaban esperando para saber si podían estar seguros o no. La familia se había dividido y lo único que podía hacer por ahora es tratar de olvidar las diferencias. Si eso significaba tener que tragarse sus cojones, estaba dispuesto a hacerlo. Dave sabía que ahora le darían las sobras, pero tenía que aceptarlo y empezar de nuevo a ganarse la confianza de Patrick. Intentaría recuperar algo de las relaciones de trabajo que habían mantenido, así, al menos, sus hermanos y él tendrían algo que rascar.
Estaba también preocupado por lo que le había sucedido a Dennis. Sabía que Jimmy había estado de por medio, por lo que prefería no escuchar los detalles, aunque lo haría si fuese necesario y lo aceptaría como algo irremediable.
En pocas palabras, que no cesaba de recordarse que tenía que hacer lo que fuese mejor para la familia, él incluido. No le quedaba otra opción que aceptar que los buenos tiempos se habían acabado y que, por tanto, tenía que coger lo que le ofrecieran con la mayor dignidad y orgullo, hasta que todo se pasara.
Al menos eso es lo que no cesaba de decirse a sí mismo.
Aparcó su coche y caminó lentamente por entre el tumulto vespertino que reinaba en el Soho. Caminar por allí empezó a ponerle enfermo. En su momento ése había sido su territorio, el epítome de todo lo que había deseado e incluso conseguido, y ahora esas calles le parecían frías e inhóspitas, como si él ya no formase parte de ellas.
Las luces de neón y los pósteres chabacanos que mostraban mujeres desnudas y sus estrellas estratégicamente colocadas le resultaban extraños. El sexo se vendía por todos lados, pero subyacente a todo eso estaba el hedor de los proxenetas y de los Brodies, todos dispuestos a coger lo que se les antojase.