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– Dios santo, Jimmy. Cuánto tiempo sin verte.

Jimmy sonrió. Su cabeza calva, afeitada por completo para disimular el poco pelo que le quedaba, le daba la apariencia de ser más viejo, pero su piel bronceada y el traje tan caro que llevaba le sentaban bien. Lil se lo comentó:

– ¡Coño, Jimmy! ¡Qué bien te veo! ¿Dónde te has metido?

Jimmy acercó una silla y, cuando se sentó a su lado, notó el peculiar olor que emanaba: una mezcla de Estée Lauder y barra de labios Revlon.

– Tú sí que tienes buen aspecto, muchacha. He estado viviendo en España. Ahora he regresado por un tiempo, y puede que me quede si todo sale bien. Todavía no lo he decidido.

– Debe ser un lugar muy agradable para vivir.

Jimmy se echó contra el respaldo de la incómoda silla y la observó detenidamente. Así era Jimmy. Lil, además, sabía que él siempre había tenido debilidad por ella.

– España es una puñetera mierda, Lil. Allí no viviría nadie, a menos que esté huyendo de la justicia. Supongo que no está mal si tienes familia, pero si estás solo, no te lo aconsejo.

Lil se sonrió y Jimmy vio sus uniformes dientes. Para él siempre había sido una mujer atractiva con una sonrisa encantadora.

– Tú no eres de los que puedan vivir en otro lado, Jimmy. Tú eres londinense de pies a cabeza, como yo, y no sabríamos vivir en otro sitio.

Los dos se rieron, pero luego se quedaron callados. Ambos se dieron cuenta de que entre ellos había muchas cosas sin aclarar y eso les hizo sentirse repentinamente tímidos al respecto.

– Lil, tengo más hambre que un lobo. ¿Te apetece comer algo?

– ¿Por qué no? Estoy esperando a mis hijos y luego podremos irnos.

Jimmy estaba pidiendo una copa para los dos cuando vio entrar a los muchachos. El mayor, Pat Junior, era la viva imagen de su padre. Nada más verle el corazón se le hizo un puño. Era como ver a Patrick de nuevo, porque tenía la misma estampa, los mismos andares, hasta los mismos gestos. El más pequeño, Lance, por lo que se veía, seguía teniendo esa mirada extraña en los ojos, pero trató de ocultar sus sentimientos. Cuando Lil se los presentó, notó la fuerza que emanaban juntos. Eran una familia que quedó destrozada repentinamente, pero se dio cuenta de que, a su manera, lo habían superado.

Pat Junior se sentó y miró al hombre con cierto interés. Luego dijo:

– Me acuerdo de ti, Jimmy. Sé que eras un buen colega de mi padre y me alegra verte de nuevo. A él le encantaba este bar, lo sé. Cuando estaba en chirona conocí a muchos de sus viejos socios y me contaron muchas historias suyas. Siempre hablaban muy bien de ti.

Era un simple comentario, pero con él se iniciaba una amistad que para los dos resultaba más que obvia. Pat sintió la emoción que le provocaba a Jimmy estar de nuevo con los hijos de su viejo amigo.

Lil vio el intercambio de miradas que hubo entre ellos y se alegró de que ambos se recibieran de esa forma. También observó que, como siempre, Lance permanecía callado y al margen. Eso le hizo sentir el mismo rechazo de siempre, el mismo que ella trataba en vano de disimular. Lance, para ella, era como un intruso. No podía verlo de otra manera, por mucho que lo intentase. Allí estaba, sentado, sin producirle ninguna emoción, salvo la de un profundo rechazo.

Cada vez que Lil veía a Janie se acordaba de lo que su hijo era capaz de hacer. Muchas personas ya lo habían olvidado, lo sabía, pero ella no podía hacerlo y jamás le perdonaría por eso. Lo único que le salvaba era su amor y entrega por Kathleen. Aunque Lil amaba a su hija con todo su corazón, le irritaba tenerla cerca por mucho rato. Deseaba que su hija asimilara de una vez por todas lo ocurrido y dejara de ser tan débil e indefensa, pero sabía que aquello era pedir algo imposible porque Kathleen sería siempre una mujer débil y frágil. Estaba en su naturaleza y Lance era el único que tenía paciencia para soportar su carácter.

