Cain negó con la cabeza y se rió pensando en lo estúpidos que habían sido pensando que él no les castigaría por los insultos que le habían proferido, que estaba dispuesto a recibir esa clase de trato sin rechistar. Gritó y utilizando toda la fuerza que le quedaba saltó de la silla y se abalanzó contra Patrick Brodie. Era como una fiera enjaulada, enseñaba los dientes y trató por todos los medios de morder a Patrick en la cara, arrancarle la nariz o una oreja. El ataque fue tan rápido como inesperado, pero Patrick Brodie le dio con la pata de la silla una y otra vez en la cabeza y en el cuerpo hasta que cesó de intentar levantarse del suelo. Allí se quedó, tendido, sangrando por todos lados, con la boca abierta y tratando de recuperar el aliento mientras murmuraba obscenidades y lanzaba amenazas a sus atacantes.
Patrick le miró fijamente, sorprendido. Lo puso de espaldas y soltó la pata de la silla encima de la mesa de la oficina. Luego encendió un cigarrillo con una calma que no denotaba en absoluto sus verdaderos sentimientos.
Miró a los dos hombres que estaban a su lado y dijo:
– ¿Está loco o qué le pasa?
El más grande de los dos se encogió de hombros.
– La ketamina los pone así. Están todos para que los amarren.
Patrick asintió y salió para dirigirse a la barra, que estaba vacía.
Cogió la copa que le ofreció Leonard, que había entrado en el local unos minutos antes. Se la bebió de un trago, disfrutando del calor que le llegaba hasta la barriga. Ese calor le dio las fuerzas que necesitaba.
Leonard le llenó el vaso de nuevo y sirvió dos limonadas para los hombres que le acompañaban. Sabía que, a no ser que Patrick dijera lo contrario, lo único que se les permitía beber eran refrescos.
Se tomaron sus bebidas y charlaron como si nada pasase, pegados a ese pedazo de carne y en medio de ese desorden que era ahora el club.
– ¿Funciona todavía la máquina de discos? -preguntó Pat.
Pat sabía que Leonard hacía un balance de todo lo que necesitase sustituirse en cuestión de segundos. Lo había hecho ya muchas veces antes y, cuando asintió, dijo:
– Pon ésa de Hotel California, ¿te importaría? Me encanta esa jodida canción.
Leonard hizo lo que le mandaba y luego se fue a limpiar el lugar lo mejor que pudo, interrumpiendo de vez en cuando para explicarles a los clientes que llamaban a la puerta que el local estaría cerrado unos días para ser redecorado.
Nadie cuestionaba que aquel lugar fuese redecorado cuatro o cinco veces al año. Puesto que estaba muchas horas abierto, sucedían muchas cosas. El consumo excesivo de alcohol, las apuestas, las mujeres, el fútbol y, ocasionalmente, la religión eran motivos de disputas y razón sobrada para que dos hombres se matasen.
Todavía era temprano y Leonard esperaba que eso le diese una oportunidad para salir antes. Como siempre decía, las ganancias de un hombre son pérdidas para otro. Esperaba que su mujer se hubiese tomado su baño semanal, se hubiese arreglado el pelo y estuviese de ánimos para echar un casquete y le preparase un sandwich de beicon.
Cain fue convenientemente olvidado. Lo habían arrugado, planchado y metido en cintura.
Capítulo 15
Jasper Jessup era un hombre alto y fuerte que procedía del Caribe, aunque de dónde exactamente nadie lo sabía, y mucho menos él. Era un engatusador que manipulaba a todas las personas que estuvieran a su lado, pero lo hacía con tal aplomo y tan buen humor que resultaba difícil sentirse ofendido. La gente le rehuía, cosa que no le sorprendía lo más mínimo y que no tomaba a mal, por lo que las personas olvidaban pronto sus malos rollos y lo saludaban cuando se lo encontraban.
Sin embargo, decidieron que se quedara con lo que había pertenecido a la familia Williams porque era lo suficientemente decente como para proporcionar una hierba de calidad o una chavala dispuesta a irse con cualquiera, donde fuese y a la hora que fuese, siempre por un precio, claro. Y lo que era más importante: podía averiguar cualquier cosa que sucediese en las calles del sur de Londres.
