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»El procedimiento era burdo, infantil, supersticioso, pero revelaba una cosa: el deseo de matar.

»¿Existe la posibilidad de que hubiera más que un deseo? ¿Pudo Linda Marshall matar realmente a su madrastra?

»A primera vista parecía tener una coartada perfecta, pero en realidad, como acabo de indicar, la hora fue falseada por la misma Linda. Nada más fácil para ella que declarar que fue un cuarto de hora más tarde de lo que realmente era.

»Una vez que mistress Redfern abandonó la playa, fue completamente posible que Linda recorriese el estrecho sendero que conduce a la escalerilla, que bajase por ella, que encontrase allí a su madrastra, que la estrangulase y que volviera a subir antes de que el bote que llevaba a miss Brewster y a Patrick Redfern se presentase a la vista. Luego pudo regresar a la ensenada de las Gaviotas, tomar su baño y volver al hotel descansadamente.

»Pero eso implicaba dos cosas. Linda debía tener conocimiento terminante de que Arlena Marshall se encontraba en la Ensenada del Duende y tenía que ser, además, físicamente capaz de realizar el hecho.

»Lo primero era completamente posible... si Linda Marshall hubiese escrito una nota a la misma Arlena en nombre de otra persona. En cuanto a lo segundo, Linda tiene manos grandes y fuertes. Son tan grandes como las de un hombre. Respecto a la fuerza, la muchacha está en esa edad en que propende uno al desequilibrio mental. Y los trastornos mentales van con frecuencia acompañados por una fuerza desacostumbrada. Hay otro pequeño punto. La madre de Linda Marshall fue acusada de intento de asesinato.

Kenneth Marshall levantó la cabeza y replicó con resolución.

—Pero fue absuelta.

—Fue absuelta —convino Poirot.

—Tenga en cuenta lo que voy a decirle, mister Poirot —añadió Marshall—. Ruth, mi mujer, era inocente. Lo sé con completa y absoluta certeza. Yo no podía engañarme en la intimidad de nuestra vida. Era una víctima inocente de las circunstancias.

Hizo una pausa.

—Y no creo que Linda matase a Arlena. ¡Es ridículo... absurdo!

—¿Cree usted, entonces, que su carta es falsa? —preguntó Poirot.

Marshall alargó la mano y Weston le entregó el papel. Marshall lo estudió atentamente. Luego movió la cabeza.

—No —dijo involuntariamente—. Creo que Linda escribió esto.

—Pues si lo escribió —replicó Poirot—, sólo hay dos explicaciones. O lo escribió de buena fe, reconociéndose culpable, o... lo escribió deliberadamente para proteger a otra persona, a alguien de quien temía se sospechase.

—¿Se refiere usted a mí? —dijo Marshall.

—Es posible.

Marshall reflexionó unos momentos.

—La idea me parece absurda —dijo al fin—. Linda pudo darse cuenta de que yo fui considerado como sospechoso al principio. Pero ahora sabía definitivamente que ya no era así y que la policía había aceptado mi coartada y enfocado su atención hacia otra parte.

—Tenga en cuenta —repuso Poirot— que no tiene tanta importancia que ella pensase que se sospechaba de usted como que supiese que era usted culpable.

—¡Eso es absurdo! —Protestó Marshall, soltando una corta carcajada.

—Es lo que deseo aclarar —dijo Poirot—. Existen, como usted sabe, varias posibilidades sobre la muerte de mistress Marshall. Hay la hipótesis de que estaba siendo víctima de un chantaje, de que aquella mañana fue a entrevistarse con el chantajista y que éste la mato. Hay la teoría de que la Ensenada del Duende y la Cueva del Duende eran utilizadas para el contrabando de drogas y que mistress Marshall fue muerta porque se enteró accidentalmente de algo relacionado con el asunto. Y hay una tercera posibilidad: que fue asesinada por un maniático religioso. Y una cuarta... ¿No es cierto, capitán Marshall, que tenía usted que cobrar una buena cantidad de dinero a la muerte de su esposa?

—Acabo de decir a usted...

—Sí, sí... Convengo en que es imposible que usted pudiese matar a su mujer... actuando solo. Pero supongamos que alguien le ayudó.

—¿Qué diablos quiere usted decir?

El hombre flemático se sulfuraba al fin. Medio se levantó de su asiento. Su voz era amenazadora. Brillaban de ira sus ojos.

—Quiero decir —prosiguió Poirot— que este crimen no fue cometido por una sola mano. Intervinieron en él dos personas. Es completamente cierto que usted no pudo mecanografiar aquella carta y estar al mismo tiempo en la ensenada... pero habría habido tiempo para que usted escribiese aquella carta en taquigrafía y que alguien la mecanografiase en su habitación mientras usted se ausentaba para cumplir su criminal misión.

Hércules Poirot miró a Rosamund Darnley y añadió:

Miss Darnley afirma que abandonó Sunny Ledge á las once y diez y le vio a usted escribir en su cuarto. Pero precisamente a aquella hora mister Gardener subió al hotel a buscar un ovillo de lana para su mujer. Y no encontró a miss Darnley ni la vio. Esto es algo extraño. Parece como sí miss Darnley nunca hubiese abandonado Sunny Ledge, o, si lo hizo, sería mucho más temprano y estuvo en la habitación de usted escribiendo afanosamente. Otro punto: usted afirmó que cuando miss Darnley se asomó a su habitación a las, once y cuarto la vio usted, por el espejo. Pero el día del asesinato su máquina de escribir y sus papeles se encontraban sobre una mesa en el otro ángulo de la habitación, mientras que él espejo estaba colgado ante las ventanas. Tal afirmación fue, pues, una deliberada mentira. Más tarde trasladó usted su máquina de escribir a la mesa colocada debajo del espejo como para justificar su historia... pero era demasiado tarde. Yo estaba enterado de que tanto usted como miss Darnley habían mentido.

—¡Qué diabólicamente ingenioso es usted! —exclamó. Rosamund Darnley..

—¡Pero no tan diabólico e ingenioso como el hombre que mató a Arlena Marshall! —replicó Poirot—. Retrocedamos con la imaginación. ¿Con quién pensé yo... con quién pensaron todos... que Arlena había ido a reunirse aquella mañana? Todos llegamos a la misma conclusión. Patrick Redfern. No era un chantajista quien la esperaba. Con sólo mirarla a la cara lo habría yo adivinado. ¡Oh, no!, iba a reunirse con su amante... ¡o al menos así lo creía ella!

»Estoy completamente seguro. Arlena Marshall fue a reunirse con Patrick Redfern. Pero un minuto después Patrick Redfern aparecía en la playa buscando a Arlena. ¿Qué había ocurrido, pues?

—Que algún malvado utilizó mi nombre —dijo Patrick Redfern con reprimida ira.