Lil se echó contra el respaldo y dejó que los dos hombres terminaran de hablar. Parecía como si hubiesen sido amigos desde siempre y eso lo consideró una buena señal. A Pat le vendría bien tener a alguien como Jimmy Brick de su lado y, al igual que su madre, Patrick también se había dado cuenta de ello. En ese momento sorprendió a Lance mirándola y las buenas vibraciones desaparecieron de inmediato. Aunque no manifestó sus sentimientos y trató por todos los medios de ocultarlos, Lance sabía cómo ella se sentía y eso la complació. No quería que pensase que llegaría un día en que ambos estarían unidos, pues eso no iba a suceder. No había nada ni nadie en el mundo que le hiciese amar a ese hijo suyo.

Kathleen estaba en el salón, viendo la televisión. A ella siempre le gustaba ver las reposiciones de Frank Spencer [12] y a ninguno de ellos se le ocurría nunca cambiar de canal. Ella se reía de sus payasadas, se reía de verdad, con una risa que infundía felicidad a todo el que la rodease. Kathleen no estaba bien de los nervios y había muy poco en la vida que la hiciera realmente feliz. Cuando vio a Frank subido en un monopatín agarrado a la parte trasera del autobús empezó a reírse a carcajadas, contagiando con su risa a Colleen y Christopher. Estaban esperando a que se terminase la serie para poder poner su programa favorito: Los días felices y los Fonz [13]. Sin embargo, en ese aspecto eran como todos sus hermanos y estaban dispuestos a renunciar a cualquier cosa con tal de verla reír, aunque sólo fuese unos minutos.

Eileen entró en el salón con una bandeja llena de tazas de té y vio que la risa de Kathleen se estaba transformando de nuevo en lágrimas. Trató de contener la irritación que eso le producía, sintiéndose además culpable por ello.

– Vamos, Kath, anímate, por favor. ¿Te has tomado las pastillas?

Patrick la había llevado a ver a un doctor que tenía la consulta en Harley Street y la había diagnosticado como maniaca depresiva, aunque no entendía muy bien lo que eso significaba. Le había prescrito algunos antidepresivos, pero a ella no le agradaba lo más mínimo tomarlos y sólo Lance parecía capaz de convencerla para que lo hiciese. Cuando los tomaba, se sentía como si estuviese colocada, pero también más alegre. Eileen se sentó al lado de su hermana y la abrazó calurosamente.

– Vamos, Kathleen. Déjalo ya, ¿de acuerdo? Tómate el té y las pastillas. Si no lo haces, voy a enfadarme mucho. Siempre te las tomas cuando te lo dice Lance, pero esta vez me gustaría decirle que te las has tomado sin poner objeciones.

Kathleen no apartó la mirada de la televisión, pero se tragó las pastillas con el té hirviendo. Eileen respiró aliviada, a pesar de que su hermana no cesaba de llorar. En los últimos días había estado tan baja de ánimo que estuvieron a punto de llevarla de nuevo a ver al médico, pero según Pat, una vez que las pastillas entraran en su sistema nervioso, se sentiría mucho mejor. Ojalá fuese así, pensó Eileen, pues ella era su hermana gemela y odiaba verla en ese estado. Parecía una persona muy desgraciada, pero lo peor era el desinterés que mostraba por todo lo que le rodeaba.

Kathleen era una adolescente y parecía ya una vieja. Su hermana, por el contrario, estaba llena de vida y gozaba de una energía que parecía inagotable. Suspiró de nuevo. Luego cogió un pequeño espejo de mano y empezó a arreglarse las cejas con unas pinzas. Le había echado el ojo a un chico nuevo que había entrado en la escuela y estaba segura de que lo conquistaría.

Por mucho que quisiera a su hermana, había momentos en que se sentía avergonzada de ella. Llevaba unos días faltando a la escuela y tuvo que admitir con vergüenza que había disfrutado de su ausencia, pues, por primera vez en muchos años, no tuvo que cuidarla, ni ocuparse de ella, sino que se limitó a ir a la escuela y ser como una más de sus compañeras. Se sintió avergonzada de pensar tal cosa y sonrió de nuevo a su hermana. A veces deseaba tener la paciencia de Lance; él era, en definitiva, el único que sabía cómo tratarla, por muy desanimada que estuviera.

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[12] Frank Spencer: Comedia producida por la BBC y escrita por Raymond Allen. [N. del T.]

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[13] Los días felices y los Fonz: Serie animada de los años ochenta. [N. del T.]