Tenía el acento característico de los jamaicanos y su cuerpo alto y delgado, combinado con sus rizos, le daba un aire orgulloso, el que emanan los hombres dignos de confianza. Eso le había servido de mucho durante años, ya que a ello había que añadirle un salero y una gracia innata que hacía que la gente bajase la guardia. Algunos días le daba por llevar puesto los típicos colores rasta y se paseaba como una bandera ambulante por el mercado de Brixton, como si fuese el rey Saludaba a todo el que conocía cuando salía a dar una de sus largas vueltas, mientras fumaba con su larga boquilla y enseñaba aquellos dientes de oro que brillaban bajo la luz del sol. Todo el mundo le conocía, ya que formaba parte del colorido. Los jóvenes, especialmente, se sentían atraídos por sus historias sobre peleas urbanas y la lucha del hombre negro. Por supuesto, una vez que averiguaban que todo lo que contaba no eran nada más que rollos, que les pedía dinero prestado con demasiada frecuencia y que se fumaba su hierba con más rapidez de lo que ellos la conseguían, se lo quitaban de encima y se marchaban con otros personajes de la comunidad, otros con un papel más importante dentro de ese mundillo. Era un paso natural, un ritual que los adolescentes tenían que practicar, ya que muchos imaginaban que si les veían con un tipo ya mayor como Jasper era signo de que habían alcanzado la hombría. Por supuesto, hasta que descubrían cómo era en realidad y lo interesado y manipulador que podía llegar a ser.
No obstante, aprendían de él algunas lecciones de utilidad. Que chulos había de todos los tamaños y formas, por ejemplo, y que sus madres estaban en lo cierto sobre las personas con las que ellos querían repentinamente pasar el tiempo. Él había herido el orgullo de más de una madre a lo largo de los años, pero siempre se retiraba en el momento más oportuno porque era demasiado listo como para jugarse su suerte más de lo debido. Los chicos sencillamente desaparecían, pero siempre que se encontraba con ellos los saludaba; se reía con ellos y mantenía una postura de amistosa cordialidad.
Así era el carácter natural de Jasper y todo el mundo lo sabía: un tipo para pasar un rato agradable y reírse un poco en el Beehive los viernes por la noche. Era un personaje local y las personas lo toleraban a pesar de ser como un cáncer dentro de la comunidad. Tenía un don natural para distinguir a los policías, por lo que nadie cuestionaba que, con esa facilidad y naturalidad para olerlos, siempre hubiese evitado que lo cogiesen y que jamás le aplicasen la ley de Sus [11], lo cual ya era meritorio, puesto que dicha ley se diseñó para que la policía la pudiese aplicar a todo aquel que «pareciera sospechoso». Era una buena excusa para que la bofia pudiera detener a cualquiera que se le antojase. Un joven podía estar esperando tranquilamente el autobús y podía ser legalmente arrestado, registrado y cacheado, para terminar siendo acusado de cualquiera de los cargos que se le antojara a una mente hiperactiva como la de ellos.
Normalmente, se incluía en el paquete una buena tunda. Desde la Brigada Criminal de West Midlands hasta la Policía Metropolitana tenían casi completa autonomía sobre cualquier persona que se les antojara. Como todo el mundo sabía, las personas que pudieran parecer presuntas culpables de un delito, aunque no pudieran ser encarceladas por falta de pruebas, bastaba con hacerles parecer culpables para que pasasen una buena temporada detenidas.
La ley de Sus se había aprobado con pleno conocimiento de que podía ser utilizada de forma «abusiva» por parte de las fuerzas de seguridad. Las personas como Jasper necesitaban de esa ley para poder sobrevivir. Lo único que tenía que hacer es «insinuar» la participación de alguien en un delito y la ley les garantizaba que lo quitarían de en medio por un tiempo. Jasper era un hombre de una inteligencia aguda que prefería ocultar tras ese velo de estupidez y tras su charla burda y tonta. Sin embargo, había sido responsable de muchos arrestos y era una alimaña de la peor clase que no tenía el más mínimo resquemor en utilizar a jovencitas o hombres hechos y derechos con tal de llenarse la cartera. La gente se relajaba en su presencia, en parte porque en muchas ocasiones fingía estar más colocado de lo que en realidad estaba. La gente cometía el error de hablar de cosas delante de él que más valía mantener en privado. Jasper escuchaba y se enteraba de muchos asuntos que luego utilizaba en sus menesteres más cotidianos.